El Tercer Ojo - Un par de Ases: Día Mundial de las Personas con discapacidad y Los usos del lenguaje eufemístico, más allá de nombrar.

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El Tercer Ojo - Un par de Ases:  Día Mundial de las Personas con discapacidad y Los usos del lenguaje eufemístico, más allá de nombrar.

Sur mes cahiers d’écolier / Sur mon pupitre et les arbres / Sur le sable de neige / J’écris ton nom. / Sur toutes les pages lues / Sur toutes les pages blanches / Pierre sang papier ou cendre / J’écris ton nom. / (…) / Sur la jungle et le désert / Sur les nids sur les genêts / Sur l’écho de mon enfance / J’écris ton nom. / (…) / Et par le pouvoir d’un mot / Je recommence ma vie / Je suis né pour te connaître / Pour te nommer / Liberté.

Paul Elouard

 

Esta ocasión, amables lectores, daré inicio con esta colaboración mostrando el primer As que a la mano tengo; mañana sábado 03 de diciembre se conmemora el Día Mundial de las Personas con Discapacidad, por acuerdo de la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU). Naturalmente, como cada año sucede, la semana dentro de la cual aparece el 03 de diciembre (1992) se llena de actos diversos; conferencias, discursos grandilocuentes, promesas, retórica, oratoria y mucho más. Sin embargo, más allá de tales eventos y de voces melifluas y elegantes, como cada año sucede, una vez trascendida tal fecha, nada parece cambiar, más allá de los simbolismos y las imágenes de ocasión.

Desde este punto de vista, para muchos de nosotros resultará entonces abrumador escuchar estos días conceptos tales como discapacidad, integración, inclusión, integración escolar, integración educativa, integración sociolaboral, normalización, personas con capacidades diferentes (todavía), etc., por no enunciar una larga lista de términos que unas veces se expresan con una función sustantiva, otras adjetiva o, en algunas más, verbal.

Parece que tal confusión es evidente para quienes tenemos que vérnoslas con la presencia permanente de las personas objeto de tales prácticas nominalistas, así como de sus familiares y conocidos más cercanos; y, aún más, quienes acaso se enteran de la existencia de esta realidad (cuasi virtual), en la dinámica de su vida cotidiana ello parece muy lejano y bastante distante. Una ceguera paradigmática, una negligencia o una inteligencia ciega han impedido al grueso de la sociedad percatarse de la existencia de tales personas.

Es muy evidente que muchos de quienes no adolecemos de alguna deficiencia física o intelectual (mal denominada discapacidad) carecemos de la conciencia de las implicaciones de carácter psicológico, económico, cultural, político y de existencia global del individuo que acarrea la presencia de tales deficiencias; desconocemos el conjunto de recursos (tanto de naturaleza psicológica como pedagógica, no dando por descontados los de carácter médico y económico) que se requieren para superar, de la mejor manera posible, las desventajas que conlleva en la vida (en su sentido semántico más amplio) una deficiencia física o intelectual, cualquiera que esta sea. Tendemos, casi inercialmente, a negar una realidad inocultable.

En esta hora, resulta casi imposible no percatarse de que tal realidad existe y que, a su vez, es necesario promover y organizar una serie de acciones, actividades y tareas que permitan consolidar un sistema compensatorio en los diferentes aspectos de la vida de tales personas, de modo tal que se propugne el propiciar acciones tendentes a elevar su calidad de vida y su participación plena en la vida sociocultural de su comunidad.

Según cifras de la OMS, del año 2011:

(...) Más de mil millones de personas viven con algún tipo de discapacidad; o sea, alrededor del 15% de la población mundial (según las estimaciones de la población mundial en 2010). Esta cifra es superior a las estimaciones previas de la Organización Mundial de la Salud, correspondientes a los años 1970, que eran de aproximadamente un 10%. (...) Según la Encuesta Mundial de Salud, cerca de 785 millones de personas (15,6%) de 15 años y más viven con una discapacidad, mientras que el proyecto sobre la Carga Mundial de Morbilidad estima una cifra próxima a los 975 millones (19,4%). La Encuesta Mundial de Salud señala que, del total estimado de personas con discapacidad, 110 millones (2,2%) tienen dificultades muy significativas de funcionamiento, mientras que la Carga Mundial de Morbilidad cifra en 190 millones (3,8%) las personas con una “discapacidad grave” (el equivalente a la discapacidad asociada a afecciones tales como la tetraplejía, depresión grave o ceguera). Solo la Carga Mundial de Morbilidad mide las discapacidades infantiles (0- 14 años), con una estimación de 95 millones de niños (5,1%), 13 millones de los cuales (0,7%) tienen “discapacidad grave”. (p. 7-8)

Si mostramos las estimaciones de la OMS, para el año 2021, encontramos que, de nueva cuenta: “Más de mil millones de personas en el mundo sufre algún tipo de discapacidad (una de siete), más de cien millones de personas con discapacidad son niños, los niños con discapacidad tienen cuatro veces más posibilidades de ser víctimas de algún tipo de violencia, el 80% de las personas con discapacidad viven en los países en desarrollo y 50% de las personas con discapacidad no tienen acceso a la sanidad”.

Una década de discursos conmemorativos, de promesas no exigibles ni vinculantes, de charlas y conferencias, de eventos y ceremonias y, muy palpablemente, ningún cambio trascendente en la calidad de vida de las personas con discapacidad, de sus familias y de las comunidades donde viven y tratan de no morir en el intento.

Empero presente ya el As segundo, como muestra Evelyn Pieiller, en Le Monde Diplomatique de diciembre recién iniciado, en su artículo Des usages de la compassion (p.3):

Solidaridad, responsabilidad: son palabras que, desde hace algún tiempo, representan una actualidad para resaltar las deudas que se tienen con los menos privilegiados –los ‘vulnerables’—, en nombre de una igualdad imperfecta y la voluntad de corregir las injusticias.  Vivir en conjunto, implica entonces prestar atención a los sentimientos de cada uno de nosotros. Pero ¿Tales sentimientos o juicios morales permiten fundar una norma colectiva real?

Como podemos apreciar, este segundo As, el número par, da más fuerza a la reflexión que presento: Más allá de discursos, términos, promesas y usos de otras palabras de carácter moral ¿Qué pueden esperar las personas con discapacidad, sus familias y comunidades?

¡That is the question!