Secreto a voces - Convertirnos en la persona que ¨podemos ser¨
En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz
En una entrevista al cineasta norteamericano Oliver Stone, acerca de la reciente publicación de su autobiografía, y de la que ahora hacía referencia de ella en público, dijo que el trabajo autobiográfico le había ayudado a comprender lo que él mismo era con todo y sus contradicciones. Lo anterior, en un contexto de separación familiar cuando tenía 15 años, hijo de padre militar con un carácter solitario y una madre en el lado opuesto: una mujer sociable. El creador de cintas como “JFK” y “Pelotón”, agregó que una de las luchas más grandes de los seres humanos es “cómo lidiamos con nosotros mismos, como nos convertimos en la persona que podemos ser”. En Vietnam prefería a los negros; oíamos soul y fumábamos mariguana (Ibarra, J. 2020. 23 de junio, La Jornada, p. 6).
Para poder convertirnos en la persona que podemos ser se tiene que lidiar con nosotros mismos, subraya en la entrevista. Stone, parece estar muy claro que él se refiere al hecho de que “él mismo” tuvo que sobreponerse al drama familiar, previo tránsito por experiencias personales como el vivir en una especie de burbuja en Nueva York; es decir, con todos los recursos necesarios para crecer sin preocupaciones por la subsistencia y en donde, paralelamente, se fomentaba el temor social a la población afroamericana. Contra estos estados de ánimo rompió cuando se alistó en el ejército norteamericano y convivió, al ritmo del soul, con afrodescendientes durante la guerra de Vietnam.
Mientras las cintas muestran a un director “duro” que cuestiona a través del arte cinematográfico los conflictos en los que se encuentra la sociedad norteamericana, la autobiografía descubre al ser humano sociable, reflejo del carácter materno, de acuerdo a Juan Ibarra, autor de la nota informativa a la que aquí hacemos referencia. Durante la entrevista deja suelta la idea de volver a la “persona que pudo ser”, al cineasta crítico de la sociedad norteamericana, y no dejar cabos sueltos del debate que ocurrió con la cinta JFK. Afirma, que aún tiene el deseo de valorar cinematográficamente la versión de que, el expresidente John F. Kennedy (1917-1963), fue asesinado por grupos de poder.
Convertirse en “la persona que podemos ser” implica una lucha interior, de acuerdo a las palabras del también ganador del Óscar al mejor director por la cinta Platoon, en 1986. En el exterior existe un mundo que es interiorizado por el “yo mismo” como diría Stone, contra el cual se libra una dura batalla. En el caso particular del cineasta hablamos de la familia, los prejuicios raciales norteamericanos y de las ideas dominantes de aquella sociedad. Se trata de obstáculos, entre otros, que impiden a mujeres y hombres lograr lo que quieren ser. Se debe hacer la guerra a los muros que se levantan, y para esa labor se echa mano de una multiplicidad de saberes y experiencias a lo largo de la vida, se deduce de sus palabras.
Ahora bien, la activación del poder ser no siempre se cumple. La lucha que se libra consigo mismo se lleva a cabo en el contexto de una sociedad que se guía por normas que aquí distinguiremos como expresiones de poder: racismo, temores, creencias. De tal manera que el lanzamiento que en cierta manera el destino social convierte a seres vivos en personas y luego en ciudadanos, nos incrusta en una sociedad que está regulada por normas que, de acuerdo de quien se trate y del lugar que socialmente ocupe, impedirá o facilitará el fluir social de los individuos en su interior. Infelizmente, una importante cantidad de estos nuevos avecindados del mundo, son o somos parte de lo que los economistas han dado en llamar “bono poblacional”: esto complica bastante cualquier esfuerzo por “poder ser lo que podemos ser”.
La senda hacia la persona que podemos ser no es una senda libre de condicionamientos sociales, debido a que mujeres y hombres viven en una sociedad interesada en modelarlos, que choca constantemente con hombres y mujeres que poseen un poder inmanente que los impulsa en sentido contrario a expresiones de poder y dominio. Aunque no es automático, existen sociedades en donde lograr ser la persona que se puede ser, produce caminos menos complicados que otras. Estados Unidos vivió una época, después de la posguerra, que facilitó mucho el florecimiento de sentimientos que se encuentran plasmados en la Pirámide de Maslow. Se trata de una sociedad que pudo en gran medida resolver los problemas reproductivos básicos, lo que dio lugar al florecimiento de otros asociados como una convivencia fraternal. Es la sociedad de la infancia y de la burbuja de Stone.
En el pasado las normas regulaban la existencia de estamentos perfectamente establecidos y sin la posibilidad de cambiar de uno a otro, aunque con el tiempo fueron rotos. El Lazarillo de Tormes, en la España del siglo XVI, transita de asaltante a guía de ciegos y termina como “Pregonero” en la ciudad de Toledo, el empleo más humilde. Las reglas eran muy claras y representaban a una sociedad estática y sin “ascenso social” (MacCormack, S. 2016. Conciencia y práctica social: pobreza y vagancia en España y el temprano Perú colonial. Revista andina, núm. 35, pp. 69-110) . En las sociedades llamadas modernas los vasos comunicantes entre las clases sociales, subclases o segmentos de clase, se han flexibilizado, pero el tránsito de una clase a otra se mantiene como en el pasado. Se puede transitar de campesino a médico o administrador de empresas multinacionales, pero eso no cambia de fondo nada, aunque, cualitativamente, si tiene un impacto social diferente.
La lucha consigo mismo para lograr lo que “podemos ser” es también una lucha de mujeres y hombres por oponerse a la fijación, estar dispuestos a seguir siendo, según Nietzsche, “un animal no afirmado” (citado por Gehlen, pp. 11-12) . Esto quiere decir que las mujeres y los hombres pueden convertirse en aquellas personas que desean ser, para ello habrá una lucha interior que nos arranque de fijación en la que nos desea colocar un sistema que se piensa fijo y estable. En conclusión, nuestro destino social estará marcado por una tensión entre el lugar al que nos lance la indeterminación del fluir eterno y por la disposición de mujeres y hombres a no aceptar ser determinados.