Secreto a voces - Anabel, evidencia apodíctica y validación (33)

En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz

Secreto a voces - Anabel, evidencia apodíctica y validación (33)

Anabel Hernández, la periodista de investigación, como ella se presenta públicamente en las redes sociales, tiene como respaldo de su trayectoria una decena de libros que la encumbraron entre los periodistas más prestigiados de nuestro país. Durante décadas ha gozado del cariño y respeto de la opinión de expertos y del pueblo mexicano. Un ejemplo fue “Los señores del Narco”, en donde aporta información acerca de la protección que el General Jesús Gutiérrez Rebollo brindaba al Señor de los Cielos, quien lideraba el Cartel de Juárez. Lo anterior, en el contexto de una especie de “boom” de la literatura sobre el narco, iniciada allá por los años noventa del siglo pasado, en donde lo relevante de Anabel es la denuncia política. En su momento también lo hizo Proceso, pero que no todos hicieron porque, revistas como Nexos, “domaron” la crítica académica del tipo de la obra del pionero de los estudios del narco, como Luis Astorga.

Es importante ubicar el contexto histórico y geopolítico del boom de la narrativa referida al narcotráfico y la denuncia política. El gobierno de los Estados Unidos, en los albores del siglo XX hasta nuestros días, ha construido una política en contra del consumo de tabaco, alcohol y drogas en su interior como parte de una estrategia cuyo propósito ha sido ejercer, pero sin éxito, el control político sobre segmentos jóvenes de la población estadounidense. Detrás de las políticas antidrogas está la criminalización de la protesta de jóvenes. Esta política se extendió hacia las naciones “productoras” de estupefacientes que se ubican al sur de la frontera estadounidense, con el mismo sentido que su política interior: controlar e invadir a las naciones del sur latinoamericano y caribeño con el pretexto de combatir la producción de drogas que consideran atenta contra la seguridad interior de ellos, como nación, en mundo que se le cae.

El libro La historia secreta: AMLO y el Cártel de Sinaloa, de Anabel, sostiene la tesis que AMLO recibió recursos económicos de procedencia ilícita, del Cártel de Sinaloa, para financiar sus ambiciones de llegar a la presidencia de la república durante los tres intentos que hizo por ocupar la silla presidencial. Su tesis no fue tan novedosa porque esa misma idea la sostenía desde hace tiempo a través de escritos en medios alemanes como DW, en donde había sustentado la tesis de que Obrador había recibido dinero en 2006 del Cártel de Sinaloa. Igual idea fue replicada por el periodista estadounidense Tim Golden en ProPublica, el 31 de enero de 2024. Lo más relevante es que un abogado (Roberto López Nájera), de La Barbie, narcotraficante capturado en 2010, en Lerma, estado de México, contó a la DEA que había tenido una reunión con personas que se “decían” (Nicolás Mollinedo Bastar) representantes de la campaña de Obrador y que ahí le entregaron dos millones de dólares como parte del financiamiento a su campaña.

ProPublica no quiso revelar las fuentes del periodista estadounidense, a petición de Obrador, pero Anabel si ofrece las fuentes a las que recurrió luego de años de trabajo como periodista de investigación, que es el distintito que a ella le gusta transmitir a la opinión publica. Recurre a un número abundante lugares como los archivos del CISEN, DEA, PGR, SEDENA, fiscalías de justicia y funcionarios públicos del gobierno de ese país, igualmente entrevista a ex integrantes de grupos narcotraficantes mexicanos vinculados al Cártel de Sinaloa. Desde el punto de vista técnico, de la investigación, existe un error en su investigación que es un aspecto central: Acudió a las fuentes en donde se encuentra la información que ella como investigadora busca para probar la tesis de que Obrador recibió dinero del narco, pero se equivocó en un punto: no buscó evidencias al interior del círculo cercano, personal, y del mismísimo AMLO. En el periodismo de investigación, científico, el contra argumento es crucial porque presentar a los lectores los contras argumentos es crucial. Dice un clásico, que habrá que buscar en los cisnes negros porque no todos son blancos.

Ahora bien, para llevar a cabo cualquier investigación dentro del periodismo de investigación (se trata de investigación científica). En la investigación científica, las fuentes son fundamentales, pero más allá de las fuentes están las pruebas que encontraste ahí para fundamentar lo dicho. Cuando se consulta un archivo, se hace una entrevista, escuchas una declaración, lo importante no es únicamente revisar el archivo, qué nos responden durante una entrevista, qué oímos en los tribunales o en las charlas informales, lo principal es encontrar, en esa telaraña de fuentes, las evidencias que permiten armar el rompecabezas de nuestra argumentación bajo la lógica de que vas a convencer a tus lectores. ¿Por qué? La fuente de manera automática no proporciona a ningún investigador la evidencia contundente, la fuente es la fuente y punto y de ella no brota la evidencia de manera mágica: la evidencia es el arte de hacer a un lado la paja y recoger el grano. Y aquí es donde está la falla de Anabel: las evidencias que encuentra las da por buenas tomando a las fuentes por evidencias contundentes, se ahoga en la paja.

Existe otro error en las fuentes que consulta Anabel. En una investigación acerca del financiamiento ilícito de una campaña como la de López Obrador, cualquier investigación debe analizar con mucho cuidado el tipo de fuente a la que se acude, pero sobre todo saber valorar las evidencias que ahí se pueden encontrar. Tener siempre presente el principio de “dudar de todo”. Todos los archivos, entrevistas y demás fuentes pertenecen al gobierno de EU y al gobierno de un régimen, como el que encabezó el PRIAN, enemigos jurados de Andrés Manuel. Por ello esta columna inicia con un subrayado en cuanto al contexto en el que se inscribe la literatura sobre el narco: EU ha construido una estrategia de lucha contra el narcotráfico con el fin de invadir naciones, como ocurrió con Colombia y pudo haber ocurrido con el Plan Mérida, de 2008, que firmó el expresidente Calderón. Esto no se puede pasar por alto, a menos de que exista ignorancia o intereses del investigador que los tome como fuentes “químicamente puras”, sin contexto.

Las pruebas que se presentan en el periodismo de investigación, que en mi opinión es de carácter científico, así lo entiendo, deben ser evidencias apodícticas. Es decir, que desde el momento en que se presentan no deben dejar dudas, y si existen, deben pasar por procesos de validación, o de calificación de su calidad. La validación, para que la prueba se eleve al nivel de apodíctica, implica que las evidencias deben ser valoradas por expertos con el fin de que al público para el que está preparándose un trabajo de investigación, consuma información verificada, sustentada en el principio moral de la verdad, científica. Si estos procesos no se presentan y entre las editoras, sobre todo las llamadas editoriales depredadoras, esto es un negocio y lo que se presenta como bueno no lo es pero si se vende, eso es lo importante a costa de los lectores.

La reciente obra de Anabel, La historia secreta: AMLO y el Cártel de Sinaloa, dejó de hacerme crecer una pata…