Serpientes y escaleras - El peso del equipo
En opinión de Eolo Pacheco

No basta una buena capitana: se necesita equipo que sepa jugar, defender y ganar.
El peso del equipo
Desde el ángulo que se vea, el desempeño de los gobiernos se mide por los resultados, no por las intenciones que tiene. Los logros de una administración dependen de la visión del gobernante, pero también de la capacidad quienes lo acompañan. Un liderazgo en solitario no puede cambiar por sí solo el rumbo de un estado, ni lograr las transformaciones que le exige la sociedad. El mandatario define el rumbo, pero el equipo es quien concreta las cosas.
Históricamente los mexicanos hemos colocado el peso de las administraciones públicas en la figura del gobernante en jefe; es a él (hoy a ella) a quien otorgamos un cúmulo de virtudes, pero también hacia donde se dirigen las críticas y reclamos cuando las cosas no resultan como se espera.
En Morelos estamos frente a una nueva etapa de gobierno, distinta, nueva en muchos sentidos, pero también peligrosa porque aunque tenemos una mandataria sensible, respetuosa y tolerante, ante el discurso de lo “políticamente correcto”, cualquier expresión crítica puede considerarse violencia política de género.
La lucha por los derechos y la igualdad es valiosa, ha permitido avances muy importantes como sociedad, pero en algunos casos se ha utilizado como un arma de doble filo, porque limita la comunicación directa y coloca trampas que algunas personas utilizan para acabar con los debates y la discusión bajo el argumento de que se trata de un ataque contra la mujer. Y esto no se ubica solo en el contexto de las autoridades, aplica en todos los ámbitos de la vida diaria.
Pero más allá del riesgo que implica analizar las cosas en función del desempeño y los resultados cuando de una mujer se trata, en el fondo hablamos de una sola historia, porque las instituciones son las mismas y los ciudadanos demandan de ellas y de sus titulares acciones que mejoren su calidad de vida más allá del género de quien gobierna.
A un año de iniciada esta nueva etapa gubernamental ya no podemos hablar de promesas, ni tampoco estamos en un periodo de prueba; doce meses es un plazo suficiente para que los encargados de cada área tomen el control de sus oficinas, conozcan a detalle los sectores que les encomendaron y comiencen a mostrar con hechos que su nombramiento fue adecuado.
En este lapso hemos visto que no todo es como la gobernadora esperaba y los cambios lo confirman: primero fue el cese de la directora del Instituto de Crédito Fabiola Urióstegui, por actuar más allá de sus atribuciones legales y traicionar la confianza de la mandataria; luego despidieron a Antonio Galindo, un joven que ocupaba una posición importante en el IEBEM, que acompañó a la gobernadora desde la campaña y a quien se le comprobaron actos de corrupción.
Posteriormente vino la destitución del coordinador estatal del transporte Josué Fernández, a quien se le identificaron múltiples actos de corrupción y decisiones que dañaron irreversiblemente la dependencia, causando un gravísimo quebranto al patrimonio morelense; casi de la mano se expulsó a Andrés Bahena director del DIF Morelos, de quien no se dijo mucho, pero extraoficialmente se le atribuyeron actos de corrupción y una red de trata de personas.
La historia siguió con la secretaria de Hacienda Mirna Zavala, quien se enfrentó personalmente con todo el gabinete, destacó por su personalidad arrogante y su poca capacidad profesional que derivó en una enorme falla presupuestal que afectó seriamente la marcha del ejecutivo; el remate en esta historia vino cuando se hizo pública la adquisición de una propiedad millonaria que no correspondía al nivel de sus ingresos.
Y hace unas semanas la historia añadió al director del IEBEM Leandro Vique, reconocido por su desempeño profesional en el área y aplaudido porque logró resolver sin contratiempos la crisis en la normal de Amilcingo, pero despedido de manera fulminante y repentina por supuestas irregularidades en la asignación de plazas de maestros.
Estos primeros doce meses han sido convulsos para el ejecutivo estatal a pesar de que no hay oposición; a lo largo de este tiempo la imagen personal de la gobernadora se ha posicionado, no así la de su equipo, por el contrario, hacia ellos han aumentado las dudas por capacidad, resultados y actitud.
El gabinete es una debilidad evidente en el régimen de Margarita González Saravia; en el papel hablamos de un equipo “políticamente correcto” porque es paritario, incluyente, con jóvenes y figuras que reflejan el mosaico social del estado, pero la corrección política no se traduce en eficacia. Más que representatividad simbólica, el gobierno necesita capacidad, preparación y experiencia. Y eso no lo cumplen todos los integrantes del gobierno.
Hoy la gobernadora Margarita González Saravia carga prácticamente sola con todo el peso del gobierno, muy pocos de sus colaboradores tienen imagen propia o fuerza suficiente para sostener una parte del trabajo político que siempre necesita una administración y la comunicación institucional. Frente a los problemas recurrentes que aparecen en el escenario estatal, sean por inseguridad o tropiezos administrativos, las respuestas se concentran en ella mientras su equipo permanece escondido o paralizado.
Pero lo que ocurre hoy no es un fenómeno nuevo, en los últimos años Morelos ha padecido de gabinetes débiles o desarticulados, con funcionarios improvisados que llegan por amiguismo, cuota de poder o complicidad. Pasó con Graco Ramírez, cuyo gobierno terminó fracturado por pugnas internas y desgaste político; también con Cuauhtémoc Blanco, que de inicio a fin estuvo rodeado de perfiles aparentemente leales, pero sin oficio ni preparación, lo que derivó en improvisaciones, errores y una pésima imagen pública.
Aunque hablamos de un perfil político totalmente distinto, Margarita González Saravia debe ser cuidadosa para no caer en la trampa de un gobierno que depende casi en su totalidad de la imagen de una sola figura, porque ello en lugar de fortalecer la institución, abre un sinfín de complicaciones en donde casi siempre el resultado es desalentador.
La gobernadora lo ha dicho varias veces en las últimas semanas: no habrá cambios en su gabinete. No al menos por el momento, quizá hasta el siguiente año. ¿La razón? Porque la jefa del ejecutivo está satisfecha con el trabajo realizado y el desempeño de sus colaboradores; para ella todo está bien, todos están aprobados y por consecuencia, nada hay que cambiar.
Pero aunque esa es la línea oficial establecida por Margarita González Saravia, es necesario revisar al gabinete con una mirada crítica que supere el maternalismo y evalúe la situación más allá de cuotas, afectos o compromisos partidistas; la mejor manera de calificar a alguien es por resultados.
En política la renovación no significa debilidad, significa inteligencia; un relevo a tiempo puede impulsar al gobierno, corregir errores y enviar un mensaje claro a la gente de que se privilegia la eficacia sobre la complacencia.
La importancia de los cambios en un momento como el que vive actualmente el gobierno de Morelos es sustantiva porque la conversación pública la domina la inseguridad y la violencia; todo lo demás ha quedado en segundo plano, relegado del debate público y opacado por una percepción cuyo mensaje central es el miedo.
Es muy difícil que en el corto plazo el gobierno estatal pueda revertir la situación en términos de inseguridad, no importa cuantas estadísticas presenten y qué números presuman, lo que marca la agenda son los hechos delictivos, la sangre que corre y la sensación de temor que está presente en la mayoría.
Ajustar el equipo, entonces, no es solo una medida para mejorar al gabinete, podría ser también una señal de fuerza de la gobernadora, para demostrar que le duele lo que está pasando en el estado y le preocupa que la gente no se sienta tranquila ni en su casa.
Como en el ajedrez, a veces las piezas del tablero se tienen que sacrificar para ganar el juego.
· posdata
Hacía muchos años que no entraba a las instalaciones de la vieja procuraduría; la última vez que lo hice el titular era Francisco Coronato y el edificio era un vejestorio que olía mal y se veía peor, porque venía de tiempos aciagos en donde los encargados de proteger a la gente eran quienes lideraban a los secuestradores.
Hoy en esas instalaciones se encuentran dos dependencias muy importantes: la Fiscalía de Delitos de Alto Impacto y el Instituto de Procuración de Justicia de la Fiscalía General del Estado. Estructural y conceptualmente, ambas oficinas están muy lejos de la vieja estación de tránsito y transportes y la PGJ, que por muchos años ocuparon el lugar.
El Instituto de Procuración de Justicia fue creado recientemente a iniciativa del fiscal Edgar Maldonado, quien de manera adelantada vio que ese proyecto era sustantivo para la formación de nuevos servidores públicos en materia de procuración de justicia. Adelantado, digo, porque hoy los institutos de formación se han vuelto parte de la ley, obligatorios para todos aquellos que quieren seguir una carrera en las fiscalías.
El IPJ adoptó el edificio donde alguna vez despacharon figuras polémicas como Jesús Miyazawa o Agustín Montiel López, pero en lugar de estar lleno de espacios oscuros, sucios y recovecos donde se negociaba con la justicia o se vendía protección, se encuentra un edificio renovado, iluminado, con aulas donde se preparan a jóvenes profesionistas y se integran todos los elementos técnicos, legales, humanos y materiales para que los futuros servidores públicos salgan mejor preparados en lo académico, lo físico y lo mental.
Lo dicho: Edgar Maldonado es una figura clave en el equipo de la gobernadora Margarita González Saravia. Su lealtad no se ofrece solo de palabra y obediencia, se confirma con trabajo, acciones y resultados.
Edgar Maldonado no es el hombre fuerte del gabinete, pero por el bien de Morelos y de la gobernadora, debería serlo.
· nota
A la presidenta Claudia Sheinbaum le gusta Morelos y le cae bien su gobernadora, lo anterior ha quedado demostrado en las múltiples visitas realizadas durante la campaña electoral y ahora en funciones de jefa del ejecutivo federal.
Entre ambas mandatarias no existe una simple identidad partidista, hablamos de una empatía en valores, actitudes y manera de ver la vida; antes de la elección del 2024 Claudia Sheinbaum y Margarita González Saravia no eran amigas, pero hoy si lo son.
Precisamente por esa generosidad mostrada por la presidenta de México hacia Morelos y su gobernadora preocupa que en dos giras las cosas no hayan salido del todo bien; la primera fue en aquel terrible evento de Cuautla, cuando tres grupos políticos de Morena tensaron la situación alrededor del lugar donde se celebraría el acto y el mensaje central de la mandataria, presentando el programa Tejedoras de la Patria, se opacó por el grito de “¡Seguridad, seguridad!” que un numeroso grupo de asistentes lanzó a medio acto.
La historia se repitió hace unos días en el evento por el primer informe de labores: con un auditorio repleto y la toda la clase política estatal presente, surgieron los gritos de una veintena de mujeres que interrumpieron el mensaje presidencial e hicieron pasar un muy mal rato a ambas mandatarias. Como en Cuautla, la presidenta trató de capotear a los quejosos, pero las feministas no dejaron de gritar a pesar de que Sheinbaum se comprometió a hablar con ellas al final del evento.
Excusas ante ambos hechos se pueden dar muchas, pero eso nunca debió haber ocurrido. Para eso, se supone, hay gente experta en movilización, logística y eventos masivos.
Lo dicho: el equipo logístico de la gobernadora no funciona.
· post it
Nuevamente viene la negociación presupuestal en el congreso. ¿Será otra vez la gobernadora quien planchará personalmente los acuerdos?
· redes sociales
El gran ausente en los eventos políticos del estado es el exgobernador Cuauhtémoc Blanco; no se aparece ni por error.
Y eso que ya volvió a rentar una casa en Tabachines.
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