Cuando sea demasiado tarde… - Bitácora del Capitán, primera vuelta al Sol.

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde… - Bitácora del Capitán, primera vuelta al Sol.

Ya tenía rato que no escribía un cuento. Aquí les obsequio uno que desconozco de dónde vino la inspiración.

 

            El Capitán miró fijamente a través del domo de cristal que separaba la cabina de mando del vacío del espacio sideral. Frente a él estaban las múltiples pantallas a través de las cuales operaba los dispositivos necesarios para las funciones de la nave. La misión cumplía un año de ejecución, la primera vuelta completa al sol estando en órbita de la Tierra. Dada la posición del clúster de naves que se alcanzaron a colocar a 400 kilómetros de la superficie del planeta, se podía apreciar el globo terráqueo y sobre su hombro derecho, la luz inclemente del Sol. La superficie de la tierra se encontraba oscurecida por la sombra de la noche, y el Capitán sopesaba la necesidad de informar al Almirante la precisión de sus observaciones: la luz artificial sobre la superficie terrestre se estaba aminorando a gran medida.

            La misión había fracasado casi por completo desde el principio. La idea era evacuar a la población entera de la Tierra para aislarla de un virus mortal que comenzaba a plagar a la humanidad. Nunca antes se había visto nada igual, a los pocos días de haber tenido contacto con el virus, la gente moría ahogada por el pus que se producía dentro de sus pulmones. El fracaso se vivió casi desde el principio, los burócratas dieron preferencia a mantener el supuesto poder que sostenían, antes de alertar a la población del verdadero peligro y tal vez poder salvar una vida o dos. Cuando el virus ya se había regado y la gente aparecía muerta en sus casas y en las calles, decidieron poner en marcha las acciones por controlar la transmisión, pero ya era demasiado tarde. Las noticias estaban repletas de videos de toda clase de líderes de papel declarando el virus como inexistente, o las estadísticas como falsas. La frase “yo tengo otros datos” fungió como epitafio de una gran lápida que alguien tuvo la fuerza de colocar frente a los lotes baldíos que se usaban para cremar los cuerpos de los infectados. Al final del día, los mismos encargados de las labores de cremación terminaban por lanzarse ellos mismos a las llamas, unos por reconocerse infectados, pero otros por reconocerse derrotados.

            Inesperadamente, los gobiernos de un puñado de países asiáticos anunciaron poseer la infraestructura suficiente como para poner en órbita a todo aquél que no estuviera infectado, a través de un sistema de astilleros previamente puestos en órbita que tenían como fin la generación de naves de guerra. Al final, con los materiales con los que se contaba se construyeron grandes transbordadores que transportarían a la población de la tierra a una serie de buques improvisados como albergues flotantes. Al principio, el plan marchó sobre ruedas. Se dio prioridad a todos los individuos menores a 30 años, para posteriormente comenzar con tandas de adultos y adultos mayores. Ahí estuvo el error, una vez que se consiguió aislar a un muy buen porcentaje de menores, los adultos olvidaron su lugar. Muchos se abrían paso entre las multitudes a empujones. Luego comenzaron a aparecer las armas. Alguien tuvo la idea de controlar extraoficialmente el acceso a los trasbordadores, aplicando la lógica humana que siempre se aplica en estas situaciones. El humano se mostró a sí mismo quién es, y quién ha sido desde su origen. Hubo una gran revuelta en una de las plataformas, cuando el trasbordador hubo llegado a su capacidad, anunciaron el final del abordaje y comenzaron a cerrar las puertas. La gente, desesperada, brincó los cercos de seguridad y se lanzó contra el trasbordador. El mando de esa nave entró en pánico y ordenó iniciar el despegue. Un incontable número de individuos desapareció bajo las llamas y el humo de las turbinas mientras la nave iniciaba su ascenso con dirección al astillero.

            El Gran Almirante ordenó suspender los traslados de la Tierra a los buques. Inmediatamente se realizó un inventario de las provisiones y se determinó que la misión, en su estado actual, podría sobrevivir por cinco años en las condiciones actuales. Se declaró la ley marcial y se nombró un consejo de administración formado por todos los Almirantes y el Gran Almirante. Los buques y las naves complementarias se agruparon alrededor de los astilleros, estableciendo sistemas de comunicación y comercio. Dado que la gran mayoría de la población en órbita era relativamente joven en promedio, la fuerza laboral prontamente se puso en marcha y todo parecía comenzar a prometer resultados. No se sabe si el Gran Almirante conocía de las circunstancias, pero la población en general albergaba grandes resentimientos por haber sido separados de sus familias y en especial haber tenido que abandonar a sus familiares a su suerte sobre la superficie terrestre, mientras los jóvenes mantenían una cierta salud en el encierro. Hubo tres pequeños brotes del virus en los buques, pero una rápida acción y un eficiente control de la población logró apagarlos sin mayores pérdidas, pero la calma era tensa y requería de grandes esfuerzos por mantenerse.

            El Capitán no podía despegar sus ojos de la esfera azul que podía mirar a través del domo. Le pidió a su segundo corroborar las lecturas, sus ojos y la telemetría seguramente tendrían que estar fallando. No podía haber sido posible que la pérdida de vida en la Tierra se pudiera ver reflejada en el consumo de electricidad observado desde las naves en órbita. El Teniente revisó los datos y volvió a indicar los resultados al Capitán. La emisión de luz del lado oscuro de la Tierra se había disminuido en un 30% al cumplirse un año de haberse posicionado en órbita. Nadie podía recordar quién había tenido la idea de medir la emisión de luz, pero era innegable que al haber concluido la primera vuelta alrededor del sol, ésta se había visto reducida en una tercera parte.

            Las comunicaciones eran muy escasas, poco se sabía de lo que ocurría sobre la superficie. Se sabía de grandes revueltas, y se sabía de grandes colectivos que habían secuestrado las plataformas exigiendo acceso preferencial a los astilleros, por encima de sus propios compatriotas. De no darles prioridad, se suspenderían todos los viajes entre la Tierra y los astilleros. El Gran Almirante, siendo el hombre pragmático que era, suspendió las transmisiones de vuelta y se dispuso a esperar órdenes de sus superiores, la mayoría de los cuales se habían quedado sin poder subir a los trasbordadores.

            Así, el Capitán desactivaba la transmisión que indicaba el inicio de la segunda órbita, y mientras se retiraba a su camarote, daba la orden de no ser molestado.