Árbol inmóvil - La muerte/covid

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - La muerte/covid

Aún no llega, en toda su florescencia, la tribulación a Morelos; empero, la desesperanza deambula en la rústica exégesis (en torno al covid). La gente cree que con adquirir bártulos va a guarecerse de la mohína (erigida, en gran medida, por la psicosis).

            Alguien habrá de morir. El contagio se tiene que dar. Y vendrá lo peor: la nula capacidad del sistema estatal de salud. Basta darse una vuelta, en este instante, en algún nosocomio, para otear el escenario desértico: falta de medicamentos en IMSS e ISSSTE; pacientes en el piso; salas aglomeradas; rostros turbios. En “Urgencias” es peor aún: claman atención; pero, en los filtros, se segrega… Ceden el acceso, por medio de una taxonomía estólida.

            “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, dice Cesare Pavese. En ocasiones, nos mantenemos al margen ante lo inescrutable. Ahora, la inconsecuente clarividencia se desdice (como una gota de agua). No obstante, el perentorio arribo de la patología metamorfosea las miradas.

            Mientras escribo, se me cierra la garganta; mi cuerpo exangüe está a punto del vahído… Es la agonía en su hábitat, que propicia la languidez en el baldaquín del sino.

            Cada vez más se acercan los síntomas respiratorios agudos, así como la fiebre, el cansancio y la tos seca. No es necesario el deseo en movimiento (la imaginación), para augurar la presencia decisiva de dolores, congestión nasal, rinorrea, dolencia de garganta...

Alrededor de uno de cada seis que contraen este virus desarrolla una enfermedad grave y tiene dificultad para respirar. Las personas mayores y las que padecen afecciones médicas subyacentes, como hipertensión arterial, problemas cardiacos o diabetes, son las más vulnerables. Helos ahí… En el regazo de la angustia. La muerte avanza; retrocede; da una vuelta por diversas sinuosidades y se afirma en el aire.

Como suele acontecer, un trasnochado transmitirá gotículas -procedentes de la nariz o la boca-, a través la exhalación (en un medio de trasporte o en la vil calle). Justo ahora, estas sustancias se encuentran sobre los objetos y superficies que nos rodean: contagio ineludible.

La proxémica se hará estrepitosa, como en los tiempos de la lepra. Trataremos de ubicarnos a un metro, por lo menos, del enfermo.

El riesgo está a mar abierto, en un bajel sin velámenes… La marea de la noche lo atrae a Morelos (la estela se difumina con la amenaza de la inexistencia). Ya casi se advierten los primeros síntomas (leves); ergo, lo fatídico… En el entorno, se triplican los lavados de manos (después de ir al baño y antes de comer). La oralidad tribal adquiere una tilde casi belicosa. Los desinfectantes rebalsan. El agua escasea. El alcohol se toma y unta. El ser se transforma en monomanía.

Las yemas de los dedos son agentes precursores: recogen el virus y lo conducen a las mejillas del bienquisto. Imposible olvidar a Borges: “… recorro con la mano cóncava” la faz de la otredad. En cualquier flanco, dice Miguel de Unamuno, ataca la muerte.

            Como nunca, ciertos integrantes del auditorio se volverán, de modo fugaz, “apocalípticos”, desde la tesis de Umberto Eco. Los “integrados” contraerán el mal también. Nadie está exento. Las redes sociales, en donde permean los “bulos”, serán receptáculos de sistemas inverosímiles, como los medios de información. Las enemistades se acrecentarán. El amor superfluo, que emerge de la cercanía, es distante (como tus ojos en la oscuridad). Hoy más que nunca, Eliseo Alberto está vigente: “Sólo distante puedo estar con todos los que quiero”.

            Se repite esta frase (casi imperceptible en otros estadios): “Manténgase informado”. ¿Y qué novedades existen?: 1. Inoculaciones. 2. Óbitos. El nomadismo, por testarudez o necesidad, no se detendrá, pese a lo que sugieran las autoridades. El movimiento es una lasca de vida (dentro del estoicismo fragoso -e inquieto- de la muerte).

            Dice Víctor Hugo: “Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos, trenzas rubias, brillad, yo me muero…”.

 

ZALEMAS

            “Muere lentamente quien no lee”, expone Pablo Neruda, en “¿Quién muere?”. Y sigue:

 

quien no oye música,

quien no encuentra gracia en sí mismo.

 

Muere lentamente

quien destruye su amor propio,

quien no se deja ayudar.

 

Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito

repitiendo todos los días los mismos trayectos,

quien no cambia de marca,

no se atreve a cambiar el color de su vestimenta

o bien no conversa con quien no conoce.

           

            La huida al vacío, según el aedo, es un ascenso septentrional. El paganismo es una forma de la erosión del destiempo, donde la portilla de la alienación permanece adosada. El alma, tras la corrupción del cuerpo, es ingrávida y se dirige a la eternidad: nirvana o tártaro. De ahí la importancia de difundir la palabra emancipada (que proviene del Ungido). No hay más. El Rapto… se siente.

            ¿Hasta el siguiente jueves?