Observador político - Respuesta inmediata de Margarita a defensores de animales
En opinión de Gerardo Suárez Dorantes

El pasado miércoles, la protesta de activistas por los derechos de los animales irrumpió en un evento público de la gobernadora Margarita González Saravia en pleno corazón de Cuernavaca. El motivo: exigir justicia para Miel, una perrita brutalmente apuñalada, víctima de un acto atroz que evidencia no solo la crueldad individual sino la negligencia estructural con la que el Estado trata a los seres sintientes; y a diferencia de otros mandatarios, la respuesta de la mandataria fue oficial e inmediata, logrando no solo frenar el ímpetu de los iracundos protestantes sino el reconocimiento de la titular del Ejecutivo por su sensibilidad social.
“LA SANGRE DE MIEL”.- Insisto, la respuesta fue de inmediato, tanto de la gobernadora como del alcalde José Luis Urióstegui Salgado, quienes optaron por salir al encuentro de los manifestantes, dialogar, prometer soluciones y, eventualmente, firmar minutas con funcionarios y representantes de la Fiscalía. Todo fue rápido, diligente, casi ejemplar.
La reacción del gobierno estatal fue bien aceptada y leída como un acto espontáneo de sororidad y empatía; más, porque la velocidad con la que se instaló la mesa de diálogo, la instantánea movilización de funcionarios y la puesta en escena de la “atención inmediata” responden, más que a una conciencia real sobre el sufrimiento animal, al pánico al descontento público en momentos de alta exposición mediática, por lo que su forma de atender la inconformidad social por parte de la gobernadora Margarita González, permitió que en lugar de recibir una protesta incomoda, se haya llevado los aplausos de los activistas que solo exigían respuesta para Miel y que, en el pasado, seguramente no hubieran sido atendidos.
LA CONDENA SOCIAL.- Miel fue asesinada cobardemente, pero su historia también pone bajo la lupa la ausencia de políticas públicas eficaces en materia de protección animal, de ahí que la legislación existe, pero es letra muerta sin un presupuesto, sin voluntad judicial, sin estructuras estatales que funcionen más allá de la foto y la minuta. Cierto es que no es un problema de buena voluntad: es un problema de clase, de prioridades, de poder.
En un estado con múltiples crisis —feminicidios, desapariciones, colusión policial, desplazamiento forzado—, el sufrimiento de los animales no es un “tema menor”, incluso es, de hecho, un síntoma: donde el cuerpo de un perro puede ser masacrado con impunidad, también se normaliza la violencia cotidiana contra los cuerpos humanos considerados prescindibles; la vida se jerarquiza y la justicia se administra según el contexto político.
Sí, Margarita González atendió a los activistas y sí, les prometió justicia, pero al igual que ella, los demás funcionarios, por ejemplo el fiscal Edgar Maldonado Ceballos y los demás servidores públicos que tienen que ver con el caso, deben ser empáticos y emular en la inmediatez a su jefa la gobernadora en la respuesta a las demandas sociales y no dejar que crezca como una bola de nieve que, será posteriormente muy difícil de resolver.
No basta con atender cuando la rabia explota frente a las cámaras, no, el compromiso debe ser real con los derechos de los animales —como con cualquier causa popular— e impulsar que se construya con políticas públicas serias, ni con gestos improvisados ante el miedo al escándalo.
Hoy la imagen de la gobernadora se viste de sensibilidad, y los activistas exigen castigo para el agresor de Miel quien sigue muerta. El agresor, hasta el momento, sigue libre.
HASTA PRONTO, AMIGO ALEX.- Lo conocí hace poco más de tres años, cuando todos comenzábamos con entusiasmo la carrera de periodismo en la Universidad. Alejandro Mancilla no tardó en hacerse notar: su energía, su imperatividad, su forma de ser, lo hacían alguien que fácilmente pasaba de compañero a amigo. Hicimos equipo dentro y fuera del aula. No era raro verlo siempre en los mejores momentos, organizar reuniones, animar encuentros y simplemente acompañar con una sonrisa cualquier conversación en muchas de las ocasiones atendiendo momentos de bohemia.
Los sábados, durante el receso, nos reuníamos con él, Angy, Fabiola, Tere, Sonia, Keneth, Kevin, Ángela, Jovanni, Mariana, y un servidor en el restaurante El Bondy, frente a la universidad; esos espacios, compartidos con maestras y maestros entrañables como Leobardo, Gina o Luis Fernando, eran verdaderos círculos de aprendizaje y fraternidad. Ahí, en algunas ocasiones acompañados de las ricas, amargosas y espumosas aprendíamos no solo del periodismo, sino de la policía y de nuestro estado, de sus contradicciones, sus dolores y también de las luchas que valen la pena.
Con Alex compartimos también el proceso de titulación. Junto con Angy, cerramos una etapa que más que académica, fue formativa para la vida. Él, además, lo hacía mientras comenzaba a caminar el sendero de la política, con las mismas ganas con que debatía en clase: con pasión, con ideas, con compromiso.
Y sin embargo, hoy tengo que escribir sobre su partida. No fue una enfermedad, no fue un accidente. Fue un crimen. Un asesinato. Un acto atroz que se llevó a un político que hacías las veces de periodista, un estudiante, un político en ciernes, un amigo. En este país donde los discursos oficiales hablan de paz mientras la muerte se ha vuelto rutina, Alex fue una víctima más de ese sistema podrido que se nutre de la impunidad, que permite que la violencia crezca y se normalice.
Las autoridades son las encargadas de investigar el origen del crimen y obvio, buscarán a los responsables, pero nosotros sabemos que esas palabras se las lleva el viento en un México donde casi el 95% de los asesinatos quedan impunes.
Adiós, Alex. Donde estés, que haya luz, que haya paz… hasta siempre amigo.
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