TERCERO INTERESADO - Simulación
En opinión de Carlos Tercero

En cualquier ámbito, la simulación representa una verdad oculta, una carga negativa, una realidad alterna que, bien sea por generación espontánea o inducción aviesa, domina la percepción y aleja de la verdad, luego entonces es claro que se trata de un elemento nocivo y, por tanto, cualquier sistema político, régimen de gobierno o proceso de desarrollo democrático, debe alejarse de la simulación en cualquiera de sus manifestaciones que van desde la ficción, la mentira y el simple engaño hasta la ilegalidad.
Uno de los grandes problemas de la simulación radica en que, con frecuencia lleva a sus protagonistas a creer sus propias mentiras, a tomar decisiones basadas en una realidad inexistente y a enarbolar un discurso que solo tiene sentido para los incondicionales y beneficiarios del mundo paralelo, trayendo consigo la pérdida gradual en la confianza y credibilidad social en la política y en los políticos, como efecto natural en una sociedad cada vez más informada, crítica y con la capacidad de percibir acciones o promesas dispuestas a fingir, aparentar o intentar mostrar algo que en realidad no es, dando lugar a un juego de simulación político-gubernamental que impacta geopolíticamente y repercute en el correcto diseño, planeación, ejecución y evaluación, tanto de políticas públicas como de acciones y programas de gobierno.
Pero la simulación se encuentra presente también en las campañas y las elecciones, igualmente trastocando la realidad para montar un teatro político que pone en escena una obra que trasgrede la armonía social y el desarrollo democrático, para ser útil solamente a los protagonistas de la esfera política que produce y dirige la obra para una mayoría que sabe silenciosa, más cercana a la estadística dirigida que a un conglomerado social origen de la verdadera participación ciudadana. En este escenario, las masas dejan de ser pueblo, pues no le representan, le subyacen, dejan incluso de generar opinión pública.
Esta relación de la política con las masas ha evolucionado: en las décadas del partido hegemónico del siglo veinte, la cúpula del poder político parecía soportar su estrategia en la pasividad y apatía de las masas, cuya inmovilidad y conformismo garantizaban el triunfo constante. Hoy la dinámica política y social de transformación ha roto en cierta manera esa inercia, pues, aunque la apatía es menor, y la movilidad como acción política se ha incrementado, el conformismo se ha potenciado al doblegarse ante una clase política que domina el discurso y la gestión social que permea a las masas.
El ejercicio de gobierno no escapa del acecho de la simulación, de los simuladores. Gobernantes destacados, bien estructurados, sucumben involuntariamente, por separarse de la realidad y ver el mundo a través de los ojos de sus hombres o mujeres de confianza, manos derechas que concentran el poder a tal grado que son capaces de disfrazar la realidad para que la jefa o el jefe vea lo que quiere ver, escuche lo que le gusta, lo que quiere escuchar; imponiéndose a las buenas intenciones, al compromiso legítimo del gobernante que confía de más y, sin embargo, no deja de ser responsable ni de ser el objeto del juicio de la historia, por no estar consciente que el poder no se comparte ni, mucho menos, se delega en quienes temen sistemáticamente al talento, al conocimiento o la experiencia que ponga en riesgo su hegemonía ante quien manda. Es cierto que el ejercicio del poder desgasta, pero ante estas circunstancias el desgaste es mayor y acelerado.
Los resultados en las elecciones de ayuntamientos en Veracruz y Durango deben ser motivo de reflexión precisamente en cuanto a las señales de desgaste que pudieran estar evidenciando. Sería un contrasentido abrazar la simulación en torno a un triunfalismo infundado, aderezado con una victoria pírrica en los procesos propios de la evolución democrática y rediseño institucional del país. Los números no mienten. Se debe perder el temor de llamar a las cosas por su nombre, de reconocer lo que está mal o a quienes actúan de manera equivocada. Un proyecto político es trascendente cuando triunfa, pero aún más cuando se sostiene.
Carlos Tercero
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