La educación en tiempos de COVID- 19
En opinión de Beatriz del Carmen Pérez Salgado
Durante estos primeros meses del año 2020 en México, como en el resto del mundo, las circunstancias en las que se desarrolla la educación han cambiado. Me refiero por supuesto a la situación que tiene el día de hoy a millones de mexicanos recluidos en sus casas, evitando las concentraciones humanas y limitando el contacto físico al cual estamos ciertamente acostumbrados.
El COVID-19 es una enfermedad nueva, por lo tanto, no existe hasta el momento una forma de prevenir el contagio como tampoco existen medicamentos y vacunas que ayuden a combatir este padecimiento. Hasta ahora, la única forma de prevenir el contagio es extremar precauciones a fin de no tener contacto con personas que ya hayan sido infectadas con el virus; lo cual constituye una tarea difícil, incierta, extenuante.
Las medidas acordadas por el gobierno federal, concentradas en el documento: Jornada de sana distancia proponen como una de las medidas centrales la suspensión de clases presenciales en todos los niveles escolares, y la generación de una estrategia para transformar el escenario en el que lleva a cabo la educación preescolar, primaria y secundaria, para dar paso al trabajo escolar desde casa, con apoyo de una programación de televisión educativa, en donde se intenta recuperar la esencia de cada tema o contenido, para explicarlo vía remota a los estudiantes que pueden acceder a ellos. Otra de las opciones, tal vez menos utilizada, es la del uso de plataformas educativas como Google Classroom, o aplicaciones para realizar video llamadas y teleconferencias.
El Estado de Morelos cuenta con un aproximado de 1922 escuelas públicas de educación básica, según datos de la estadística educativa Morelos 2018-2019. Es preciso señalar que en cada una de las escuelas de educación básica existe un número indeterminado de estudiantes que enfrentan barreras para el aprendizaje y la participación, y en algunas escuelas también existen estudiantes con discapacidad y aptitudes sobresalientes.
Para estos estudiantes y para sus familias, el reto de la educación a distancia es en muchos casos doblemente complicado, primero porque el acceso a los contenidos académicos en condiciones de normalidad (en espacios diseñados para desarrollar las actividades, con personal capacitado para la enseñanza, y en algunos casos personal especializado en la intervención psicopedagógica de los estudiantes) ya implicaban un reto educativo, que se incrementa al migrar de manera intempestiva a otros formatos, a los cuales en ocasiones no se tiene acceso, ya sea por limitaciones económicas, o por ausencia de destrezas mínimas requeridas para su uso.
En el caso de los estudiantes que reciben atención educativa en los 28 Centros de Atención Múltiple que existen en el estado, quienes en su mayoría están en condición de discapacidad; podrá el lector imaginar las dificultades a las que se enfrentan tanto las familias como los docentes en la idea de sostener la práctica cotidiana de las escuelas trasladando las actividades a los hogares de cada estudiante.
El reto es mayúsculo para todos los involucrados. Desde los padres y/o cuidadores, que a la situación ya de por sí estresante que representa el aislamiento social, se suma ahora la responsabilidad de cumplir con actividades escolares, y de adquisición de habilidades específicas encaminadas a fortalecer el desarrollo cognitivo, social y adaptativo de los niños y jóvenes. Esta situación exige el desarrollo de habilidades sociales y el uso de la empatía a niveles quizá nunca vistos, pues de manera imprevista el padre de familia debe intentar hacer las funciones de un maestro, además de seguir siendo padre.
También para los maestros representa una situación compleja, pues deben plasmar de la mejor manera posible lo que el estudiante requiere desarrollar, planteando para ello actividades que sean factibles, útiles, motivadoras y de las cuales se pueda obtener la ejecución de una conducta como evidencia de que el trabajo se está desarrollando de acuerdo a lo planeado.
Quizá por ello se siente tan difícil, ya que esta situación nos obliga a colocarnos en la situación del otro, y apreciar por un momento el sentir del otro. Entender la complejidad de la tarea del otro. Y para eso no hay universidades ni talleres de actualización continua.
La pandemia de COVID-19 está obligando a los gobiernos y las personas a replantear muchas de las cosas que se tenían por ciertas. Y nos muestra que para enfrentar los retos de la sociedad actual de manera incluyente y humana, es necesario transformar las prácticas educativas, las políticas escolares y laborales, y paulatinamente las estructuras institucionales. Ojalá que en esta transformación contribuya de manera positiva a la inclusión social de las personas con discapacidad, y nos prepare para las otras situaciones que habrán de venir.