Escala de Grises - ¿Cuántas mujeres más?
En opinión de Arendy Ávalos
Wendy
El 20 de marzo, Wendy fue reportada como desaparecida en el municipio de Xonacatlán, en el Estado de México. Dos días después, su cuerpo fue localizado en un canal de aguas negras. Para el jueves 25 de marzo, familiares y amistades se reunieron para sepultarla.
El ataúd blanco con el cuerpo de Wendy fue trasladado a casa de sus abuelos y de ahí al panteón de Santa María Tetitla. El cortejo que acompañó a la menor asesinada estaba conformado por sus compañeras de la secundaria.
Fueron estas mismas niñas quienes cargaron el ataúd de su amiga y acompañaron su recorrido de consignas como “Ni perdón ni olvido, que encuentren al asesino”.
Esa es la realidad a la que se enfrentan miles de niñas a lo largo del país. Esa es la cotidianidad de quienes ven las fichas de búsqueda con los nombres y los rostros de sus amigas, que observan la violencia que sufren sus vecinas, que han atestiguado cómo asesinan a sus madres y cómo la injusticia es ignorada por las autoridades.
Niñas de 16 años que cargan el ataúd de su amiga, que se desgarran la garganta mientras piden que las autoridades den con el culpable del feminicidio de Wendy. Niñas de 16 años que, todos los días, deben salir de sus casas mientras ven por encima de su hombro cada ciertos pasos, que deben aprender a defenderse y a protegerse del virus más letal en México: el machismo.
Natalia y Candelaria
La familia Aguirre Chabe reportó la desaparición de Eladio desde el 21 de abril de 2020 en Veracruz, específicamente en el municipio Las Chiapas, al sur del estado. Después de recibir un croquis anónimo con la frase “Busca en este lugar a tu hijo, allá lo fueron a aventar”, Candelaria, su madre, pudo dar con el paradero del taxista.
El 27 de marzo, la Fiscalía de Veracruz entregó los restos de Eladio Aguirre Chabe a su familia en bolsas de plástico negras sin algún tipo de sello, sin ningún tipo de protocolo de por medio.
La fotografía que circuló en plataformas digitales muestra a Natalia, la hermana de Eladio, sentada en una banca de madera, aferrándose con fuerza a las tablas, mientras observa las dos bolsas depositadas en el suelo.
Integrantes del colectivo Madres en Búsqueda Coatzacoalcos condenaron lo sucedido y exigieron la investigación en contra de las autoridades responsables. Para el 29 de marzo, el encargado de la Subunidad Integral de Procuración de Justicia, Alberto Torres Rivera, había sido destituido.
Natalia y Candelaria son dos de las mujeres que han tenido que enfrentar la impotencia de no ser escuchadas por las autoridades. Dos de las miles de mujeres que han intentado seguir el proceso legal que les ayude a encontrar a sus personas desaparecidas sin que esto resuelva nada.
Natalia y Candelaria son dos de los cientos de mujeres que han tenido que organizarse y salir a buscar con sus propios ojos las características de sus familiares. Son dos de las decenas de mujeres que han logrado localizar los restos de sus seres queridos.
Natalia y Candelaria son dos mujeres que no deberían atravesar por la experiencia de recibir los restos de su hijo o de su hermano en bolsas de plástico, que no deberían vivir la máxima expresión de cinismo, de falta de empatía y de nula sensibilidad por parte de las autoridades que, en primer lugar, debieron emplear todos los medios para encontrar a Eladio.
Victoria
El 27 de marzo, un grupo de policías de Tulum provocó la muerte de una mujer tras someterla contra el piso. De acuerdo con los primeros reportes, la mujer fue detenida porque habitantes la habían denunciado por ingerir alcohol en la vía pública y por alentar al desorden en la zona.
Videos y fotografías del momento en el que Victoria es violentada por los elementos de seguridad circularon durante todo el fin de semana pasado. Esas fueron evidencias contundentes de la resistencia que la mujer puso ante la reacción de la policía, pues gritaba y pedía ayuda, a pesar de no recibir ningún tipo de auxilio.
Con una excesiva violencia, los tres hombres y la mujer que portaban el uniforme la mantuvieron sometida en el suelo. Mientras sujetaba sus brazos para restarle movilidad, un policía presionaba la garganta de la mujer salvadoreña con su rodilla.
Derivado de esta “maniobra de sometimiento”, Victoria murió debido a una fractura en la parte superior de la columna vertebral, producida por la ruptura de la primera y la segunda vértebra, lo que coincide con la forma en la que se desarrolló el proceso de detención.
Durante ese día, la indignación se hizo presente en plataformas como Instagram, Facebook y Twitter, donde se desarrolló la campaña “No murió, la mataron” para exponer la gravedad del asunto y nombrar el crimen que se cometió en realidad.
Victoria tenía 36 años, era una mujer morena, migrante, proveniente de El Salvador. Victoria buscó protección en México en la Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado en 2017 y, en noviembre de ese mismo año, se convirtió en refugiada por motivos de género. Era madre de dos mejores de edad.
Su asesinato a manos de la policía de Tulum es una muestra de los diferentes problemas estructurales que se viven todos los días en el país y que se han normalizado.
El caso de Victoria fue un acto de racismo. Específicamente en Tulum, turistas de todas nacionalidades utilizan la vía pública para divertirse, para ingerir bebidas alcohólicas y para experimentar el paraíso que representan las playas de Quintana Roo. Esas mismas personas que visitan el famoso destino no son violentadas de esa manera, no son criminalizadas por su piel blanca y no son sometidas por la policía por alterar el orden público.
El caso de Victoria fue un acto de machismo, este virus que atraviesa a todos los aspectos de nuestra sociedad, incluida la justicia. Si Victoria hubiera sido un hombre, el proceso hubiera sido diferente y no se hubiera recurrido a esa expresión de violencia.
El caso de Victoria fue un acto de clasismo y xenofobia. Así como su color de piel, su acento, su país de origen, su posición socioeconómica y otras de sus características inherentes fomentaron el abuso de poder por parte de los elementos policíacos de Quintana Roo. A Victoria la asesinaron por ser mujer, morena y migrante.
Victoria debió ser cobijada por el país al que solicitó ayuda, refugio, un lugar seguro. Victoria no debió ser asesinada ni experimentar durante sus últimos minutos de vida todo lo que la alejó de su hogar, los problemas que la obligaron a migrar para sobrevivir.
Estos son los nombres de las mujeres que han sido violentadas, los nombres que deberían bastar para que el país entero colapsara de rabia, de tristeza. Ellas deberían ser las últimas mujeres víctimas de una violencia de género que no se detiene, que no se nombra, que no se investiga y que no se elimina.
¿Cuántas mujeres más deberán atravesar por lo mismo para generar conciencia? ¿Cuántas mujeres más tendremos que nombrar hasta que podamos pronunciar la palabra “justicia” con todas sus letras?
Ni una más:
@Arendy_Avalos