El tercer ojo - Temas Selectos de Psicología y Neuropsicología.

En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara

El tercer ojo - Temas Selectos de Psicología y Neuropsicología.

Quiero ocupar hoy el espacio que me brinda El Regional del Sur para compartir con ustedes, amables lectores que me siguen, la Introducción del libro Temas Selectos de Psicología y Neuropsicología con un Glosario de Términos en Psicología y Neuropsicología (Editorial Letrame, Alicante, España, 2021), de mi autoría y que muy pronto se presentará por medios de las “benditas redes”.

 

Escribir, mutar pensamientos y emociones, sentimientos y pasiones, sueños y quimeras, conocimientos o dudas, qué sé yo, en palabras que pueden leerse con los ojos o las yemas de los dedos, es el arte de trascender, de escapar de los barrotes que te atrapan en el hic et nunc, es el arte de tocar con la punta de las letras, o acariciar con la lengua los oídos de los otros y halarlos muy cerca de uno”.

 

Hace muchos años de esto, quizás cuando aún no trascendía la edad de doce años, cuando todavía vivía “internado” en el Centro de Recuperación Infantil (organizado y dirigido por la orden religiosa de las “Hermanas de la Caridad”, pertenecientes a la creación de Vicente de Paul y Luisa de Marillac), cuando no iniciaba el año de 1970, junto con casi cuarenta niños, adolescentes y adultos, varones y mujeres, con secuelas diversa derivadas de problemas al nacimiento, de enfermedades adquiridas en la infancia primera, sobrevivientes algunos de la última epidemia (que no se declaró pandemia) de Poliomielitis y Sarampión, algunos otros ciegos o sordos, o con Síndrome de Down, o Malformaciones Congénitas Mayores, tuve, sin duda alguna, mi primer contacto con lo que literariamente nombró “Renglones Torcidos de Dios”, el gran Torcuato Luca de Tena.

 

Desde que dio comienzo la década de 1960 (de esto ya transcurrieron seis decenios, o doce lustros, o sesenta años), comencé a vivir en dicho Centro y, naturalmente, inicié mi formación, desarrollo y aprendizaje al lado de otros “Yoes” que no eran “Yo”, pero que como “Yo” observábamos un mundo escindido en dos espacios nítidamente separados; nuestro mundo, ese que a diario construíamos dentro de los muros que nos separaban de otro mundo, el de los otros, los otros que vivían ajenos y más allá de las paredes del mundo.

 

Quizás, tal vez, desde esos años ya había conocido dos realidades que me marcaron como un futuro profesional de la psicología.

 

Primero, los procesos del desarrollo psicológico, y esencialmente humano, de una serie de personas que a pesar de adolecer de alguna deficiencia física, sensorial, intelectual, motriz o neuromotriz, luchaban denodadamente por alcanzar a construirse como seres humanos íntegros y, cuando ya se encontraran del otro lado de los muros, tanto arquitectónicos como ideológicos y actitudinales, pudiesen, como los otros, los de fuera, integrarse plenamente a la dinámica sociocultural que les correspondía vivir. Debo decir que aún, todavía no existía sistema de educación especial alguno en nuestro país y, sin embargo, ha sido exitosa nuestra vida posterior al internamiento.

 

Segundo, aún y cuando más tarde, a través de Georges Canguilhelm, comencé a estudiar el asunto de la “normalidad” y “anormalidad”, mediante su libro Lo normal y lo patológico, gracias a la década que viví internado, del 1960 a 1970, pude comprender que tal escisión es terrible y merece su denuncia eliminación de nuestro léxico, puesto que para mí era fenomenológicamente obvio que lo “normal” era aquello que “nosotros” vivíamos cotidianamente y lo “anormal” era, sin duda alguna, lo que los otros consideraban “normal” y vivenciaban. Pude comprender, además, que tal disyunción era consecuencia imperceptible de los espejuelos con los cuales interpretábamos, “nosotros” y “ellos”, una realidad aparentemente bifurcada. Mientras “ellos”, los “ellos” que se hallaban fuera de los muros, visibles e invisibles, del internado, nos miraban como ajenos a su realidad y como objeto de sus actos altruistas y caritativos, “nosotros” mirábamos nuestro mundo como el mundo y percibíamos su mundo, como ajeno, distante y, tal vez, inalcanzable.

 

Considero que estas circunstancias fueron el primer acicate para mi elección de la disciplina científica psicológica y de la práctica profesional de la psicología.

 

No puedo obviar aquí lo que alguna vez expresó el pedagogo soviético Anton S. Makarenko: “La mejor educación es el ejemplo”. Pues bien, dentro del grupo de personas que vivíamos dentro del internado y que después nos seguimos viendo, debo mencionar (como hace Julius Fusčik en su Reportaje al pie de la horca, en sus apartados dedicados a “Figuras y figurillas”) a Andrés; él era (para esa época porque ahora ignoro que fue de él) una persona con una hemiplejía, era estudiante de psicología en la entonces Escuela de Psicología, de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), era restaurador y encuadernador de libros, amante de la denominada música clásica, del arte de la pintura y, cómo no decirlo, del vino. Para desplazarse utilizaba un bastón de mano con la que no era hemipléjica. Cuando lo visitaba en el taller de encuadernación que se hallaba dentro del seminario El Altillo, miraba libros y escuchaba sus charlas.

 

Él fue quien me sedujo por los senderos de la psicología y, muy particularmente, del psicoanálisis. ¡Aquél que siendo joven en esa época no hubiera sido atraído por el psicoanálisis que arroje la primera piedra! Hablo del periodo 1970-1973.

 

Al ser “dado de alta” del internado, en el año de 1970, regreso súbitamente con mi familia de origen; en una colonia popular de la Ciudad de México. Una familia numerosa, pobre y con unos padres analfabetos, emigrados del campo a la ciudad; una familia integrada por cinco hermanos, a los cuales se agregarían otros dos más, y con dos de nosotros mostrando signos evidentes de discapacidad.

 

La transición de un internado a una familia, una familia que era “mi familia”, pero que no lo era; unos hermanos que eran “mis hermanos”, pero que no percibía como “mis hermanos” pues, menores que yo, llevaban una vida muy distinta a la mía. Una familia, en fin, que me percibía, en ese entonces, como ajeno y como un accidente en su dinámica.

 

Otra vez, pues bien, esa transición acicateó, aún más, mi elección por la psicología.

 

Las décadas que van de 1970 a 1990 fueron sumamente ricas en sus luchas que diversos movimientos sociales de liberación nacional impulsaron en diversas naciones latinoamericanas y las juventudes que las observábamos nos involucramos, aún más, en la solidaridad para con dichos movimientos. Esos cuatro lustros enmarcan la elección de estudiar la secundaria, el bachillerato y la universidad. Desde mi ingreso a la secundaria, en el año de 1972, ya sabía que la psicología era mi elección, el ingreso al bachillerato, en el año de 1976, en nada modificó mi determinación y, finalmente, con mi inscripción, en el año de 1978, en la Facultad de Psicología me internaba por completo en este campo del saber.

 

Desde mi ingreso a la educación secundaria asumí un compromiso ético y político con los movimientos de izquierda y, no sé aún por qué, consideré que mi formación como psicólogo debiera servir a tal postura.

 

Mientras que la amplia mayoría de compañeros que militaban en esta postura, en el bachillerato, eligieron las carreras de economía, ciencias políticas o derecho, mantuve la determinación por la psicología; una vez dentro de la carrera, la amplia mayoría de compañeros que militaban en esta postura optaron por el área de “psicología social”, yo elegí el área de psicofisiología.

 

Las opciones paradigmáticas dentro del campo de la psicología eran esencialmente dos, el análisis experimental de la conducta y el psicoanálisis. Las herramientas que se enseñaban eran los diseños experimentales de carácter conductual, la psicometría y una gama de técnicas para diseñar programas de modificación de la conducta.

 

Dentro de la Facultad de Psicología, de manera organizada, política y académicamente, tuvimos casi un lustro de conflictos, discusiones, confrontaciones ideológicas, políticas, teóricas y conceptuales, tanto con la Administración de la Facultad, como con una extensa red de docentes y catedráticos. Para intentar, tan sólo ello, disponer de los elementos teóricos y académicos nos dimos a la tarea de diseñar e instrumentar seminarios permanentes de estudio, fuera de la actividad académica y curricular, un grupo estudiantil que lo coordinara, una Federación Nacional de Estudiantes de Psicología (FNEP) y una Federación de Estudiantes de Centro América, México y Panamá de Psicología (FECAMEPS). Mediante estos instrumentos organizativos impulsamos congresos nacionales de psicología (siete, uno por año) y congresos de la FECAMEPS (cuatro, uno por año). Asimismo, tratando de difundir lecturas de otros psicólogos y otros enfoques, publicamos una serie de folletos que intitulamos Lecturas Prohibidas en Psicología.

Con la misma entereza, a partir del año de 1986, me integré como catedrático en la entonces Escuela de Psicología de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), hoy Facultad, y me dediqué a promover esta concepción y enfoque dentro de la psicología.

 

Hoy, poco más de treinta años después, me autoimpuse la tarea de confeccionar y publicar un libro que contuviese diversos ensayos, con diversos tópicos, sustentados bajo los enfoques, categorías, conceptos, premisas, principios y modelos que, desde la década de los años 70 del siglo pasado, junto con otros colegas, hubimos construido; a pesar de ser resultado de un trabajo colectivo, no puedo dejar de señalar que el único responsable de los yerros o aciertos que contenga el texto seré inexcusablemente yo, y nadie más.

 

Por otro lado, debo resaltar el hecho de que esta orientación o tendencia representa el trabajo de medio siglo y que, además, ha recorrido una trayectoria al margen de las vías institucionales y oficiales; por ello es que muchos de los autores referidos o citados, así como la perspectiva y enfoque que le subyace a los diferentes ensayos, puede parecer anacrónica y fuera de época o lugar, es decir, pudiera considerarse utópica y ucrónica.

 

Pese a ello, considero que no es así, y no lo es porque con este trabajo me propongo aportar elementos que propicien una veta prometedora hacia la resolución de la Crisis de la Psicología.

 

Finalmente, la última parte del libro contiene un Glosario de Términos en Psicología y Neuropsicología que espero ayude en la lectura del mismo.