El tercer ojo - Covid-19 y sus consecuencias para américa latina, Según la Cepal (cuarta y última parte).
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
Como podrán recordar, amables lectores que me siguen, entre la tercera y cuarta y última parte de esta serie de colaboraciones dedicadas a las consecuencias del COVID-19 para América Latina (que me propongo finiquitar ahora), escribí una digresión sobre las observaciones que varios ex secretarios de salud de México hicieron pública; una vez concluidas mis reflexiones a tal respecto, me propongo dar por terminada la serie que interrumpí por una valoración de pertinencia.
Manifestaba en la tercera parte de ésta (El tercer ojo, 05 de septiembre del 2020) que: “(…) siguiendo los últimos estudios y estimaciones realizadas y publicadas por la CEPAL, en sus cuatro documentos más recientes, hubimos presentado un panorama sumamente desalentador o dramático y, más que documentar el optimismo, pareciera que reflejamos un pesimismo que raya en la desesperanza o la desilusión”.
Ahora es mi propósito destacar ciertas conclusiones que considero esenciales para cerrar esta tétrada de artículos.
Primera. Según reportes de la Organización Mundial de la Salud, América Latina y el Caribe siguen siendo el epicentro de la epidemia y pandemia del COVID-19. De los 34 millones, 243 mil, 669 casos confirmados en el mundo, han fallecido por esta causa un millón, 22 mil, 876 personas; de estas cifras espeluznantes, descontando las enormes cifras de los Estados Unidos de América, entre México, Brasil, Argentina, Perú y Colombia tienen: 748 mil 315 casos el primero, 4, 847, 092 el segundo; 765, 022 el tercero; 814, 829 el cuarto; y, 835, 315 el último. Es decir, en su conjunto, estas cinco naciones de nuestra sub-región cuentan con 8 millones, 10 mil 597 casos, poco más de los 7 millones 225 mil 504 casos de los Estados Unidos de América. Casi un cuarto del total de los casos confirmados en el mundo. Ahora bien, si sumamos ambas cifras hallaremos la alarmante cifra de casi un 50% de casos en este continente.
Segunda. Tan solo identificar, atender y evitar la muerte, hasta donde ello sea posible de estas tasas altísimas de prevalencia requiere sistemas de salud pública robustos de manera tal que permitan asegurar la atención universal y de calidad que es necesaria para ello; requiere, asimismo, recursos financieros y económicos que permitan dicha fortaleza; de la misma manera, demanda un sistema de investigación científica y tecnológica que provea de conocimientos y recursos aplicados a la salud tanto preventiva, como epidemiológica, de atención y producción y distribución de recursos farmacéuticos y tecnológicos eficaces, así como también la producción y distribución de vacunas de manera universal y gratuita. Ello, como podemos constatar, no existe en ninguna de estas cinco naciones porque las políticas económicas neoliberales que los gobiernos han diseñado y operado desde hace ya prácticamente cinco centurias han empobrecido a las misma y han dejado en la orfandad sus sistemas sociales de apoyo a la población.
Tercera. Hoy por hoy, como podemos constatar, nuestros sistemas de salud siguen siendo claramente clasistas; para el grueso de la sociedad y la población posee un sistema de salud precario y limitado que coloca en los altos riegos de mortalidad a sectores amplios de la población; mientras que, por otro lado, los sistemas privados de salud, con mayores recursos tecnológicos, sólo atienden a los sectores de la sociedad más favorecidos económicamente, con mejores opciones de afrontamiento de las consecuencias del COVID-19.
Cuarta. La tasa de mortalidad mundial por COVID-19 es de 1 millón, 024 mil ,958 personas; de esta cifra, los Estados Unidos de América cuenta con 207 mil 074 personas y, América Latina (referida en este artículo a las cinco naciones señaladas) cuenta con 301 mil 707 personas. Es decir, que, incluyendo a los EUA, nuestro continente abarca la alarmante cifra de 508 mil 781 personas fallecidas; cifra que equivale prácticamente al 50% de la mortalidad mundial.
Para el caso de México la cifra oficial es de 78 mil 078 personas; Brasil 144 mil 680; Argentina 20 mil 288; Perú 32 mil 463; y Colombia 26, 196 personas.
El impacto en la calidad de vida que los familiares de quienes han fallecido por esta calamidad o “peste” encuentran como opción no se ha valorado aun; las consecuencias económicas y psicológica tampoco; mucho menos se ha buscado información sólida y confiable de la procedencia social y económica de esta población.
Únicamente se presentan números y cifras frías, sin rostro, nombre, edad, género, ocupación, posición que ocupaban dentro de los sistemas familiares, etcétera.
Esta última evidencia estadística e informativa muestra de manera fehaciente que el interés de las autoridades y personas que dicen dirigir nuestras naciones está en los espacios que se hallan más allá de los seres humanos. Lisa y llanamente se encuentran en procesos electorales y mediáticos que a la población, en general, no le importa como referente de su vida y su idea de futuro.
Quinta. El futuro incierto de la producción y distribución de medicamentos eficaces para atender una serie de consecuencia de este virus (perfectamente desconocido aún con precisión) se halla muy lejos de cualquiera de estas cinco naciones y del grueso de la población que las conforma; el futuro incierto de la producción y distribución de vacunas eficaces para prevenir la serie de consecuencia de este virus, para nuestra región latinoamericana no es solamente incierta, sino que no podemos avistarla.
Por ello, pensar en una lucha contra los grupos “antivacunas” cuando no hay la vacuna deseada y anhelada es una batalla contra molinos de viento.
Sexta. El diseño de políticas sociales y económicas que “mitiguen” las consecuencias en el empleo y la economía familiar tampoco se vislumbran en América Latina. En fin. Un panorama desolador.