Cuando sea demasiado tarde... - El Ocaso de los Intocables

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde... - El Ocaso de los Intocables

La madrugada del viernes mataron a un exgobernador en un restaurante. Traía 15 escoltas, lo agarraron en el baño (no se sabe si de pie o sentado), y alguien limpió la sangre del suelo y el disco duro de las cámaras de seguridad. Tampoco sabemos si traía cubrebocas: el señor no respetó el #Quédateencasa ni la #Sanadistancia, pero es posible que se lo haya llevado #SusanaBabich. ¿Si agarran la idea de lo que estoy diciendo? Asesinaron a sangre fría a un exgobernador, un Intocable.

            Primero se empezaron a llevar a la gente. Un día llegabas a la escuela o el trabajo y te enterabas que habían secuestrado a fulanito o fulanita. Cuando yo estaba en la prepa, a uno de mis compañeros le compraron una Suburban “para que no lo secuestraran”. El tema del secuestro se puso de moda, era casi el boleto de ingreso a un grupo muy selecto de individuos, no vas a secuestrar a alguien por 5 mil pesos, ¿cierto? Secuestraron a uno, a otro, a otro, a otro. Sopas, renuncia el gobernador en turno. ¿Se acabaron los secuestros? No. Después de un periodo de 20 años, pasamos de la novedad del secuestro de familiares de empresarios importantes y con gran capacidad adquisitiva, pasamos por diferentes modalidades de secuestro: exprés, virtual, colectivo, sumario, terciario, penitenciario… un calvario. ¿Se acuerdan cuando sacaron como a 30 chamacos de un kínder y se los llevaron a desayunar a un restaurante a pocos metros del cine Morelos mientras negociaban el rescate?

            Hace no mucho estaba en una tienda de bisutería en Galerías, saliendo del cine. Mientras esperaba pacientemente en lo que alguien más recorría todas y cada una de las piezas de bisutería puestas al alcance del cliente, un señor, quien cumplía con las mismas obligaciones que su servidor en aquél entonces, me dijo: “¿ves ese niño? Es mi sobrino. Jálalo y haz como si te lo fueras a llevar, le gusta jugar a esconderse.” Me quedé estupefacto (mucho más de lo habitual). No pude ni construir una frase coherente en los 40 minutos que habré tardado en reaccionar, sólo pude negarme con la cabeza. Por mi mente imaginé la reacción de la mamá y los cientos de empleados de seguridad que hay escondidos detrás de las mamparas y los videos de seguridad que llevarían a la Fiscalía para demostrar que su servidor había participado en un intento de secuestro que muy seguramente hubiera sido frustrado por las cientos de patrullas que hubieran llegado a detenerme antes siquiera de llegar a mi coche en el estacionamiento. Después de negarme, el señor resultó si venir en compañía de la madre y del niño, y tuvieron la fortuna de salir del local antes que su servidor. Sigo pensando que fue buena idea negarme a “jugar al secuestro”, sobre todo con personas que no conozco.

            Luego empezaron los asesinatos. Hago el esfuerzo de recordar el caso más antiguo que tenga de un asesinato público, y sólo llego a los colgados del puente de Diana. Con gran seguridad no son los primeros, pero de todas maneras hemos pasado de los colgados, pasando por las porciones de individuo en diferentes cantidades (de porción y de individuo) en diferentes envoltorios, lugares, estados de cocción y exhibición, a tocar a los Intocables. Recuerdo mucho una nota que reportaba el hallazgo de un auto en el que se encontró un cadáver en la cajuela y una cabeza dentro del auto, pero que sólo se presumía que la cabeza pertenecía al cadáver (¡saludos Jimmy!).  Recuerdo el asesinato del Dr. Alejandro Chao Barona, esa manifestación habría juntado unas 100,000 personas, sin exagerar. Yo estuve ahí, tengo cientos de fotos del día, recuerdo que el contingente estaba llegando a la glorieta de Tlaltenango, y todavía no había terminado de salir la gente de la Universidad. Hoy en día sólo suenan y suenan las balaceras en la capital de mi amado estado de Morelos, se escucha que pasa el helicóptero inteligente heroicamente haciendo como que están buscando un puesto de tacos para ir a comer. Ya ni siquiera salen en las noticias los hechos, en los últimos 10 años he habitado en 3 lugares diferentes, y en las 3 ha habido un muerto a menos de una cuadra durante el tiempo que residí en cada inmueble. No alcanzan las notas y los periodistas para documentar la cantidad de hechos. Antes escuchabas un balazo y no sabías si era balazo o petardo. Hoy en día todos somos expertos en distinguir balazos de petardos, y sabemos distinguir entre 6 detonaciones consecutivas, de 20 o 30 detonaciones consecutivas en espacios equivalentes entre cada disparo.

            Poco a poco empezó a caminar la cosa. Secuestraron gente, no pasa nada. Mataron gente, no pasa nada. Yo no sé si el crimen organizado decidió que llegó el momento de empezar a tomar las decisiones hacia adentro de las instituciones, o fueron las instituciones las que decidieron incursionar en estas labores de “gestión social alternativa”. Apostaría que fue en Veracruz donde empezaron a matar a presidentes municipales, por ahí del 2010, si no es que antes. Aquí en el glorioso estado de Morelos creo que ya van dos presidentes municipales a los que les adelantan el proceso natural de la vida. ¿Se les ocurre algún exgobernador morelense que ya esté abordando un avión a Timbuktúlandia en vuelo directo y con escala al cirujano plástico?

            Si es cierto que mi México lleva 60 años de atraso social con respecto a nuestro vecino del norte (no se pierda usted la columna de la próxima semana), al presidente John Fitzgerald Kennedy lo mataron a finales de 1963. La era de los Intocables en México está por morir, y son los mismos Intocables los que la están extinguiendo.