Cuando sea demasiado tarde… - Bitácora del Capitán: Tragedia
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Al final ocurrió la tragedia. El hombre que se había anunciado como representante del amotinamiento del buque que contenía a la población general había desaparecido, la última comunicación que se había recibido mostraba a un hombre de gran tamaño, vestido con pantalón de mezclilla y camiseta blanca de tirantes. Sostenía en su mano derecha los lentes del anterior representante, manifestando que había sido relegado del mando, y ahora las cosas se determinarían conforme la población general dictaminara. El primer dictamen de la población general fue que era preciso ejecutar a dicho individuo por no representar dignamente sus intereses, y lo habían lanzado por la esclusa. La gran barriga del hombre se movía al unísono de la risa emitida por tal individuo, antes de suspender la transmisión. Un hombre al que no le faltó experiencia suburbana, manifestó la Teniente al ver la comunicación por 5ª ocasión. Había llegado una solicitud de parte del Gran Almirante sobre el dossier de dicho individuo, el cual no aparecía en ningún manifiesto de personal o de población general. Nadie sabía quién era, o cómo había abordado el buque. Dado que la definición de los hologramas no permite determinar sus huellas digitales, habían tenido que depender de reconocimiento facial, y las bases de datos no arrojaban ningún resultado. Nadie sabía quién era, y ninguna comunicación había sido efectiva posterior a su última comunicación.
El Capitán se mantenía frente al domo, observaba la alineación de la flota al mismo tiempo que revisaba todos los reportes que recibía de las otras naves de comunicación. Nadie sabía quién era, y ningún oficial de comunicación lo había visto antes. Hasta no obtener sus huellas digitales o una muestra de su ADN, no había forma de identificarlo. La frustración en la cúpula de comunicación era visible, era su responsabilidad tener conocimiento de tales cosas. Los oficiales encargados de la gestión de la población tampoco deben de estar extáticos de alegría, sostuvo la Teniente. La responsabilidad de los censos de todos los buques recaía en ellos, y este error debía de ser solventado lo antes posible. ¿Quién era dicho hombre, y cuáles eran sus intenciones?
Un documento apareció de pronto frente al Capitán. Una de las naves de comunicación había preservado una copia de los manifiestos previos a la Plaga de la Mente. Había un puñado de individuos que lidereaba la misión de colonizar Europa que no había logrado abordar ningún transbordador de la Tierra al astillero, pero que tenía códigos de acceso para acceder a las terminales de operación de un número determinado de naves en función de su altura en la escala alimenticia militar. Sólo el oficial a cargo de la misión de comunicación de la flota tenía acceso a tales registros. Navegante, atiende sólo mi terminal por favor, necesitamos hablar. El Capitán se sentó en el sillón de mando y colocó un auricular en su oído. Necesito acceso a la lista de los códigos de las terminales del buque que se mantiene amotinado. No creo que sea casualidad que el buque de mayor envergadura sea el que se resiste a regresar el mando a la flota.
No alcanzó siquiera a realizar la operación, cuando sonó una alerta en el puente de mando. Capitán, ¡tenemos movimiento! La Teniente corrió a la orilla del domo. El Capitán se retiró el auricular y en cinco grandes pasos se colocó junto a ella. El espectáculo fue magnífico y horrífico al mismo tiempo. La alerta militar sonó en toda la nave, y todos los estrobos de toda la flota se activaron al unísono, la cantidad de luz emitida por todas las naves daban la impresión de que un pulsar se había desencadenado en la órbita terrestre. Lentamente, el resto de la tripulación de la cúpula de la nave de comunicaciones se congregó frente al domo. Navegante, apaga la alarma, instruyó el Capitán. Se escuchaban algunos comentarios de incredulidad, otros de asombro. Era un escenario que difícilmente se hubiera contemplado dentro de los manuales de procedimiento, y el Gran Almirante hizo todo lo posible por evitar la tragedia, aunque el resultado de sus instrucciones hubiese terminado siendo contraproducente.
El buque amotinado comenzó a iluminarse. Las turbinas de impulso parpadearon por algunos ciclos y se iluminaron con gran furia. La nave viró y apuntó directamente hacia la Tierra. Los propulsores laterales también se iluminaron, el movimiento de coloso lo llevaba lentamente, aunque con cada segundo que pasaba su velocidad era mayor, con el propósito de retirarlo de la órbita y entregarlo de nuevo a la gravedad terrestre. El astillero abrió todas las compuertas de los hangares. Un mar de cazas despegó rápidamente y se dirigió a máxima velocidad hacia el buque, su misión era inhabilitar los propulsores antes de que la nave perdiera la órbita irremediablemente. Uno a uno se fue deshabilitando, pero debido a la precisión que se requería para destruirlos sin dañar el resto de la nave, el esfuerzo fue en vano.
La flota entera se detuvo. No hubo tráfico en los canales de comunicación, y todas las naves se habían posicionado mirando directamente el espectáculo. La última de las turbinas del buque se apagó debido al ataque de los cazas, pero la nave ya no pudo detener su marcha. La gravedad de la Tierra la tomó entre sus amorosas manos y lentamente la atrajo hacia sí. Un quinteto de naves de arrastre salió del astillero a toda velocidad, tres de ellas alcanzaron a acoplarse sobre la superficie del casco del buque. Las naves cuatro y cinco no se pudieron acoplar debido a la velocidad con la que viajaba la nave, y se resguardaron justo en la orilla de la órbita. La flota entera no pudo hacer más que mirar como el buque entero, y las pocas naves que buscaron prestar sus retropropulsores, se desplomaban a gran velocidad hacia la superficie de la Tierra, su órbita irremediablemente perdida.