El Tercer Ojo - Notas sobre el eufemismo ¨Exceso de Muertes¨
En opinión de J. Enrique Álvarez Alcántara
Estimados lectores, esta ocasión, como refiere el título de la presente colaboración, trataré el asunto de la “mortalidad en exceso”.
El propósito de saber cuántas personas han fallecido a causa de las consecuencias derivadas de la presencia del virus del Covid-19 en México ha enfrentado una serie de dificultades devenidas de la metodología de medición de la misma; en virtud de este asunto se tienen dos datos que se hallan separados significativamente.
Mientras que la Secretaría de salud, por un lado, reporta hasta la fecha en que escribo este artículo una cantidad de 301 mil 469 personas fallecidas como consecuencia de la presencia de la epidemia o pandemia actual, por otro lado, la misma institución refiere en una publicación oficial denominada “Exceso de mortalidad en México por todas las causas, durante la emergencia por COVID-19, México, 2020-2021” que el total de las “defunciones esperadas” para ese periodo era de 1 millón, 425 mil, 427 personas y, contra lo esperado, se tuvo un total de 2 millones, 80 mil, 489 “defunciones observadas”. Es decir que, contra lo esperado, se tuvo una diferencia de 655, mil 062 personas fallecidas por causas diferentes a las que han provocado, antes de la “emergencia por COVID-19”, diversas circunstancias. Debo señalar que la fecha de actualización presentada por la Secretaría de Salud es el 03 de enero del 2022.
Ergo, ¿Son 301 mil 469 personas fallecidas a consecuencia del COVID-19 o, atribuyendo la causalidad de la diferencia mostrada por el Exceso de mortalidad al mismo virus, son 673 mil 251 personas?
La conclusión derivada de la interpretación de esta diferencia, desde luego, requiere mayor rigor metodológico que la valide; sin embargo, el sentido común ha permitido a muchos opinadores sostener que la “mortalidad real” durante la emergencia por COVID-19, es por lo menos, del doble de lo informado por el Dr. Hugo López Gatell.
Ahora bien, en la batalla por ganar el discurso sobre esta condición que ya lleva dos años, han emergido otras interrogantes.
Asumiendo que, en efecto, la epidemia y pandemia, por sí mismas, permiten comprender y explicar estas cifras alarmantes de mortalidad considero necesario adicionar estas otras cuestiones:
¿Las políticas públicas confeccionadas e instrumentadas por el gobierno en turno han contribuido significativamente con la magnificación de esta situación dramática que no puede ser explicada únicamente por la presencia del virus y sus variantes?
¿Puede encontrarse en esta diferencia la intención deliberada de “ocultar” la información real por parte del gobierno en turno, por razones de carácter político?
Más aún, ¿Con ello se oculta también que ha sido errónea y “criminal”, además de irresponsable, la estrategia de afrontamiento diseñada y operada por el gobierno en turno?
¿De haber realizado las acciones que los “críticos” y opositores “sugirieron” como mejor estrategia para afrontar la epidemia y pandemia, el “exceso de mortalidad” y la “mortalidad oficial” a consecuencia del COVID-19 sería significativamente menor?
Parece que las respuestas a estas interrogantes no dejan de ser sumamente especulativas e intencionalmente enmarcadas dentro de la lucha por ganar el discurso político y mediático porque no se dispone de herramienta metodológica alguna que valide la verosimilitud o probabilidad de que ello sea así.
Por otro lado, por parte del gobierno en turno, se ha considerado una cuestión que los “críticos” y opositores omiten, considero, deliberadamente. A saber, el estado del sistema de salud pública que recibió el actual gobierno de manos de los gobiernos precedentes –sean del PRI o del PAN— y que claramente se admite estaba desarticulado, empobrecido, burocratizado y saqueado; por considerar, además, las concepciones limitadas sobre la salud pública reducida a una “medicina curativa”.
No se puede omitir el hecho de que las condiciones que dejaron los gobiernos corruptos e impunes anteriores fueron desfavorables para afrontar exitosamente la emergencia pandémica y, a su vez, fueron caldo de cultivo de esta tragedia que, protegidas por las políticas internacionales de favorecimiento de los grandes potentados que poseen el poder económico y político mundial –léase la industria químico-farmacéutica, de los recursos biomédicos y del mercado por internet— limitó enormemente la capacidad de respuesta de las naciones encuadradas dentro de la división internacional del desarrollo en el campo de las naciones pobres.
No tengo duda de que la reducción de la estrategia a un enfoque biomédico –excluyendo elementos psicosociales, económicos o culturales—, tanto globalmente como nacionalmente, aporta sus elementos para explicar y comprender la dimensión no sólo estadística o numérica de la tragedia.
Más de 600 mil personas fallecidas durante esta emergencia –o aún las poco más de 330 mil— trascienden con creces las representaciones estadísticas y numéricas.
Humanamente comprendido, debiera permitirnos, a la hora de valorar esta experiencia, autocríticamente, reconocer errores, omisiones y responsabilidades para que podamos estar en mejores condiciones ante cualquier otra emergencia futura.
Hasta la próxima.