La Educación en Morelos: identidad, pedagogía y bibliotecas

En opinión de Juan Carlos Jaimes

La Educación en Morelos: identidad, pedagogía y bibliotecas

Sin duda, la educación es medular para la humanidad, es inherente a la naturaleza misma del hombre, no se puede concebir una sociedad sin educación. Y ésta, es todo un subsistema dentro del sistema político de cualquier Estado (organización política soberana), por lo que podemos decir que sin educación no podría subsistir la especie humana, he allí su gran valor. Pero entonces, si tal es la relevancia de la educación, ¿por qué muchos gobiernos, como el mexicano o el morelense, no atienden las fallas y problemáticas educativas tan añejas que en plena era de la digitalidad siguen imperando?

Al menos, en el caso de nuestro país, vemos un problema estructural que tiene que ver con la forma de gobierno, y se trata del federalismo, un modelo copiado del estadounidense pero mal adaptado al ámbito mexicano, ya que se concentra el poder en la instancia federal y por ende las entidades federativas están a expensas de aquel, teniendo un efecto en la materia educativa, que de acuerdo al modelo federal la vuelve concurrente, es decir, intervienen en ella los tres niveles de gobierno, por lo que, cada Estado de la República se queda con sus problemas educativos y todo lo que implican, mientras que la Federación los controla con el tema presupuestario y con los contenidos en política educativa: Los Estados hacen lo que papá Gobierno Federal manda, y si no, los relegan como los Estados de Oaxaca o Michoacán, donde la CNTE, tiene sus principales semilleros.

Y en esta sinergia, en muchas aulas de Morelos, entre pizarras que guardan más tiza que historias y mochilas que pesan más de lo que deberían, late una educación que busca algo más que fórmulas y fechas aprendidas de manera mecánica sin buscar un aprendizaje significativo. Por lo tanto, estamos frente a una educación que intenta, con torpezas y aciertos, enseñar a ser: a ser ciudadanos, a tener una identidad como parte de un grupo social, aprender a ser parte de un lugar que tiene aroma a tierra mojada, murales que cuentan leyendas y plazas que han visto generaciones pasar.

Bajo esta tesitura teleológica, enseñar la identidad morelense no es tarea sencilla, siendo que es vital para generar cohesión social. No basta con recitar nombres de héroes o fechas de batallas, sino, además, es entender que cada canción, cada danza, cada artesanía, es un espejo donde los niños pueden reconocerse y comprender su contexto. La escuela se convierte en un laboratorio donde lo abstracto —la historia, la cultura, los valores— se vuelve tangible: un huerto escolar que enseña paciencia, un taller de cerámica donde se moldea más que barro, o una clase de música que, entre notas y silencios, recuerda que Morelos es ritmo y memoria.

Pero la identidad no se aprende en el vacío. Paulo Freire mencionaría que educar es un acto liberador, un diálogo que transforma tanto al maestro como al alumno. Lev Vygotsky nos enseñó que el aprendizaje ocurre en la interacción social, en el espacio donde la guía del otro permite descubrir el mundo, y en ese sentido la educación es una construcción social. Y aquí surge una pregunta inevitable: ¿qué sucede cuando los alumnos no tienen acceso a fuentes confiables, cuando la historia y la cultura se cuentan solo de manera fragmentaria o incompleta?

Es en ese punto donde cobran relevancia las bibliotecas públicas de Morelos, que vaya que, en estos tiempos de las tecnologías digitales, han pasado a un segundo o tercer plano. Ahora, la mayoría de la información se pretende sacar de un buscador en internet, cosa que no está mal; no obstante, se magnifica la inmediatez, sin vivir la experiencia de profundizar más e ir a recursos más especializados como lo son las bibliotecas, que en nuestro contexto deben reinventarse. Tenemos que enfatizar que estos espacios no son solo estantes con libros; son auténticos laboratorios de identidad y conocimiento. Permiten que los estudiantes, docentes y la comunidad en general puedan explorar, contrastar y cuestionar la información. Una biblioteca bien equipada es un puente entre la tradición y la modernidad, entre la historia local y las perspectivas globales.

Sin embargo, muchas bibliotecas enfrentan retos: tienen recursos limitados y desfazados, espacios poco atractivos, y, a veces, la indiferencia de quienes deberían valorar su existencia. Preguntémonos entonces: ¿qué mensaje estamos enviando a los jóvenes si no aseguramos que tengan acceso a conocimiento confiable? ¿Cómo podemos enseñar a pensar críticamente sobre la identidad y la cultura si no contamos con fuentes que respalden la reflexión?

Quizá la verdadera lección que nos ofrece esta educación enraizada en la identidad y apoyada en recursos adecuados es que aprender no es memorizar. Aprender es reconocer, cuestionar y transformar, que, en términos más precisos, aprender a pensar. Cada aula que logra enseñar esto, y cada biblioteca que abre sus puertas con recursos suficientes, es un acto silencioso de filosofía práctica: enseñar a pensar y a reflexionar, enseñar a ser, enseñar a ser Morelos.

Al final, saltan preguntas inevitables: ¿Qué significa realmente educar en nuestra tierra? ¿Es preparar para pasar exámenes o preparar para la vida misma? La identidad, la pedagogía y el acceso al conocimiento se entrelazan, concluyendo que, educar con sentido requiere que cada niño pueda descubrir su historia, su cultura y el mundo del que forma parte, con las fuentes necesarias para cuestionar y configurar su propio pensamiento, es decir, construir su conocimiento apoyado de un guía con los recursos necesarios como las bibliotecas, en aras de educar para liberar, no para someter.

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