Imaginación, izquierda y ¿realidad?
En opinión de Carlos Morales Cuevas
Casi al mismo tiempo que inició la crisis por la covid-19, empezaron a surgir un sinfín de voces de izquierda que, con cierto “optimismo de la voluntad” afirman que la pandemia es algo así como los nudillos que por fin tocan a la puerta del fin del neoliberalismo. Nada más falso.
Gramsci decía que había que “afrontar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad”; sin embargo, algunos quizá están basando sus predicciones, para el futuro cercano, en lo que llamamos fe, dejando de lado lo que también podríamos denominar como el “pesimismo del intelecto”. Fe no en un sentido auténtico, ya que, como sabemos, por definición, fe es “creer en lo que no se ve” y, ahora esas voces que se abren paso entre el bullicio ven muy claramente un capitalismo en crisis, lo cual es un hecho innegable y cuasi tangible. Sin embargo, cuando esto pase, las mayorías (las masas) querrán regresar a “la normalidad” (no porque sea “cómodo” para ellas, sino porque algo diferente significaría transitar hacia la incertidumbre), esperan que las cosas continúen tal como estaban antes de la pandemia; esa es la tentación que debe combatir la izquierda ahora que el momento se presta para insistir en la necesidad del cambio radical. Lenin lo demostró en su momento, en teoría y en práctica, no hay un momento idóneo para la revolución.
Los neoliberales saben bien que “sólo una crisis, real o percibida, da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente”, por lo que es necesario “desarrollar alternativas a las políticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo políticamente imposible se vuelve políticamente inevitable”, son palabras de su referente de cabecera, Milton Friedman. La ultra derecha, el neofascismo y la derecha populista han sabido crear rentabilidad política y económica de los escenarios de crisis; mientras la izquierda se ha dejado arrastrar por la falta de ambición programática, planificadora y coordinadora que impulse un cambio radical y, además, deja evidenciadas las dificultades que tiene para organizar bases sociales sólidas, apostándole, como ya dijimos, en algunos casos, a la superación imaginaria del neoliberalismo.
El capitalismo funciona como una especie de engranaje que carece de moral y lógica, cuyo funcionamiento depende de la cosificación de las relaciones sociales. Las crisis han sido históricamente parte inherente del sistema, una crisis es una etapa en la que se evidencian, aún más que en sus etapas de “estabilidad”, sus propias contradicciones y, generalmente se vuelve más notable la indiferencia del capital por la vida humana y sus condiciones materiales; sin embargo, nada de esto significa que una crisis nos pueda llevar automáticamente a un proyecto social más equitativo. Al contrario, de hecho, el capital tiende a concentrarse y, por ende, las brechas sociales se hacen aún mayores.
Ahora bien ¿Cómo resuelve el capitalismo sus crisis? El capitalismo tiende a reconstruirse usando su alta “creatividad” bélica. La historia nos ha demostrado que, la guerra ha resultado el negocio más rentable de este mundo. Ejemplo y sólo ejemplo de esto, podría ser la última crisis en Libia y Siria o, las sanciones y amenazas contra Irán y Venezuela o, ataques de otro tipo como el golpe de estado perpetrado recientemente en Bolivia. Es quizá aún muy temprano para pronosticar el fin del imperio estadounidense, empero, China ha venido ganando terreno durante esta crisis por coronavirus, especialmente en términos de visibilidad mediática. Sin embargo, hay algunos factores que no se deben perder de vista en el mapa, pensemos, por ejemplo ¿qué es más peligroso que un imperio en declive, con la autoestima herida y, además, con una capacidad de destrucción incomparable, con bases militares y soldados repartidos por todo el globo terráqueo? Aun si China lograra establecer su hegemonía político-económica, la hegemonía militar de EE.UU. está muy lejos de ser alcanzada.
Por otro lado, en muchos países, el confinamiento por la crisis de la covid-19, ha servido para hacer llamados a la “unión nacional” con discursos patrióticos (y/o patrioteros), lo cual podría afectar las relaciones internacionales, así como la vida pública en general. Ha resultado sencillo para muchos ignorar la guerra (más bien genocidio) en medio oriente, o el bloqueo económico contra Cuba, por ejemplo; pero esta crisis cobra mayor relevancia y no se puede obviar cuando atenta contra cada uno de nosotros e incluso contra los sectores “élite” de los países privilegiados. La crisis ha destapado multitud de tendencias ideológicas en la llamada sociedad civil, desde aquellos que sostienen que, ya que es inevitable que un número indeterminado de personas muera, lo realmente importante es salvar la economía; hasta los que creen honestamente que se puede reestablecer un equilibrio de las economías mientras se salva el mayor número de vidas posibles. Sin embargo, lo más importante es que muchísima gente está viendo con alta nitidez que la vida humana debe estar por encima de las grandes corporaciones, por sobre la economía y; la idea de “defender” y apoyar a los más vulnerables se está revelando no como una ideología, sino como simple sentido común.
Hasta hace poco la crisis era política, económica, ecológica y cultural. Hoy, sin que sigan coexistiendo todas las anteriores, la crisis es, sobretodo, sanitaria. El término crisis ha perdido en sí mismo su sentido; es decir, la crisis ya no es el momento de excepción, sino la norma. ¡Vivimos en crisis! Quizá ahora, la diferencia radica en que hoy los salvadores del mundo son trabajadores que muchas veces laboran en estados de precariedad: médicos, enfermeras, paramédicos, transportistas, personal de supermercado; en fin, gente de a pie y no los grandes agentes económicos que han pretendido en las últimas décadas ser constantemente “salvadores” del mundo, aquellos que nos han (mal) acostumbrado a buscar una respuesta particular para cada crisis que afrontamos, así: “la crisis ecológica se resuelve con energías renovables; la crisis económica suprimiendo la conducta irresponsable de banqueros ambiciosos y especuladores corrompidos; la crisis política con mayor democracia y acabando con el sistema de partidos”, etc. y, esas “soluciones particulares” nos han llevado a olvidar que vivimos en un mundo dialéctico, en el cual nada es fortuito y, en gran medida, las crisis actuales son correspondientes simple y llanamente al modo de producción capitalista.
Decía Bertolt Brecht que “la esperanza está latente en las contradicciones” así que, la izquierda tendrá que dejar de imaginar futuros desconectados de la realidad y, analizar profundamente la radiografía de la actual situación; empero, ir más, mucho más allá del mero análisis y, si se tiene el genuino propósito de construir una fuerza transformadora en beneficio de las mayorías, activar la acción política en las alternativas que puedan responder a los anhelos y necesidades de una “vida mejor” en común.
PD.
“una verdad sólo puede ser válida para una época”, diría el gran pensador peruano José Carlos Mariátegui, quien falleció contando apenas con 35 años de edad y de quien se cumplieron este pasado 16 de abril, 90 años desde su partida física.
Según Antonio Melis, Mariátegui es el primer marxista en América Latina, lo digo así, en presente porque a pesar de su partida física, sus artículos y ensayos permanecen imperecederos y, de hecho, podríamos decir que cada vez son más actuales. La originalidad de este autor, con su sello indoamericano, debe seguirse leyendo, así que… esta puede ser una opción más de lectura para esta cuarentena que será de muchos más de cuarenta días, según las últimas disposiciones oficiales del gobierno federal.