El Senado como síntoma: la degradación de la política mexicana
En opinión de Héctor Martínez

Todos recordamos el altercado entre Fernández Noroña y Alito Moreno en el Senado de la República el pasado 27 de agosto, un acto totalmente lamentable que evidencia la degradación de la política mexicana. Aquí no se encontrará un desglose exhaustivo exclusivamente del hecho mencionado, tampoco se dará una opinión partidista de ningún tipo, no es el objetivo, sino el significado real en el plano político: la fragmentación de los representantes de la ciudadanía, quienes, en lugar de ceñirse a las directrices de la democracia, se prestan al circo e impulsos que, como ciudadanos, debemos rechazar y manifestar nuestro descontento.
No es un secreto la polarización de la que somos testigos, podría especularse si lo ocurrido en el Senado fue producto de la polarización misma que, primero, influenció al electorado y que ahora ha impregnado a los legisladores, quienes deberían comprender las narrativas que se llevan desde sus mismos partidos y la de los adversarios para tomar medidas y contramedidas. Lo que en realidad observamos en la práctica son contradicciones entre su actuar y sus agendas políticas, las cuales intentan justificar con consignas vacías y repetitivas, no hacen más que demostrar una crisis de identidad, tanto en la oposición como en el partido gobernante. Nos encontramos en el panorama de una débil oposición y un partido gobernante inconsistente.
Una vez llegada la cobertura mediática sobre el asunto, figuras como Manolo Jiménez, gobernador de Coahuila, se pronunció sobre el suceso que, lejos de llamar a la mesura, declaró: “Yo pienso que el expresidente del Senado se lo merecía” y aunque intentó matizar sus palabras señalando las “provocaciones previas” de Fernández Noroña que había “generado mal ambiente”, sus declaraciones no solo evidencian un exabrupto personal, sino una cultura política degradada.
Pero no nos quedemos en las declaraciones, veamos qué nos dicen sobre el estado actual de nuestra ‘clase’ política y su deterioro. No sorprende entonces datos como los del INEGI: a nivel nacional, solo el 34.5% confía en las cámaras legislativas (ENCIG-2023). ¿Qué observamos? Es una clara señal de una crisis más profunda. La reiteración de casos negativos en la política mexicana, sin importar el partido, no ha hecho más que exacerbar el descontento general de la ciudadanía. Esto lleva a lo que advertía Norbert Lechner, desde los años ochenta: la crisis de legitimidad en América Latina, es decir, el deterioro de la confianza ciudadana en las instituciones y la incapacidad de la política para articular consensos y responder a las demandas sociales que en verdad representen las necesidades inmediatas.
No es solo el 27 de agosto, ha sido en infinidad de ocasiones que vemos sucesos decepcionantes en el ámbito político, sin distinción de partidos, lo que hace acrecentar la desconexión entre los ciudadanos y sus representantes. Ya no es un problema de representación, es un problema más profundo: el de la credibilidad misma en las instituciones. Recuperar la credibilidad y confianza no será un paso sencillo, es un riguroso camino que se debe recorrer con urgencia. Los partidos políticos, todos sin excepción, están obligados a mostrar un compromiso genuino con la ciudadanía. Más allá de simples discursos vacíos, el panorama actual requiere hechos. Mientras no asuman esta responsabilidad de manera colectiva, sin importar ideología o color, la degradación de la política seguirá siendo el mayor obstáculo para consolidar nuestra democracia. Cuando la política se degrada, no sólo se hunden los partidos: se erosiona el futuro de todo un país.