Caricatura Política - Europa 2 -no hay culturas perfectas, pero…
En opinión de Sergio Dorado
En la entrega del jueves pasado conté mi deseo de escribir algunas cosas sobre mi viaje de dos semanas por Europa, que concluyó el día 28 de octubre del año que transcurre. Regresé como borrego apaleado después de un vuelo de trece horas con escala en Madrid y procedente de Dusseldorf, Alemania, que aterrizó finalmente en la capital de México, algo así como a las cinco de la mañana. Por eso, en la entrega del día de hoy, estimado y único lector, me permito su venia y escribo ahora sobre el tema de la seguridad de México, vista desde la terraza de mi amigo Waldemar Hiller, una mañana en Metlathe, Alemania, mientras bebía con placer mi infaltable café matutino y fumaba un apetitoso cigarro para el frío.
En el subterráneo de París, un muchacho de aspecto marroquí o algo así, intentó robarme, y de ahí salió el tema en la terraza mañanera de mi amigo. Fue en el sitio donde uno inserta su boleto en la ranura de la máquina para que abra las aspas y pueda uno sumergirse en el submundo del transporte público parisino. El ladrón, a mis espaldas, abrió el zipper de la bolsa pequeña de mi mochila mientras yo metía el boleto, pero la máquina se atrancó y yo nada sentí. Gaby, la esposa de Waldemar, sin embargo, quien estaba ya del otro lado, vio al ladrón in fraganti.
-“Hey, hey, hey” –le dijo fuerte Gaby al parisino desde la barrera mientras me señalaba el suelo, donde mi libreta de notas y unos audífonos estaban tirados. Casi chocamos cabezas el ladrón y su servidor, pues ambos nos agachamos a recoger mis pertenencias al mismo tiempo; yo, preocupado por mis notas; y él, fingiendo alcanzar de antemano mis bienes para entregármelos en las manos como quien ha hecho su buena obra del día con un viejo extranjero.
-Mercy –agradecí yo con mi mejor francés que apenas llega a un par de palabras mal pronunciadas. Ese encuentro, desde luego, causó un embotellamiento momentáneo en la fila, donde el ladrón y yo éramos el obstáculo. Ya del lado de Gaby, por alguna razón volteé la vista y vi que un policía tamaño orangután me saludaba desde dentro, no sé porqué me dio la impresión que el ladrón y el policía estaban coludidos, pues a lo lejos, y ya en camino a la toma del subterráneo, alcancé a ver que la ley y el hampa platicaban amigablemente.
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Otra mañana en París, fría y con café negro, Waldemar me dio una noticia corta de lo que había sucedido en Culiacán, donde el hampa aventó con el pecho al ejército mexicano hacia atrás, mostrando que quien manda en el país está en entredicho. Después del delicioso desayuno, que compartimos con buen humor con nuestras esposas Cristina y Gaby (que consistió en queso de cabra untado en croissants recién horneados, salami y salmón rebanado, fruta diversa picada, aceitunas y otros tipos de quesos acompañados con suficiente café), entré en internet y me informé de Culiacán con más detalle.
Pensé que de haber estado en México durante el culiacanazo, probablemente lo habría percibido de otra manera, como algo que gradualmente se ha vuelto cotidiano. Desde Europa, sin embargo, sonó alarmante: ¿las familias del ejército rodeadas por sicarios dispuestos a matar si no se liberaba a Ovidio Guzmán? Digo, yo fui casi víctima de un robo en París, pero el resto del viaje en Europa, especialmente en Alemania, tuvo una atmósfera de paz y seguridad que causaba mucho sosiego personal. Incluso una noche, después de ir a un bar a escuchar una banda de jazz, caminamos por las calles oscuras de una villa cercana a Meltmathe para regresar a casa sin problema.(El tema de la conversación durante la caminata nocturna versó sobre nuestros favoritos del jazz, donde se incluyó músicos tales como Duke Ellington, Ella Fitzgerald, Billie Holiday, entre otras concordancias.
Lo de México, ya en el terreno personal de un mexicano más, es ya una barbarie extremosa. Desde luego que no hay culturas perfectas, pero hay dimensiones de imperfecciones extremosas entre lo que sucede en México y otras naciones del primer mundo. Repito: Lo de México es ya una barbarie, que hasta ahora, ya bien por inteligencia o armas, el crimen ha sabido superar a la autoridad oficial, y quién sabe hasta dónde llegará la violencia mientras alguien no acierte a poner el orden en un gobierno que aspira a emular países nórdicos de Europa.
A nivel local y sobre el mismo tema, lo que acaba de suceder en la penitenciaría de Atlacholoaya, Morelos, y salvadas las proporciones respecto a Culiacán, es otro ejemplo de infiltración y poder del crimen que no nos deja roncar a gusto.
¿Hasta cuándo?