Observador político - En el banquillo de los acusados, alcaldes de Morelos

En opinión de Gerardo Suárez Dorantes

Observador político - En el banquillo de los acusados, alcaldes de Morelos

La impunidad en Morelos no solo es un síntoma de debilidad institucional, ya que es, cada vez más, un modo de gobierno, por ello el vínculo entre autoridades municipales y grupos del crimen organizado ha dejado de ser un rumor para convertirse en una constante, casi un patrón funcional del poder local. Todo ello, tras las recientes investigaciones que involucran a al menos ocho alcaldes, según el delegado de la Fiscalía General de la República (FGR), Hugo Bello Ocampo, lo que revela un sistema podrido desde su raíz.

JESÚS CORONA Y AGUSTÍN TOLEDANO.- Los casos más emblemáticos de corrupción son los de Cuautla y Atlatlahucan pero además, los más escandalosos, tras el video en el que se muestra a los presidentes municipales, Jesús Corona Damián y Agustín Toledano Amaro, reunidos con un líder del Cártel de Sinaloa en la región oriente.

Y, sin embargo, ¿qué podemos esperar del seguimiento institucional, si hace apenas unos años vimos al exgobernador Cuauhtémoc Blanco fotografiarse con tres líderes criminales y no pasó absolutamente nada? En aquél entonces como hoy mismo, la FGR, optó por el silencio cómplice. La justicia en Morelos no es ciega, es cínica.

Lo más grave es que este desmoronamiento no ocurre de forma espontánea, debido a que es facilitado por una cultura política de negocios oscuros, favores cruzados y pactos de silencio, sobre todo, por la estructura de seguridad que está contaminada hasta el tuétano, según las palabras del secretario de Seguridad, Miguel Ángel Urrutia, tras informar que al menos ocho encargados de Seguridad Pública municipal reprobaron los exámenes de control y confianza.

Pero además, no es casual que municipios como Huitzilac, Temixco y Xochitepec aún no tengan titulares de seguridad confiables, Ayuntamientos que por cierto, los tres, han sido señalados sus respectivos alcaldes, con presuntos vínculos con integrantes de delincuencia organizada y pese a ello, los tres siguen despachando en sus respectivos cargos por lo que todo indica, están tranquilos porque saben que en Morelos no pasa absolutamente nada y si no, que se lo pregunten al diputado federal, Cuauhtémoc Blanc Bravo.

Ciertamente, en muchos casos, ni siquiera hay policías municipales por lo que el Estado ha abandonado su función elemental de proteger a su ciudadanía, mientras los criminales llenan el vacío. La “Mesa de Coordinación por la Paz” suena más a gesto publicitario que a solución efectiva.

Incluso los intentos de dignificar la labor policial lo que evidencia que el problema no es de individuos, sino es estructural; la política de seguridad en Morelos ha sido capturada por la lógica del narcoestado. Una izquierda crítica no puede cerrar los ojos ante esta evidencia.

HUITZILAC: EL SILENCIO CÓMPLCIE DE UN PODER ABADONADO.- En Huitzilac, el asesinato de un funcionario, las desapariciones, los secuestros, los asesinatos múltiples, el robo de autos, la tala de árboles y el saqueo de la tierra no son solo crímenes aislados: son la consecuencia de un sistema que prefiere callar antes que enfrentar la violencia que ha devorado a las comunidades.

El escenario en el que se desenvuelven estos delitos, acompañado por la tala de árboles y la impunidad más absoluta, revela una verdad incómoda que nadie parece querer admitir: los responsables de la seguridad no están cumpliendo su deber, y lo que es peor, están dejando que la tragedia se repita una y otra vez.

César Dávila, el presidente municipal, se ha mostrado incapaz de dar una respuesta clara ante el cuestionamiento más básico: ¿puede garantizar la seguridad de su pueblo? Su silencio, al evadir una entrevista en lugar de confrontar las preguntas, es más que una simple falta de comunicación; es la revelación de un miedo palpable que refleja su propio fracaso. Huitzilac no necesita un alcalde que se esconda de las cámaras ni que se excuse en discursos vacíos. La falta de respuesta a esta interrogante es un grito desesperado, un reconocimiento tácito de que no hay control, no hay planes, no hay políticas efectivas. Sólo hay una huida constante del problema.

Desde una izquierda que defiende la vida, la dignidad y la justicia, resulta completamente inaceptable que se nos siga tranquilizando con promesas de operativos conjuntos con el Ejército o la Guardia Nacional, que son solo una fachada para mantener la imagen de control. César Dávila, en su desesperada defensa, asegura que no hay extorsiones ni cobros de piso, y que él no ha sido presionado. Pero, ¿realmente puede un dirigente medir la seguridad en función de su propia experiencia personal?

UN ALCALDE SIN CONFIANZA.- ¿Acaso el hecho de que a él no lo hayan tocado, lo exime de la responsabilidad de garantizar la seguridad para todos? Esto refleja la mentalidad egoísta y desconectada de un gobierno que, en lugar de escuchar el clamor de la gente, se concentra en mantener su propia tranquilidad mientras el pueblo sufre.

Es esencial comprender que este discurso de la "coordinación" de fuerzas de seguridad y las promesas de un "pronto operativo" son solo un parche temporal. No son respuestas efectivas. En Huitzilac, como en muchas otras partes del país, se hace un pacto del olvido: el silencio frente a la violencia. Los gobernantes locales y estatales optan por no ver la realidad, mientras se esfuerzan por proteger su imagen política, como si las estadísticas y los muertos pudieran desaparecer con palabras vacías.

Desde una postura crítica, esta falta de acción y de voluntad política refleja los males del neoliberalismo que siguen atravesando a nuestras comunidades. Un sistema que, en lugar de invertir en la seguridad real y en el bienestar de la gente, prefiere hacer alianzas con quienes siembran el miedo, el narcotráfico y la desesperanza.

Y cuando el pueblo se ve sumido en la violencia, la respuesta de los poderosos siempre es la misma: más simulacro, más demagogia, más espectáculo.

El propio Dávila no se da cuenta de que su inacción es parte de ese espectáculo en el que las víctimas son solo estadísticas y la violencia un tema que se discute en las mesas, sin llegar nunca al corazón de los problemas.

Lo que Huitzilac necesita no es un alcalde que evite el escrutinio, sino un líder valiente que enfrente la verdad sin tapujos. Lo que Huitzilac necesita es justicia, es una política de seguridad que se construya desde las bases, con la participación de la comunidad y que verdaderamente combata las raíces del problema. Lo que Huitzilac necesita es que se escuche su voz, y no que se la silencie con operaciones militares temporales y conferencias que no dejan más que un rastro de promesas rotas.

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