El Covid-19 en los tiempos del capitalismo.
En opinión de Carlos Morales Cuevas
El Covid-19, entre muchas otras cosas, ha venido a reconfirmar que vivimos en un mundo donde predomina el individualismo ruin, aquel que, como en los experimentos de Milgram, en los que se pone en tela de juicio la capacidad moral del ser humano y, demuestra que “por obediencia” una persona puede hacer muchísimo daño a otra, al grado de asesinarla. La “obediencia” ahora es a la desinformación, al miedo, a los medios de difusión masiva que privilegian el oportunismo mediático, el amarillismo; lo que genere ventas y, por ende, signifique ganancias económicas. El interés económico siempre por sobre la responsabilidad social de informar.
“Las redes sociales generan una invasión de imbéciles”, afirmaba Umberto Eco y, aunque esta postura es indudablemente debatible, también es innegable que Facebook y twitter, entre varias otras, se han convertido en autopistas por las que circulan fake news al por mayor y a toda velocidad. Ciertamente, como dice Jenaro Villamil, “la televisión ya no nos gobierna” y en vastos ejemplos, las redes sociales han aportado a la democracia y a la libertad de prensa; al grado que el actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha dado en llamarlas: “las benditas redes”. Sin embargo, en algunos casos, las legiones “comparten” o dan “like” a información que no entienden, de la que no conocen su origen, de la cual desconocen su contenido o; incluso, a sabiendas de que es material que alevosamente tiene la función de desinformar. El trending topic no es “la neta del planeta”. Una vez más, las redes sociales pueden ser herramientas que salven vidas en manos responsables que decidan usarlas; o, pueden ser juguetes de destrucción masiva si aprobamos “al tonto del pueblo como portador de la verdad”.
Ahora bien, la infalible histeria apenas principia y, ya se están “agotado” los productos que la gente está buscando desesperadamente; ya “no hay” jabón líquido para manos, ni toallas desinfectantes desechables, ni desinfectantes en aerosol, ni mucho menos alcohol en gel; ni ninguno de esos productos que unos cuantos acapararon al grito de “¡sálvese quien pueda!”. Obviamente los que no tienen el poder adquisitivo “para salvarse”, no son quienes “vaciaron las tiendas” y; muy probablemente, a la hora del conteo final, tampoco serán los que hayan puesto más muertos a esta anécdota del tiempo.
La base de la filosofía del modelo capitalista, prioriza las “libertades” e intereses individuales. Al encontrarnos inmersos en este modelo, no podemos más que esperar que el común de la población actúe con fundamento en dicha base. Por eso el instinto de comprar más de lo que se necesita (en los casos, obviamente, en los que el Dios Dinero lo permite), aun sabiendo que eso que “sobrará” le hará falta a alguien más y; en este caso, posiblemente pone en riesgo la vida de ese “alguien más”. La pandemia actual es un recordatorio, quizá, de la insensibilidad a la que puede llegar un ser humano frente al sufrimiento de otro ser semejante; pero, es ese sentido, es eso y sólo eso. No es que estemos descubriendo que, a una tercera parte de la población mundial, le sean indiferentes las otras dos terceras partes que, a diferencia de la primera, padecen hambre desde mucho antes de esta, y otras pandemias precedentes.
Mientras el caos avanza, algunas empresas quiebran, muchos se quedan sin empleo, otros pierden la posibilidad siquiera de salir en busca de un empleo. Hay una industria, que hasta el momento parece ser la única (multimillonariamente) beneficiada con la propagación del Covid-19; y es que, las grandes farmacéuticas están más que listas para lucrar con el coronavirus. Algunas empresas están en cruenta pugna por ser ellas las que hagan los tratamientos y vacunas necesarios para combatir este nuevo coronavirus. Mencionar aquí las razones, sería una perogrullada.
Fuera de la industria farmacéutica, la economía global está en jaque. Cuando pase esta avalancha, el mundo será otro. La economía latinoamericana estará, aunque aún no es posible saber a qué grado, seriamente vapuleada y; la economía mexicana de ninguna manera es inmune. Con todo lo que se le viene encima por el coronavirus y, por el desplome del precio del petróleo; entre algunas otras cosas que, al lado de estas dos, parecen nimiedades; posiblemente necesitará tanques de oxígeno y terapia intensiva. Ojalá y no.
El Covid-19, viene a probar, una vez más que, el capitalismo es un producto caduco, un modelo que sólo es funcional para unos pocos, mientras que a las mayorías las trata con egoísmo y mezquindad. El capitalismo es la personificación del individualismo que no beneficia más que a aquellos pocos, en realidad muy pocos, que pertenecen a alguno de sus sectores privilegiados; mientras que, al resto se le arroja a la pobreza, a la marginación, a la deficiencia de las estructuras sanitarias. La profesora Amparo Merino de Diego, lo explica así: “De hecho, si nos distanciamos un poco de nuestros pensamientos automatizados, no es difícil ver la actual crisis como expresión de los conflictos que se producen dentro de una gran burbuja, cuya dimensión va más allá de la especulación financiera o inmobiliaria. Dicho de otro modo: si nos imagináramos a nosotros mismos observando esa burbuja desde fuera, podríamos ver que la crisis actual es una consecuencia natural de la evolución histórica que han seguido el pensamiento económico y el modelo capitalista de producción y consumo”.
El Covid-19, debe recordarnos lo importante que es la solidaridad, no se puede luchar contra una pandemia individualmente. El capitalismo está en su fase de descomposición y no es un modelo reciclable, es por eso que cada vez son más los ojos que lo ven, por lo menos, digamos, con desconfianza. Por cierto, desconfianza en la mirada de la gente que viaja en un autobús de transporte público, por ejemplo, es lo que se puede notar de manera casi inmediata al abordar. Desconfianza del que viene al lado, del que se va subiendo, del que se acaba de bajar, del operador; desconfianza a que el otro, cualquiera, sea portador del virus. Todos son, todos somos sospechosos. Al igual que en el transporte público, sucede en cualquier parte en la que alguien se encuentre “rodeado” de gente. Aunque claro, como en casi cualquier tema de la vida, existen excepciones y, aún es posible ver más de un bar o café, lleno de jóvenes que no se enteran de lo que pasa más allá de los límites de su propia existencia. Como sabemos, los más vulnerables son los infantes y los adultos mayores y; por ende, muchos jóvenes se saben, o por lo menos se creen inmunes. Sin embargo, al exponerse de la manera que lo hacen, se convierten, por lo menos, en portadores del virus; es decir, en su ¿inconsciencia? Saben que no morirán, y tampoco les importa que los demás lo hagan. Una evidencia más, del individualismo atroz de la sociedad contemporánea.