Juego de Manos - Temporada de jacarandas
En opinión de Diego Pacheco
Las jacarandas y los pañuelos morados anuncian la llegada de marzo. Colectivas y mujeres de México se preparan para la llegada de 8 de este mes, el Día Internacional de la Mujer. Pero, mientras que existen quienes anticipan la llegada de una temporada caracterizada por alzar la voz frente al problema de violencia de género en el país —ya sea por convicciones personales o por conveniencia política— también hay quien se prepara con cautela a la llegada del 8M desde Palacio Nacional.
Como hemos observado a lo largo de esta administración —y que no es diferente en la antesala de este 8 de marzo— es evidente la incomodidad presidencial frente a los temas referentes a la violencia de género, conforme se llevan a cabo determinaciones y mensajes que perjudican directamente a las víctimas de estos fenómenos. Aunado a lo anterior, durante este sexenio se han tomado decisiones que afectan directamente a las personas que cuidan a la infancia y que, en un país tan tradicional como el nuestro, son en su mayoría mujeres.
Quizá, esto se pueda explicar por el pensamiento de la generación a la que él pertenece, a la complejidad que esta materia representa para la administración presente o al distanciamiento del mandatario con la profundidad de esta problemática. Sea cual sea la razón, la realidad es que los grupos de mujeres no simpatizan con el presidente y, estadísticamente, ellas como grupo poblacional tampoco apoyan con entusiasmo al Ejecutivo Federal.
Vale la pena recordar que este sector es mayoritario en nuestro país, por lo que electoralmente es una equivocación enfrentarse con ellas. Y el presidente, como un hombre extremadamente político, seguramente tiene conocimiento de ello ¿Cómo podemos dar sentido a esto? Bien, esta no sería la primera vez que se comete un cálculo de esta naturaleza, ya antes se confrontó con la clase media y, recientemente, se ha endurecido el enfrentamiento con los medios de comunicación. Habrá que observar si su comportamiento cambia durante este día morado, aunque esto parece poco probable, como ya lo señaló el presidente, esta gestión pública será su última, su rancho lo espera.
Gallos de pelea
Sigas o no el fútbol mexicano, seguro escuchaste sobre el grave conflicto ocurrido durante el partido de Gallos contra Atlas, que ocurrió el sábado en la cancha de Querétaro, en el cual se enfrentaron físicamente las barras de ambos equipos y escaló a tales dimensiones que se suspendió el partido, la jornada de la Liga para el día siguiente y, extraoficialmente, se denunciaron personas fallecidas. Este último punto fue negado por las autoridades.
Los hechos fueron captados por diversos teléfonos celulares —desde diferentes ángulos y temporalidades— y muestran una violencia brutal, un salvajismo animal. Es increíble el extremo al que se llevó la rivalidad deportiva —que algunos argumentan tiene un trasfondo más allá del juego— que llevó a la violencia a un punto cercano al homicidio colectivo.
Evidentemente, los dedos no tardaron en apuntar a la porra contraria y a las personas encargadas de la seguridad; no obstante, las responsabilidades deberán ser determinadas por las autoridades competentes a partir de una investigación exhaustiva que llegue a las últimas consecuencias. Las condenas enérgicas, los discursos vacíos y las lágrimas de cocodrilo son una burla para las personas que estuvieron en riesgo durante este evento deportivo, incluyendo familias enteras, niñas y niños.
Lo que ocurrió el 5 de marzo en el Estadio Corregidora fue una muestra de brutalidad salvaje extraordinaria, en el más estricto uso de las palabras. Es inconcebible la falta de protocolos de seguridad y medidas de respuesta ante la emergencia que se vivió en un partido que, con antelación, se consideró de alto riesgo. La situación, más allá de la tragedia, debe ser una llamada de atención sobre la inefectividad de los protocolos de seguridad en los estadios, y el peligro que conlleva la existencia de barras agresivas. Hay que ser proactivos, no reactivos y, en este caso, permitir la existencia y entrada de porras violentas en los estadios es aceptar una bomba de tiempo que, como lo vimos el sábado, puede estallar en cualquier momento. La sorpresa, en este caso, está de sobra. Se debe actuar.
El fanatismo, cualquiera, llevado al extremo tiene consecuencias catastróficas y, situado en el espacio específico de este hecho, pone en riesgo a las familias que acuden a los estadios para disfrutar un encuentra deportivo. Las acciones que se tomen por parte de la Liga, los directivos de cada equipo involucrado y las autoridades gubernamentales tienen que ser, desde sus espacios, contundentes. Las respuestas tibias ante casos de esta magnitud solo permean el ya grave problema de violencia en los estadios. Se debe poner un alto en seco antes de que, ahora sí, se cobren vidas. Si es que esto no ocurre en las próximas horas dentro de los hospitales.
Por cierto:
Anteriormente nos escribimos sobre la construcción de la narrativa víctima-villano en el conflicto entre Ucrania y Rusia, a la que podemos adjuntar el intento de posicionar a Estados Unidos y las naciones integrantes de la OTAN como heroínas al apoyar al país invadido. No obstante, resta observar la manera en que la cobertura mediática del conflicto pone al descubierto los juicios raciales de medios y países europeos que, de igual forma, abre el debate en torno al racismo presente durante los conflictos bélicos.
Son indignantes, más no sorprendentes, los comentarios de ciertas personas que comunican en medios de Europa, quienes lamentan ver imágenes de personas blancas y de ojos azules —sí, con esas palabras— que se refugian de los estragos de la guerra. Algo que, desde su óptica, contrasta en gran medida con los rostros que acostumbran ver.
El problema es que los ojos azules y la tez blanca no son un agravante de la tragedia. Las bombas y las balas tienen el mismo impacto en todos los tonos de piel, aunque los prejuicios puedan confundir a la piel morena con resistencia a las balas, o el contexto no europeo con la normalización de la tragedia. Que vergonzoso.
Buscar refugio nunca será normal: