Cuando sea demasiado tarde… - El valor de una vida.
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Buen día apreciado lector, seguimos por estos lares haciendo como que sobrevivimos a la lluvia de plomo, fierro, calor, y agua que nos azota desde hace un par de semanas. Su servidor sigue con el proceso de la mudanza, ya ve usted que ganamos todas las batallas, pero perdimos la guerra contra la vecina. Afortunadamente encontré dónde aterrizar y al final parece que hasta salí ganando. Sin embargo, estoy empezando a darme cuenta de que tengo síndrome de Diógenes. Llevo como siete viajes hechos y no llevo ni la mitad de mis cosas, supongo que el casero tendrá que obsequiarme un par de días del siguiente mes porque ya no puedo más, me duele todo.
Pues bien, tengo una idea caramboleando en el espacio hueco que tengo entre las orejas desde hace rato, y no me deja en paz. ¿Cuánto vale una vida humana? Esta idea me comenzó hace varios años, a partir de que vi la película de Gladiador de Riddley Scott (ya ve usted que va a salir la segunda parte el año que viene, y por alguna razón desconocida aparece Denzel Washington en ella). ¿Cómo fue que el entretenimiento llegó al grado de considerar aceptable terminar con una vida humana con el toque de un gladius? Hoy en día ya no pasan esas cosas, ahora lo llamamos artes marciales mixtas y lo reglamentamos para sentir que no estamos haciendo entretenimiento del sufrimiento humano.
Siendo el hombre de ciencia que pretendo ser (¿les dije que me dieron el 2 en el SNII?) vamos a empezar a echarle números al fenómeno, a ver si logramos llegar algún lado. Cuando un bebé nace, hay que alimentarlo más o menos cada tres horas, ya ve usted este tema de los horarios y la libre demanda. Si come cada tres horas, defeca más o menos cada tres horas. Eso se traduce en por lo menos 6 pañales al día (por vernos conservadores). Sí el individuo en cuestión usa pañales por (vamos a decir) dos años antes de que sea capaz de retener el esfínter (que no es el maestro de las Tortugas Ninja), estamos hablando de más de cuatro mil pañales llenos de caca de bebé que tuvieron que ser cambiados por alguienes que lo hicieron con todo el amor del mundo (quisiera pensar). La contabilidad del alimento ya es más complicada por el tema de la transición del pecho al biberón y particularidades ya más particulares, así que esa parte nos la vamos a brincar pero entra dentro del argumento.
Luego vienen las llevadas a la escuela. El ciclo escolar dura 36 semanas, más menos. En educación superior son menos, porque los ciclos lectivos están homologados a 16, pero todavía no llegamos ahí. Eso quiere decir que son 360 llevadas y traídas a la escuela por año escolar. Si son seis años de primaria, tres de secundaria, y tres de preparatoria (quisiera pensar que para la preparatoria la criatura ya sabe usar el transporte público, aunque por cómo están las cosas no lo recomiendo), son más de 4 mil llevadas y traídas que tuvieron que realizarse por alguienes que tuvieron que encontrar lugar en sus agendas de trabajo para conseguir que la bendición pueda calentar el pupitre por siete horas al día.
No me voy a meter en lo económico por dos cosas: la primera es que no va por ahí, una vida no se puede apreciar en términos monetarios, y la otra es que habría que hacer ajustes a la inflación y cálculos matemáticos que no hago desde la licenciatura por el interés compuesto y el costo de la vida que además no es igual para todos. Estamos hablando de cuánto vale un ser humano para los suyos, y creo que ahí no entra el dinero. ¿Cuánto valen los padres de uno? No se puede medir así.
Al final uno tiene que contemplar algo, que dicen que existe, pero yo no lo creo, que se llama “paciencia.” De entrada, es imposible medir algo que no tiene sustancia, pero pues hay que de alguna manera contemplar que no todos estamos hechos para tener bendiciones. He de confesarles que algunos pacientes me han confesado en terapia lo arrepentidos que están de tener hijos o hijas. Sobresale la frase de una mujer: “de haber sabido que tener hijos iba a ser así, me hubiera esterilizado a los 16.”
Así que mi niña, cuando te digo que vales mucho para nosotros, no lo estoy haciendo ociosamente. Eres el cúmulo de horas y horas de trabajo, esfuerzo y paciencia. Si no me compré la moto, fue porque mi mamá me lo pidió. Cuando yo te digo que dejes de andar en motocicleta, es porque siento más o menos lo mismo. Para nosotros vales muchísimo, y llega a ser hasta una falta de respeto para tus papás que andes arriesgando la vida de esa manera.
Porque sigues con nosotros, pero la probabilidad de que tal cosa siga siendo así a largo plazo es de cero.