Cuando sea demasiado tarde… - El paciente cero…

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde… - El paciente cero…

 

Les comparto unos párrafos de una novela que estoy escribiendo. Por alguna razón, me ha sido más difícil escribir en prosa y sin citas en formato APA, pero ahí vamos. Espero tener el manuscrito listo para finales de año, principios del siguiente. La novela es una colección de cuentos cortos escritos por su servidor, la cual comparte título con el primero de ellos: El paciente cero. Aquí una pequeña porción:

¿Qué día es hoy? Me preguntó. Revisé el reloj de noche. Hoy es el 17 de agosto de 2018, le contesté.  No me ha dicho cómo es que llegó hasta aquí, le dije mientras trataba de recordar qué tenía a la mano para usar en mi defensa, de ser necesario. El Viajero no contestó, sólo estiró su mano lentamente y señaló al gran espejo de plata que había heredado de mi abuela. Ese espejo de cuerpo entero había sido traído de no sé dónde de Europa durante los tiempos de la Revolución Mexicana, y había sido de mi bisabuela. Ahora colgaba de la pared a un lado del armario. ¿Del espejo? ¿Está usted drogado? Mi preocupación empezó a incrementar. No sabía cómo había entrado hasta aquí este sujeto, y era evidente que la cosa iba a empeorar. Me erguí y planté las palmas de mis manos sobre el colchón. El Viajero lentamente me mostró la palma de su mano, en señal de que tuviera paciencia. Me mostró su mano izquierda, envuelta en un guante de color negro. Soy una especie de viajero, acudo a personas que pienso que me pueden ayudar.

            Este dispositivo sirve para abrir puertas, niño. Bueno, con la ayuda de espejos de plata que sean lo suficientemente grandes, como el tuyo. Estamos en México, ¿Cierto? Necesito información, información que tú tienes o que eres capaz de obtener.

            Aquí el que no entiende es usted, señor. No sé quién sea, no sé cómo entró aquí, no sé cuáles son sus intenciones, no sé si está drogado, y no conozco ni su nombre, así que… El Viajero me interrumpió. Mi nombre es Lázaro, Lázaro Ferrera, para servirte. Mucho gusto señor Ferrera, pero sigo insistiendo en que debe de usted salir de mi casa. Me envalentoné un poco y me acerqué a la orilla de la cama hasta que mis pies tocaban el piso. Ahora sólo estaba a metro y medio de mí. Si de verdad venía armado, no sabía si pudiera yo ponerme de pie y abalanzarme sobre de él antes de que pudiera aparecer una arma en sus manos y ultimarme.

            Veo que eres un muchacho de acción. Ahora quieres saber si podrás hacerme salir de tu departamento por la fuerza, o inmovilizarme hasta que puedas llamar al Orden. No hace falta que hagas ninguna de las dos cosas, no vengo armado. Sin embargo, te voy a mostrar una cosa. Ven, vamos al espejo, me dijo sin esperarme. Se paró frente al espejo y colocó su mano izquierda sobre el espejo. El guante comenzó a cambiar de color, como cuando uno añade leche al café. Poco a poco el negro se fue disolviendo hasta convertirse en un blanco que brillaba de su intensidad.

            El espejo vibró y se hizo añicos. ¡Mi espejo! Grité. Iniciaba a verdaderamente enfadarme con el sujeto cuando me señalo hacia el espacio que se había hecho. Era como si fuera una ventana. Por él podía ver mi Cuernavaca, me daba la impresión de que habían colocado el espejo en algún edificio del norte, mirando hacia el sur. La mitad de las construcciones ya no estaban, la ciudad era irreconocible. No había grandes incendios, pero si grandes emanaciones de humo, como si hubiera algo que había pasado toda la noche ardiendo. Era medio día, la luz pintaba todo claramente, pero no lo podía entender.

Espero y sea de su agrado. Ya les mantendré al tanto sobre el progreso que llevemos con este libro… primero hay que sacar el anterior, luego éste y luego ¡el que sigue!