Árbol inmóvil - El amor en tiempos de covid (II)

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - El amor en tiempos de covid (II)

El paganismo se ha encargado de erigir una especie de halo oscuro (como una tolvanera indiferente ante la tenuidad). Así, la idolatría metamorfosea en aprehensión: vínculo inicuo; pleitesía acerba…

            Para el rapsoda Octavio Paz, los utensilios de la pasión amorosa (si es que ésta existe) son: el descubrimiento de la persona (que, por un intervalo prolijo, permanece desconocida); la atracción física y espiritual; los bemoles u obstáculos, así como la búsqueda de la reciprocidad.

            El esquema espiritual suele confundirse en este arroyo seco (similar a una ínsula olvidada, donde sólo abundan el esplín y la soledad). O, aún peor, en momentos de angustia, como el que está generando el covid, todo se deforma: los seres no emancipados (cifra incontable) tienen la osadía de alejarse, todavía más, de Dios.

Entonces, la veleidad adquiere una tilde multilateral: reticencia, intranquilidad, desorden intelectual, confusión instintiva, instantaneidad, hipocresía fonética, fingimiento de responsabilidad y demás. La otredad sobrevive inmersa en la pugna (en ese terraplén se ve ante un espejo sin azogue). Y cree levantarse de una maledicencia, cuando apenas vira el rostro (como una forma de parvedad); el bajel sigue el mismo boato: la muerte.

No puede ser posible una fusión de besos. Jamás se vislumbra un abrazo (tras una emergencia). ¿Consuelo? No hay tal. Nadie llora a tu lado, con unas lágrimas que germinan del venero de la desesperanza. El otro embiste. La realidad nubla.

El tiempo (y su hundimiento) se asoma… Sabemos que, en cualquier soplo, la respiración se va a detener. Seremos podredura y, ergo, tamo. (Algo peor que asquerosidad). El personaje de al lado (quien nos acepta, por medio de una vil mentira) se va a despeñar desde un acantilado tenebroso.

Sólo queda la ironía del apotegma: “Si quieres que te sigan las mujeres, ponte delante”: Francisco de Quevedo. El mar desaparece la estela del cuerpo; éste, ingrávido, narra el fin. Apenas y se percibe el contorno en la superficie del desahucio (tras el acercamiento de las transpiraciones). La apariencia (del contrafuerte).

El borde del desprecio se integra en la antecámara -de la cohorte de la rescindida métrica- de la superficie de la masa de agua. En este momento, acabo de desacordar con la nada; o sea, la nube a tu lado (nunca ha estado: su efecto de voz se disipa en la atrocidad del lodo cenagoso de la displicencia).

El ardor no la puede expulsar de la alteridad. Y hace ruido (concomitantemente). Arquea (a través de la materia, la candonga… Una licuadora, verbigracia, es el centro de la colisión. Cercena materia inerte…).

El sujeto de delante, por su ausencia, emula el silencio del menosprecio. El denuedo se dilata -a medida que el vocablo “ústica” conmociona a la incertidumbre-. Por ende, la fetidez de la majadería (sobre el infortunado de la muerte) sigue indemne.

Así los acaecimientos dentro del bandullo (morada). El vilipendio que se hace prolijo en el fangal de gérmenes (de la ansiedad; del anatema).

 

ZALEMAS

            El 31 de marzo, el mejor aedo cumplió 106 años. Su obra no ha expirado. Lean una lasca de La Llama doble:

 

“(…) somos hijos del tiempo y nadie se salva de la muerte. No sólo sabemos que vamos a morir sino que la persona que amamos también morirá. Somos juguetes del tiempo y sus accidentes: la enfermedad y la vejez, que desfiguran al cuerpo y extravían al alma. Pero el amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte. Por el amor le robamos al tiempo que nos mata unas cuantas horas que transformamos a veces en paraíso y otras en infierno. De ambas maneras el tiempo se distiende y deja de ser una medida”.

            Corolario: el aire puede palparse; el efecto amoroso, no. (¿Hasta el siguiente jueves?). El Rapto es inminente.