Treinta días más de tráfico: crónica del laberinto rumbo a la UAEM
En opinión de Georgina Isabel Campos Cortés

Otro día de lluvia constante. La carretera federal México-Cuernavaca fluye, pero a las 7:30 a.m., incorporarse a la Avenida Universidad es una misión imposible. ¡Oh, sorpresa! Todo sigue igual. Una situación compleja y frustrante. El caos es absoluto: el tránsito vehicular se detiene, y solo nos queda una opción: planear una ruta estratégica para intentar llegar a nuestro destino.
Es alentador —aunque claramente insuficiente— saber que el secretario de Obras Públicas del Ayuntamiento de Cuernavaca, Demetrio Chavira Latorre, reconoce el conflicto vial en la zona. En entrevista, informó que “probablemente en veinte o treinta días estará lista la calle de Chamilpa que conecta con la UAEM”. También aclaró que el bajo puente ubicado entre calle Chamizal y Avenida Universidad no será demolido ni ampliado; solo se reparará manualmente el daño y, una vez concluidas las obras, se rehabilitará el acceso a la calle Chamizal, justo en la entrada desde la autopista, junto a la gasolinera.
Pero mientras tanto, insistimos: hay al menos siete rutas alternas para llegar a la UAEM. Y al enumerarlas, uno no puede evitar dimensionar el tamaño del caos y su impacto en las calles aledañas. Basta con imaginarlo:
Desde el mercado Emiliano Zapata, en Buenavista, se puede seguir una vía directa hacia la universidad. Otra opción es incorporarse a la calle Vicente Guerrero, llegar a Avenida Nacional (una calle empedrada y en mal estado) y desde ahí:
Bajar por Campo Florido hasta Avenida Universidad.
Seguir por Narciso Mendoza, que desemboca frente al banco BBVA.
Tomar la calle de Los Pinos, que lleva a la universidad a la altura del Instituto de la Salud.
El circuito es un laberinto con salida, sí, pero en la práctica, se llega siempre al mismo punto: el tapón.
Hay más caminos: desde la calle Heroico Colegio Militar, cruzando la glorieta de la Paloma de la Paz, se puede acceder por calle del Hueso, seguir por Camino Antiguo a Tepoztlán, girar en calle Leyva, avanzar hasta Prolongación Miguel Hidalgo, llegar al Corredor Ecológico Xalcingo y desembocar en el puente Hermenegildo Galeana. Desde ahí, se conecta con Avenida Defensa Nacional y, finalmente, con la puerta principal de la UAEM.
Otro acceso es por la zona de Chamilpa, cruzando el puente hacia avenida Cuernavaca-Tepoztlán, tomando el Boulevard Francisco J. Mújica, que se convierte en Juan Aldama, y de ahí a Hermenegildo Galeana, pasando por encima del Paso Exprés Tlahuica hasta llegar a Avenida Defensa Nacional.
También está la opción de ingresar desde la autopista, tomando la salida hacia Tepoztlán y entrando por calle Chamizal, que desemboca en la puerta 2 de la universidad.
Y aún queda otra posibilidad: justo donde el ayuntamiento promete que, en “veinte o treinta días”, se podrá transitar nuevamente. Esperamos hablar de esa opción... cuando se cumpla el plazo.
¿Alternativas viables?
Dirán las autoridades: “Sí hay vialidades alternas”. Y sí, existen. Pero no son funcionales.
¿De qué sirve tener rutas si están saturadas, mal pavimentadas y sin señalización? Si implican recorridos confusos, lentos y desgastantes. La UAEM alberga a más de 22,000 estudiantes, sin contar al personal docente, administrativo y de servicios. ¿Cómo pretenden que esa cantidad de personas se traslade diariamente con solo dos rutas de transporte público? (Ruta 13 y Ruta 1).
Mientras tanto, una patrulla y dos oficiales intentan coordinar el acceso a la universidad con el conocido "uno por uno". No es suficiente. Y como si fuera poco, la feria de Tlaltenango se aproxima: un evento que requerirá aún más presencia de oficiales de tránsito. El colapso es inminente.
Salir más temprano no resuelve el problema. Solo incrementa el desgaste físico y emocional de quienes ya enfrentan jornadas largas. Y aún más importante: ¿cómo llegan los estudiantes a clase? Cansados, estresados, caminando largas distancias, soportando lluvias, preocupados por el gasto en transporte o en comida.
Una autoridad insensible
Este caos evidencia la insensibilidad institucional ante un derecho básico: el acceso digno a la educación. No se trata solo de abrir aulas o entregar becas. También se requiere infraestructura vial, transporte seguro y accesible, y condiciones que permitan a la comunidad universitaria desempeñarse plenamente.
¿Pensar en un puente directo a la UAEM, como el que conecta a la Plaza Fórum? ¿Por qué no?
¿Considerar un servicio gratuito de transporte universitario con paradas estratégicas? ¿Tanto cuesta imaginarlo?
No se trata de una carta a Santa Claus. Se trata de ejercer un derecho. Y de exigir que nuestras autoridades dejen de darnos excusas y comiencen a darnos soluciones.
¿Cuántas vueltas más debe dar la comunidad universitaria para llegar a clase?
¿Cuántos días más esperaremos una solución real?
Mientras las autoridades prometen plazos y minimizan el problema, miles siguen sorteando laberintos, cruzando calles colapsadas y desgastando su cuerpo y su ánimo.
Esto no es un capricho.
Las rutas alternas no sustituyen la planeación urbana. La saturación de las vías revela la falta de visión en infraestructura y movilidad.
La educación no debe verse obstaculizada por el tránsito. Estudiar no debería implicar superar un laberinto diario lleno de estrés, peligro y desgaste económico.
El acceso digno a la universidad es un derecho, no un privilegio. La movilidad urbana es parte del acceso a la educación.
Las autoridades deben responder con soluciones, no con excusas. Aceptar el problema no es suficiente; se requiere acción concreta.
Un transporte universitario gratuito y seguro es viable si hay voluntad política. La inversión en movilidad para estudiantes es una apuesta por el futuro del estado.
Es un reclamo legítimo.