Serpientes y escaleras - La tierra donde no pasa nada
En opinión de Eolo Pacheco
La inseguridad y la violencia son problemas muy serios, pero ya nos acostumbramos.
La tierra donde no pasa nada
Desde hace varios años la tierra de Zapata se ha convertido en territorio sin ley, en zona de anarquía, en un lugar donde todo pasa y no pasa nada. El retraso que vive el estado no es casual, ni tampoco natural, es consecuencia directa de los malos gobiernos y de la impunidad que prevalece en todos los ámbitos de la vida diaria. Aquí se puede matar sin consecuencias, se puede robar sin recibir castigo, se puede violar la ley o talar un árbol sin que pase nada. Todo pasa y lo peor es que a nadie le importa lo que pase.
Poco a poco desde hace varios años los morelenses hemos adoptado una actitud valemadrista ante los problemas; nos hemos acostumbrado a todo y normalizamos lo anormal. Antes de que iniciara el nuevo siglo las cosas eran distintas aquí, la gente se comunicaba entre sí, participaba en distintas actividades y reclamaba sus derechos cuando era necesario.
A Jorge Carrillo Olea le tocó enfrentar una sociedad que no era pasiva, que no aceptó el incremento exponencial de la inseguridad ni se conformó con sufrir una oleada de secuestros. En ese Morelos sí pasaban cosas: la gente alzaba la voz, salía a las calles, se organizaba y enfrentaba a los malos gobiernos. En ese tiempo había, además, figuras entre la sociedad civil y en los partidos políticos que enarbolaban banderas sociales y encabezaban movimientos de rebelión.
Parece que fue ayer, pero han pasado más de 20 años de que la sociedad civil se organizó para exigir sus derechos, para reclamarle a las autoridades su incapacidad en el combate contra la delincuencia. La primera señal de inconformidad fue cuando la gente tomó en propia mano su seguridad y comenzó a colocar rejas en las calles, cuando aparecieron las primeras casetas de vigilancia privadas con seguridad contratada por los vecinos y en las casas se empezaron a colocar cámaras de seguridad.
De ahí derivó una transformación total en la vida en el estado, comenzó a desaparecer la paz y tranquilidad característica de esta tierra y empezamos a volvernos presos de nuestras propias rejas. Uno a uno fueron cayendo los índices de calidad de vida y en pocos años Cuernavaca pasó de ser uno de los mejores sitios para vivir en el mundo a convertirse en una de las ciudades más peligrosas de México.
La crisis de inseguridad provocó una enorme movilización social y política que generó la unidad de todos los sectores; por primera vez en los tiempos modernos vimos sentados juntos en una misma mesa a los líderes de todos los partidos de oposición, a dirigentes empresariales, a líderes sociales y organizaciones civiles reclamando una misma cosa: paz. Esta masiva movilización ciudadana, el retiro del apoyo del presidente al gobernador y la muerte de una persona a manos de policías dio paso a lo impensable: Jorge Carrillo Olea pidió licencia al cargo y fue enjuiciado en el congreso.
Veinticuatro años después muchas cosas han cambiado y pasado en Morelos, pero la situación en lugar de mejorar ha empeorado en casi todos los aspectos. Con el general Carrillo Olea se sospechó que su gobierno tenía vínculos con grupos de secuestradores y la crisis estalló al primer muerto; después llegó Sergio Estrada Cajigal y si bien los plagios disminuyeron, en ese periodo comenzaron a notarse vínculos de las autoridades con cárteles del crimen organizado.
El segundo sexenio panista fue un momento de bonanza para el narcotráfico; se volvieron notorias las redes de protección a la delincuencia, particularmente al cártel de los Beltrán Leyva, lo que unos años más tarde derivó en la detención del jefe estatal de la policía. A Marco Adame Castillo y a su familia se le acusó de beneficiarse económicamente con el tráfico de estupefacientes, de abrir las puertas del ejecutivo estatal a la delincuencia y de dar vida a un narcogobierno. Igual que en el sexenio anterior, en el de Adame se multiplicaron las muertes violentas y comenzamos a ver balaceras y ejecuciones a plena luz del día. Entonces llegó Graco.
El perredista ganó la elección del 2012 montado en el discurso de la inseguridad, pero Ramírez Garrido guardó silencio durante todo el sexenio panista; como senador de la república nunca alzó la voz en contra de Marco Adame y por el contrario, fue su aliado permanente, al grado de que presumía como suyas las obras y las acciones del gobierno estatal sin que nadie le corrigiera la plana. La relación entre Graco y Adame era cercana, se les veía juntos en eventos públicos y el tabasqueño siempre era invitado de honor en las actividades del gobierno estatal.
La situación cambió cuando el tabasqueño se hizo candidato: en ese momento su discurso se volvió crítico y agresivo con la administración estatal, recordaba a cada momento la terrible situación de inseguridad en la que se encontraba Morelos y culpaba de todo ello al régimen del PAN. Más aún: Graco Ramírez acusó a Marco Adame de ser cómplice del narcotráfico, de beneficiarse económicamente de la protección que su régimen le brindaba a Arturo Beltrán Leyva y de hacer de las instituciones del ejecutivo una estructura al servicio del narcotráfico. “Nos encontramos con un narcogobierno” dijo el perredista al tomar protesta del cargo.
Pero contrario a sus promesas de campaña, la actuación del gobierno perredista frente a la inseguridad fue política y con una visión de negocios; Graco Ramírez vendió muy bien la idea de colocar las policías bajo un solo mando (el suyo), pero el objetivo real de esta acción fue concentrar el manejo de todos los recursos económicos que anualmente se destinan a la seguridad.
La estrategia de seguridad de Graco Ramírez no funcionó, las cosas no mejoraron y por el contrario, a lo largo de seis años los problemas delictivos se multiplicaron en cantidad y circunstancias. Con Carrillo Olea el problema se centró en los secuestros; con Graco Ramírez la crisis fue total: secuestros, ejecuciones, balaceras, levantones, cobro de piso, robos, asesinatos, extorsiones y pactos con el narcotráfico.
En los últimos años los morelenses nos hemos acostumbrado a vivir con miedo, evitando las balas y normalizando la violencia. Lo ocurrido este miércoles en la avenida San Diego de Cuernavaca es uno de los tantos ejemplos que se pueden dar: dos sujetos en moto, agresión a plena luz del día, dos víctimas y una población que observó todo sin alterarse. La historia se contó de inmediato, provocó algunas reacciones de molestia y reclamos, pero caída la noche el tema se había olvidado. Ese mismo día, por cierto, ocurrieron otros hechos de violencia en la capital y en municipios de la zona metropolitana; nada distinto a lo que sucede cada día, nada diferente a lo que veremos a la mañana siguiente.
El problema que enfrenta Morelos en materia de inseguridad y violencia no es distinto al que se vive en otros lados del país; es más, siendo condescendientes podríamos decir que hasta estamos mejor que la mayoría de los estados, incluyendo algunos que colindan con nuestra entidad. El problema es precisamente ese, que nos conformamos con estar menos mal que otros sin recordar que hasta hace poco ese tipo de situaciones no las veíamos.
Una y otra vez hemos hecho recuentos de lo vivido en Morelos desde hace años, de cómo administración tras administración las cosas han empeorado; con Jorge Carrillo Olea la crisis explotó por un delito (secuestros) y un muerto, con Graco Ramírez el problema fue exponencialmente mayor: hubo miles de muertos y desaparecidos, delitos de todo tipo y aparecieron no menos de una decena de cárteles; todo ocurrió frente a una estrategia de seguridad que presumía ser efectiva y un gobierno que gastaba miles de millones de pesos en armamento y equipo
Pero pese a todo lo anterior, lo verdaderamente grave de esta situación es la conformidad en la que hemos caído: ya nada nos asombra, nada nos mueve, nada nos saca de nuestra zona de confort ni nos hace actuar más allá de un comentario en redes sociales. Hemos caído en una pasividad que nos condena a seguir por el mismo camino, a ser testigos impávidos de la situación hasta que la sangre que corra sea nuestra.
Nuestra capacidad de sorpresa es casi nula y nuestra empatía con los demás ha desaparecido; hoy vemos una balacera donde mueren menores de edad, mañana nos enteramos de una ejecución y después oímos de alguien que fue secuestrado o es víctima de una extorsión. La situación nos incomoda, nos enoja, pero no nos hace ir más allá del enfado mediático.
Esa es la mejor protección de la delincuencia y el verdadero aliado de los gobiernos; cuando la gente dejó de actuar y consideró que un reclamo en redes sociales era suficiente para cambiar las cosas, la crisis se asentó. Algunos tuits son incómodos para las autoridades, ciertos comentarios les generan ruido, pero en general nada de lo que la gente les dice en esos espacios les importa ni les hace cambiar de actitud; la estrategia para contrarrestar los golpes en rede sociales es simple: no las ven.
Las cosas van a seguir igual mientras sigamos siendo una sociedad pasiva.
- posdata
Ayer comenzó el registro de aspirantes a candidatos en los diferentes partidos políticos que competirán en las elecciones del 2021; los procesos para elegir a sus representantes en las urnas variarán de una institución a otra, pero hay un hecho que no cambia en ninguno: quien se registre como aspirante en un partido ya no podrá competir por otro, gane o pierda la candidatura.
El tiempo se está acabando y en casi todos los partidos lo que sobresale es el deseo de reclutar a cuantas figuras sean posibles para llenar todos los espacios; no olvidemos que habrá más de 20 partidos compitiendo en 12 diputaciones locales, 5 federales y 36 alcaldías con sus respectivas fórmulas a los ayuntamientos.
El interés de muchos está puesto en Cuernavaca, por lo que representa social y políticamente la capital, pero no se puede pasar por alto que hay muchas más posiciones, algunas desde las cuales también se pueden generar proyectos interesantes que impacten en el escenario estatal rumbo al 2024.
La clave de esta historia está en ver qué sucederá con Morena, si finalmente irá en alianza con el Partido Encuentro Social y en cuyo caso, si el pacto es de común acuerdo o resulta de una imposición federal. De lo que haga la coalición Juntos Haremos Historia derivarán muchas cosas en el resto de los partidos.
En la capital como en todas las posiciones en juego la decisión parte de una premisa: ¿Queremos que las cosas sigan igual o que cambien?
- nota
Cuentan los enterados que el alcalde Antonio Villalobos no quita el dedo del renglón: dice que aventaja dos a uno a su más cercano contendiente por la presidencia municipal y frente a ello Morena no tendrá más opción que postularlo por la reelección.
Al edil no le importan los procesos jurídicos abiertos en su contra, ni le quita el sueño que la Fiscalía Anticorrupción le pise los talones; vamos: le tienen sin cuidado las otras siete denuncias acumuladas en la FECC y las tres denuncias que por enriquecimiento ilícito presentaron en su contra en la Unidad de Inteligencia Financiera.
El Lobo de Cuernavaca aúlla más fuerte que los demás y tiene más temple que muchos; cualquiera en su lugar tendría miedo de ser destituido, de ir a la cárcel, de perder la libertad o de tener que reintegrar cientos de millones de pesos. Villalobos no, él es más macho que la mayoría y eso se le nota en los cuadritos de su abdomen.
Aunque milita en Morena la carta de Francisco Antonio Villalobos Adán está abierta a cualquier postor. El que no tenga candidato que lo busque para postularlo; si lo convencen se llevan como premio de consolación a su gabinete, incluyendo a su abogado.
¡Anímense!
- post it
El diputado Jorge Argüelles insiste en la coalición con Morena y deja ver que en ese acuerdo su partido llevará mano en la candidatura por la capital. El primer paso es concretar la coalición, pero el segundo es encontrar un candidato rentable.
Hasta ahora ni Encuentro Social ni Morena lo tienen.
- redes sociales
¿Cuál de los nuevos partidos políticos logrará mantener el registro?
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