Secreto a voces - Rebeldes y ¨élites¨ corruptas…
En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz
Nuestro nacimiento como nación lo podríamos sintetizar de la siguiente manera: los grupos que habitaban Latinoamérica y del caribe fueron conquistados. Luego de la conquista se constituyeron naciones independientes. En México, la independencia fue parcial en razón de dos factores: se heredó el modelo occidental de cultura y las naciones anteriormente consideradas colonias continuaron con la conquista por otros medios: la economía, las finanzas, la guerra, la cultura, etcétera.
Ese modelo colonial modernizado ha sido cuestionado por la guerra de reforma y revolución mexicana además de otros acontecimientos de menor envergadura política, aunque rupturistas. ¿Por qué ha sido cuestionado históricamente? Debido a que se inscribe en relaciones humanas jerarquizadas en donde unos ocupan la parte más alta de la jerarquía social y otros la parte baja. Estos últimos no participan de los beneficios que genera la vida económica del país.
Los que ocupan la parte baja de la escala social han tenido que rebelarse contra las injusticias cometidas contra ellos. El poder que posee la población por su número se ha traducido en poder político cuando se ha organizado en torno a recuperar la orientación del Estado y dotarlo de un sentido distinto. Así ocurrió durante la independencia, la reforma y la revolución. Pueden parecer contradictorios los resultados al paso del tiempo porque participan fuerzas disímbolas, un segmento le da finalmente sentido a la acción.
La lucha armada contra el Estado como herencia cultural de estrategias occidentales de lucha de clases ha tenido éxito en Cuba, con las implicaciones que conlleva más allá de la admiración a ese pueblo. La experiencia mexicana nos remite a un tipo de lucha no clasista como ocurre en naciones estructuradas en torno al capital en su forma clásica presentada por Marx. En nuestras vivencias lo que eran los “costales de papas” (los campesinos) para los fundadores del marxismo son algo más que eso, está claro. Ni la industria ni la clase obrera mexicana se asemejan a lo que ocurre en las naciones capitalistas clásicas.
Si en los países del capitalismo clásico las contradicciones no son únicamente de extracción de plusvalía, en nuestro subcontinente o continente tomando en cuenta a la parte norte del territorio, la idea de la revolución socialista sin duda es una ventana más, porque a la realidad no se le puede asignar un papel sin probar realmente cómo es su conducta. Por supuesto que la teoría juega un papel en calidad de iluminadora de las sombras que se ocultan, pero también es verdad que Latinoamérica y el Caribe no son Europa.
Por ejemplo, no se puede soslayar que en EU existe un movimiento de minorías con una impresionante influencia religiosa, de origen afroamericano, los herederos de Martin Luther King que promovieron la caída de los símbolos (estatuas) de la esclavitud. Mientras que en Latinoamérica y el Caribe existe una amplia influencia de corrientes asociadas a la Teoría de la Liberación, con amplia influencia social. El zapatismo, en México y los movimientos indigenistas. Lo anterior, en el contexto de movimientos progresistas que buscan alternativas.
Cuesta trabajo abandonar teorías ya concebidas y que han servido del andar de los movimientos sociales latinoamericanos y caribeños, porque realmente fueron herramientas durante todo el siglo pasado con las cuales se crearon narrativas para comprender el mundo y particularmente el del subcontinente en el que nos tocó vivir, ahí está el ejemplo de Mariátegui y sus “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”. Las teorías de la revolución marxistas tienen además una virtud si así se le quiere mirar: es un pensamiento que tiene el camino resuelto, aunque eso implique querer ajustar todo a esas ideas preconcebidas.
La burguesía regional es una clase bastante débil tomado al subcontinente en su conjunto. Algunos de sus estratos son tan débiles que sustituyen esa debilidad sosteniendo una relación con las élites estadounidenses a quienes ven, a su gobierno obviamente, como sus protectores. Lo mismo ocurre con las élites políticas, junto con la burguesía local, ante la más mínima insinuación en la que observan que sus intereses pueden ser afectados de inmediato acuden a buscar la protección del gobierno estadounidense. Políticos y empresarios son demasiado corruptos.
En nuestro país, salvo excepciones, los herederos del poder colonial actúan defendiendo los intereses del exterior. La derecha panista y ahora del decadente PRI son ejemplos de ello. Ante la reforma eléctrica se aliaron abiertamente con las posturas del gobierno de EU y las empresas españolas. Durante años fundaciones de EU han estado financiando económicamente a Claudio X. González quien representa los intereses de grupos de poder estadounidenses en México. Apenas, ante el reclamo del gobierno mexicano, al parecer les suspendieron el apoyo. En realidad fueron actos injerencistas de EU en México.
Hoy en día “Alito” Moreno, el dirigente nacional del PRI es un ejemplo menor de cómo en ese pasado se utiliza el poder para apropiarse de recursos ilegalmente y enriquecerse personalmente. Alejandro Moreno es un escuincle (sin que esto signifique justificarlo) ante los políticos priístas de la “época de oro” del robo en México. Uno de los emblemas de aquella época fue el profesor Carlos Hank González, ante quien los políticos pobres eran unos “tontos”, parafraseando la famosa sentencia que decía que “un político pobre era un pobre político”.
Alejandro Moreno trafica con terrenos, tiene autos importados, una mansión y tal vez decenas de casas e inversiones inmobiliarias inimaginables, pero la familia Hank, los Salinas, Peña, Del Mazo, la lista sería interminable, son otra cosa. Un humilde profesor encumbró a su familia al nivel de la clase empresarial mexicana y en su haber manejan bancos, empresas de apuestas, equipos de fut-bol, entre otras propiedades, que dejan a cualquier observador con la boca abierta. Claro, dejen a “Alito” operando más tiempo como político y termina por los mismos pasos.
En México es insoslayable la lucha electoral. Las élites que emergieron de la revolución la traicionaron y utilizaron al Estado y las instituciones gubernamentales como medios de enriquecimiento personales. El poder se orientó al manejo de los mecanismos de elección simulando una democracia que facilitara la operación del modelo de nación moderna/colonizada. Al interior de la sociedad existía una verdadera fe en los “herederos” que pactaron el fin de la revolución mexicana. Durante décadas el sentido de justicia de la revolución sirvió como endulzante de los oídos de las masas populares.
La imposición de un modelo como el neoliberal y la revolución de las tecnologías de la comunicación desfondó a ese proyecto y los grupos que lo impusieron. La disidencia radical contra el sistema tomo la ruta de las elecciones porque las élites mexicanas abrieron la puerta a reformas políticas desde donde intentaron continuar con el control social. No pudieron porque el impacto social contra los intereses de los segmentos de la población que ingresan menos renta, fue brutal y sigue siendo. Se vive en los límites o por debajo de una condición de vida digna.
Aquí es donde la figura de Obrador toma dimensiones especiales. Su persistencia logró acuerpar el descontento que había desviado Fox hacia un cambio que no era otra cosa que el modelo salinista sin Salinas.