Punto Kairo - Entre sirenas y titulares

En opinión de Juan Salvador Nambo

Punto Kairo - Entre sirenas y titulares

Era el año 2004. Aunque podría ser cualquier otro año, también cualquier otro día durante la administración del panista Sergio Estrada Cajigal. Mi rutina era llegar temprano a la Procuraduría General de Justicia en base Zapata donde encontraría a Nájera (Juan Manuel Nájera Martínez), a Pancho (Francisco Rendón Sedano) y de vez en cuando a Dámaso (Dámaso Magaña Cruz), mis mejores amigos y compañeros de la fuente policiaca, aunque si era necesario ellos pasaban por mí a casa, después íbamos a otras comandancias o agendábamos alguna entrevista.

Saber esperar y buscar era una virtud para nosotros. Los teléfonos celulares entonces no eran tan comunes, aún existían los departamentos de prensa en las secretarías de seguridad pública municipales y las redes que podías generar en el medio eran indispensables para obtener alguna nota importante, aunque había un poder que se decía perdido. Se añoraba una época en la que los periodistas notarojeros podían tener autos recuperados circulando por la ciudad con el propósito de que el dueño lo viera y lo reclamara, fiestas, excesos e influencias.

La nota roja en Morelos ha mantenido un rol paradójico: fue y sigue siendo una de las secciones más leídas y, a la vez, la más cuestionada, de tal manera que las redacciones actuales censuran las fotografías y no es posible colocar el nombre completo de cualquier implicado. No obstante, hubo un tiempo en el que colocar nombre completo, alias, edad y dirección completa, ya sea de “muertos, heridos o desaparecidos”, como lo dice el buen amigo Gigio (Luis Gallardo Montes), para que los voceadores hicieran la venta de periódicos casa por casa.

En el centro de muchas de esas historias están los paramédicos y los bomberos. Mario Tamez Fernández (Q.E.P.D) y José Luis Parente García, por ejemplo, se identificaban como paramédicos y hacían nota roja. Incluso, Macro (como conocíamos a Mario) fue uno de los más reconocidos a nivel nacional por la crónica policiaca que hacía en Televisa. ¡Y cómo olvidar al corresponsal de El Alarma!, el comandante de bomberos, Manuel Rendón Apresa (Q.E.P.D), padre de Pancho, quien dedicó su vida al Heroico Cuerpo de Bomberos y a la Nota Roja.

Ambos cuerpos de emergencia compartían un destino cotidiano con la tragedia. Eran los primeros en llegar cuando ocurría un accidente automovilístico; los que arriesgaban su vida para entrar en una casa en llamas; los que reanimaban a un herido en la vía pública. Los notarojeros los convertíamos en personajes comunes y pocas veces nos deteníamos a mirar su humanidad. El bombero era retratado como héroe; el paramédico, como testigo frío que manipulaba cuerpos. En la vida real, la frontera entre héroe y víctima se difuminaba.

En este sentido, fuimos testigos de la manera como algunos paramédicos tomaban fotografías y las intercambiaban por favores, así como de presuntos actos de rapiña. Pero también de la manera como trabajaban a marchas forzadas, siempre con pocos recursos, además de su valentía y heroísmo. Eran constantes los momentos de tensión por la intromisión de las cámaras en pleno auxilio: el flash interfería, la cámara bloqueaba el paso y nosotros como testigos tampoco ayudábamos mucho. Los bomberos, más curtidos en el trato con la prensa, negociaban espacios, pedían distancia, pero también reconocían que sin esas notas su labor quedaría invisible.

Muchos periodistas de nota roja aprendimos a leer el lenguaje corporal de los paramédicos: sabíamos cuándo acercarnos, cuándo preguntar y cuándo simplemente esperar. De la misma manera, paramédicos y bomberos entendían que la prensa era inevitable, y que incluso podía ser aliada para sensibilizar a la sociedad sobre riesgos cotidianos: el uso del cinturón de seguridad, la prevención de incendios domésticos y la atención inmediata a víctimas de violencia.

En esa época se encontraba al mando de la Policía Ministerial el tristemente célebre comandante Agustín Montiel López, por lo que teníamos nota todos los días por las detenciones, decomisos y operativos que se realizaban en la corporación. Sin embargo, varios subalternos de Montiel fueron asesinados y no cesó la cacería hasta que se prohibió determinantemente que la policía investigadora de este rango se involucrara en casos del orden federal. Nos habíamos olvidado de los accidentes, incendios y atenciones cotidianas de paramédicos y bomberos e incluso de otras corporaciones policiacas. Así que en cuanto dejamos de tener noticias recurrentes de la procuraduría, regresamos a esperar las notas sobre accidentes y a seguir las sirenas para fotografiar operativos, heridos o incendios.

Sabíamos que detrás del trabajo de los bomberos, los paramédicos y los policías de bajo rango había turnos de 24 horas, salarios modestos y una carga emocional que se acumulaba día tras día. Ellos regresaban a casa con imágenes que no se publicaban: el llanto de una madre que perdía a su hijo, el silencio pesado después de declarar a alguien sin signos vitales o la frustración de no poder llegar a tiempo. La nota roja omite esas heridas invisibles, aunque para el reportero, el hecho de volverse aparentemente insensible y, por ejemplo, levantar la sábana que cubre a un recién fallecido también es difícil y algo digno de analizarse.

A pesar del tiempo, sigo conservando la amistad de varios amigos que fueron parte de dichas corporaciones, es el caso del comandante de bomberos Manuel Rendón Sedano, hermano de Pancho (Q.E.P.D). Varios más han fallecido, como Dámaso, siendo uno de los periodistas más reconocidos de la fuente. Siento el alivio de la cerveza en la garganta, refrescándola, amargándola, como cuando conseguíamos la información de esa época y descansábamos en algún bar. Como cuando encendía la computadora después de una jornada de varias horas y comenzaba a redactar mi cuota de seis notas. Como cuando el cansancio y la adrenalina me motivaban a regresar al día siguiente.