De voz en voz - Rimas que resisten

En opinión de Tania Jasso Blancas

De voz en voz - Rimas que resisten

Un domingo cualquiera, la Plaza de Armas de Cuernavaca se transformó sin previo aviso en un foro cultural. Lo que parecía una simple reunión de jóvenes frente a las escaleras de correos resultó ser un duelo poético de alto voltaje: una batalla de freestyle. Había más de ochenta personas reunidas, la mayoría jóvenes, pero también familias enteras y transeúntes curiosos que se detuvieron a ver lo que, a primera vista, parecía una “discusión acalorada”. Pero no había pleito. Había rima, ingenio y creatividad.

Dos MCs se enfrentaban con versos improvisados, cruzando ataques verbales cargados de humor y de crítica social. Cada palabra lanzada encontraba réplica, cada punchline arrancaba aplausos. El público se reía, celebraba, coreaba. Y yo, entre ellos, pensaba en lo sorprendente que resulta ver cómo la poesía sobrevive en las plazas públicas disfrazada de rap, con la misma fuerza con la que antes se defendían ideas en cafés o tribunas.

El freestyle, como lo explican quienes lo practican, es un deporte mental. Lo comparan con el boxeo porque ambos requieren entrenamiento, rapidez, resistencia y capacidad de improvisar frente a la presión. Solo que aquí no hay guantes ni golpes, sino palabras. La agilidad no está en los puños, sino en la lengua y en la mente. Y, sin embargo, la emoción del combate es similar: tensión, adrenalina y un público que espera el siguiente movimiento.

En Morelos, esta disciplina cultural tiene nombre propio: Liga Machete. Es un proyecto que desde Cuernavaca impulsa torneos locales y nacionales, conectando a jóvenes que buscan un lugar en el escenario del freestyle mexicano. Desde Yautepec hasta Jojutla, han levantado eventos con muy poco apoyo institucional. Mientras los organizadores rascan recursos de patrocinadores privados o de su propio bolsillo, las autoridades municipales y estatales suelen dar largas o simplemente no entienden el valor del fenómeno. Una vez más, lo emergente queda fuera del radar oficial.

No es que falten méritos. La Liga Machete ya ha organizado competencias que otorgan pase directo a la FMS (Freestyle Master Series), la liga más importante del mundo. Ha logrado conexiones con países como El Salvador, Canadá, Ecuador, Puerto Rico y Guatemala. Ha llenado plazas públicas en Puebla con cientos de asistentes. Y ha mantenido viva la escena local después de la pandemia, cuando parecía que todo se había perdido. Lo han hecho con creatividad, esfuerzo comunitario y un profundo amor por la palabra.

Lo paradójico es que, pese a esos logros, el apoyo institucional es casi inexistente. Los organizadores han tocado puertas en gobiernos municipales y estatales sin obtener más que pretextos: que si faltó tiempo para la solicitud, que si no hay presupuesto, que si “no es prioridad”. Lo mismo de siempre. Pero basta asomarse a una batalla para ver lo que está en juego: jóvenes que en lugar de pelear en la calle eligen hacerlo con rimas; chicos que convierten la rabia en poesía; comunidades que se reúnen en torno a un espectáculo cultural y pacífico.

Y lo más curioso —o quizá lo más irónico— es que muchas de estas batallas se realizan justo a un costado del Palacio de Gobierno. Afuera, jóvenes que se entrenan en el arte de improvisar, que sudan creatividad y convierten el lenguaje en juego y catarsis; adentro, políticos que improvisan también, pero excusas. El contraste es tan evidente que resulta casi un performance involuntario: la cultura sobreviviendo a las espaldas de un poder que finge no verla.

Las ligas de freestyle en Morelos son más que un pasatiempo. Son espacios de encuentro, de identidad y de resistencia cultural. Cada rima improvisada es también un grito contra la indiferencia, una demostración de que los jóvenes sí tienen algo que decir y que lo hacen con fuerza, con talento y con respeto a la palabra.

Asistir a una batalla es contagiarse de esa energía. Es ver cómo un insulto se transforma en metáfora, cómo un reclamo social se convierte en verso, cómo la creatividad funciona como catarsis colectiva. Si uno escucha con atención, lo que late en esas batallas no es agresión, sino esperanza.

El freestyle no es una moda pasajera: es cultura, es arte y es también un camino hacia la paz. Si Morelos apostara por apoyarlo, estaríamos sembrando creatividad en lugar de violencia, identidad en lugar de apatía, comunidad en lugar de fragmentación. Porque cada joven que improvisa en la plaza está eligiendo la palabra antes que el golpe. Y quizá ahí, en esa decisión que se toma rima tras rima, esté la posibilidad de construir un Morelos mejor.