Cuando sea demasiado tarde… - El fin de la humanidad

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde… - El fin de la humanidad

Llegó el nuevo año y para finales de mes la cosa tiene una pinta moderadamente extraña. Comenzando por el principio, las cifras del coronavirus están de horror, la frecuencia de contagio está a más del doble de lo que estaba en la ola anterior, y todavía no tiene para cuando detenerse. A ojo de buen cubero, diría que en Europa y en Estados Unidos, que van dos meses por delante en la ola de contagios que nosotros, la ola de la variante Omicron fue más corta que la variable Delta, pero la pendiente en la frecuencia de contagio todavía será positiva por lo menos una, si no es que dos semanas más. Esto quiere decir que todavía estaremos viendo números alarmantes hasta fin de mes, y, la parte más difícil, los hospitales estarán viendo sus camas saturadas por una decena de días más, por lo menos. Llega el momento de repensarse muchas cosas, tanto para terminar la pandemia, así como para continuar las medidas de aislamiento social. Dado, la letalidad del virus parece haberse visto disminuida por el efecto de las vacunas, la inmunidad de rebaño y las mutaciones mismas del virus, pero sigue siendo letal. Si la memoria no me falla, en 2020 llegamos a ver alrededor de 5 muertos diarios en el glorioso estado de Morelos, cuando hoy en día sólo se reporta uno o dos diarios por coronavirus, y no todos los días. Dado, a gobierno le encanta maquillar sus cifras y la ausencia de pruebas impide determinar si la causa de muerte fue coronavirus o no. Además, debe usted de tomar en cuenta lo feliz que está este gobierno viendo cómo funcionan sus estrategias de control poblacional.

            Lo cual nos lleva al argumento principal de esta semana: el fin de la humanidad como la conocemos. ¿Ha notado usted, apreciado lector, que las cosas no funcionan como antes? Nos hemos visto dominados por una ola de lo que Rollo May denominaba la “patología de la vida moderna”: la falta de voluntad. Hoy en día ir al taller mecánico es una ruleta rusa. ¿Sabe usted, señor mecánico, cómo se soluciona el desperfecto de mi auto? Pregunta cuya respuesta en automático será: sí. No importa si conoce el tipo de vehículo, tecnología, capacitación, herramienta, instalaciones e infraestructura en general. Deje usted aquí su vehículo, señor cliente, y ya luego veré cómo hago por solucionar su desperfecto, o por lo menos cómo hago por entregarle su vehículo en suficientes condiciones como para poder cobrarle mis honorarios. Digo, mecánicos deshonestos ha habido desde que la mecánica es mecánica, hace unos 20 años conocí a alguien a quien le habían cobrado una fuerte cantidad de dinero por sustituir la turbina de su automóvil, pero hay niveles.

            La tercera década de este milenio nos encuentra en una situación mucho más precaria. La infraestructura más solida con la que contamos fue desarrollada hace más de 20 años. Para dar un ejemplo un poco más concreto: el Estadio Azteca fue inaugurado en 1966, hace 55 años. El Palacio de los Deportes se inauguró para las olimpiadas de 1968. Nos hemos orillado a depender de infraestructura del siglo pasado, tratando de sobrevivir las vicisitudes de la democracia contemporánea. Antes era esporádico ver conferencias de prensa en la que se celebraba la adquisición de uniformes para los trabajadores del estado como un logro administrativo de un burócrata determinado. ¿De verdad es el estado en el cual se encuentra la voluntad del mexicano? Diría que tiene rato que no veo que se reinaugure por cuarta vez un mismo hospital a manera de logro administrativo, ya deje usted la moda de inaugurar hospitales sin camas o segundos pisos sin terminar. Hemos llegado al punto en el que los puentes se caen a los tres años de haberlos construido. Digo, considero que es muy emblemático que los responsables del proyecto de la línea 12 del metro ocupen sendos cargos administrativos en el gabinete presidencial de este pelmazo en turno, pero el argumento va más allá. ¿De verdad nadie, desde el presidente hasta el más aprendiz de los albañiles, pensó que TAL VEZ se podría caer el puente ocasionando muerte por decenas si no se hacía con la debida calidad? ¿A nadie le ha llamado la atención el estado en el cual se encuentra el libramiento de Cuernavaca, a unos cuantos años de haberse terminado la obra?

            Hemos llegado al punto en el que el trabajador no sólo no sabe cómo se realiza una labor, no le ve el caso a hacerlo completo, ya deje usted hacerlo bien. Le invito a hacer el ejercicio, con el puro afán de corroborar la hipótesis. Solicite usted a alguien realizar una labor, la labor que usted quiera. Pídale a  una de sus bendiciones (o cualquier individuo que usted conozca por debajo de los veinte años de edad) que hagan una compra del mandado de 5 elementos concretos (medio kilo de arroz, un cuarto de frijol, 4 jitomates, dos cebollas, y un puño de chiles), y observe el resultado. De alguna manera el mexicano se ha hundido en una carencia absoluta de voluntad que va a significar el final de la humanidad como la conocemos. No será la próxima epidemia (porque ésta no fue lo suficientemente letal y esa es la verdadera razón por la cual no se terminó la vida humana), no será la guerra nuclear, dudo mucho que sea una invasión alienígena porque de existir, solitos están esperando a que nosotros hagamos su trabajo por ellos. La vida humana encontrará su fin porque los puentes se van a seguir cayendo. Cada vez habrá más especialistas sin conocimiento especializado porque ¡qué flojera estudiar! Mejor veo cómo hacer trampa en el examen.

La voluntad de ser, de saber, de conocer, de hacer, esa es la voluntad que se está extinguiendo. La próxima pandemia habrá que obligar a la gente a reunirse por decenas de miles, a ver si así se logra que la gente se mantenga resguardada en sus casas porque la voluntad ha muerto, Zarathustra se lleva las manos a la cabeza y Franz Kafka se revuelca en su tumba (pero de la risa).