El Tercer Ojo Lo que el 2020 nos dejó
En opinión de J. Enrique Alvarez A.
Las manecillas de un viejo reloj de anticuario, enclavado sobre la pared que miro de frente a través de mi memoria, giran indetenibles, de izquierda a derecha, marcando sobre doce números fragmentados por líneas cortas y pequeñas, el paso indubitable de las horas, minutos y segundos. En su parte inferior, a través de un cristal cortado observo cómo, de izquierda a derecha y de derecha a izquierda oscila sin parar un péndulo que mantiene activa la maquinaria de ese reloj. Cada quince minutos escucho el sonido perfecto que fragmenta las horas en cuatro partes equidistantes.
Sobre la pared izquierda del mismo cuarto cuelga un calendario del cual, día con día, pueden ser desprendidas, una a una, las hojas que marcan las semanas y meses del año. Sin gran esfuerzo me percato de que de las 366 que contenía el primer día del año 2020, sólo cuelgan unas cuantas.
Así, mirando ambas paredes, contando los días, semanas y meses que configuraron este año, el “año de la peste”, puedo saber que se acerca a su fin y se anuncia ya la apertura del esperado por algunos 2021. El “año de la peste” se aleja inexorable, pero la peste que le caracterizó queda no únicamente como estela de un tiempo imprevisto, indeseable y, quizás trágico.
Universal, regional, nacional y localmente hemos sido marcados indeleblemente, de una u otra manera, por “la peste”, es decir, por la presencia del SARS Cov-2, secundario al COVID-19.
Ya antes, pese a nuestra enflaquecida y debilitada memoria, éramos presas de otras grandes epidemias nacionales que, como en el caso de la Caja China, quedaron enmascaradas u ocultas por “la peste” que, siendo evidentemente una epidemia y pandemia existente, ocultó, solapó, encubrió, qué sé yo, a las grandes tragedias que nos han marcado desde tiempo atrás y no de atrás tiempo.
Como la historia de la humanidad muestra, “las pestes” llegan, permanecen un tiempo, pierden fuerza, simulan desaparecer, vuelven a aparecer y, más allá o más acá de ellas, destapan y descubren otras calamidades que les prexistían y, al irse o permanecer disminuidas, dejan otra serie de secuelas, además de los dilemas que ya postraban a la humanidad, o a las poblaciones regionales o nacionales.
México, nuestro México, no permanece al margen de esta dinámica y dialéctica de la historia.
Quizás, como antes lo hiciera José Carlos Mariátegui al expresar que “la historia del Perú (… y podría agregar yo, nuestra América Latina…) podría escindirse en dos grandes periodos, antes de la conquista y a partir de la conquista”, hoy podemos sin duda escindir esta era de los comienzos del siglo XXI en dos grandes momentos; antes de la pandemia y epidemia del COVID-19, y después de ésta. No dudo que para nuestro caso sea pertinente.
Antes de la Epidemia y Pandemia del COVID-19, antes del “año de la peste”, ¿Qué había en México?
Podría ser definido, desde prácticamente el segundo medio del Siglo XX, bajo los siguientes términos: Corrupción, impunidad, violencia estructural, asesinatos de todos los órdenes (políticos, delincuenciales, psicopatológicos, de Estado, ejecuciones), secuestros, levantones, feminicidios, violaciones (sexuales, de los derechos humanos), represión, miseria económica para amplios sectores de la población, desempleo, inseguridad generalizada, problemas serios de salud mental, enriquecimiento inaceptable de unos muy pocos personajes del país, gobiernos corruptos y al servicio de las relaciones de dominio-subordinación, ausencia de un modelo económico y político nacional, independiente, democrático, participativo e incluyente, etcétera.
“La peste”, este año 2020, como Caja China, hizo humo encubridor de esta serie de cuestiones y, naturalmente, ocupó, prácticamente todo el año, en también todos los medios informativos y redes sociales, para todos los actores sociales, de todos y cada uno de los colores del espectro político e ideológico, su hacer y discurso.
La realidad objetiva e históricamente existente dejó de ser objeto de interés y de análisis. Sólo quedó como realidad perceptible la epidemia (transmisión, prevalencia, positividad y mortalidad); nada más existían las informaciones respectivas y “Susana distancia”, “quédate en casa”, “confinamiento sugerido”, la “búsqueda de culpabilidad en los otros”, “lo público es un peligro”, “lo privado es lo seguro”, ansiedad, angustia, miedo, incertidumbre, desesperanza, indefensión y, quizás, la esperanza en un caudillo, en un salvador, en Dios.
Pero también, “La peste”, este año 2020, descubrió nuestras miserias y debilidades, que también prexistían a ella.
Nuestra amnesia histórica, política e ideológica; la ausencia de consciencia de que habíamos perdido la consciencia de ellas y de nosotros hace tiempo (anosognosia), la consciencia de que habíamos dejado, desde tiempo ha, en otros, los otros que no somos nosotros, la responsabilidad histórica del desarrollo y devenir nacional, colectivo, y personal y que habíamos sucumbido a las mieles del idealismo, del caudillismo y de la irresponsabilidad para ceder a la tentación de la caridad pública, de las migajas recibidas en becas y estímulos, de la sumisión y la subordinación a “los otros” de siempre disfrazados con piel de corderos.
“La peste” llegó como acicate de nuestras debilidades y miserias.
Sin embargo, ¿qué nos deja más allá de lo que he escrito hasta este momento?
No tengo duda de ello tampoco, ¡Hay un después de la epidemia!
¿Qué sigue?
¿Qué hacer?
“… Porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
Amado Nervo
Después de la Epidemia y Pandemia del COVID-19 está el horizonte que debemos apuntalar; atrás, atrás ha quedado la imagen del discurso de quienes pretenden endosar al pasado el hoy.
Ellos tienen las elecciones.
Nosotros nuestra existencia y porvenir.
Hasta pronto.