El Tercer Ojo - La muerte cabalga en caballo de hacienda<br> Poema en prosa

En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara

El Tercer Ojo - La muerte cabalga en caballo de hacienda<br> Poema en prosa

La muerte cabalga en caballo de hacienda

Hace tiempo que escuchamos claramente los relinchos de ese corcel,/ galopando con tan temido jinete sobre la montura,/ —Príapo parece en una búsqueda sin término de su anhelada Hestia—,/ y guiando por campos, llanos y laderas con la siniestra palma su jamelgo,/ a su paso, inmisericorde, con guadaña sostenida por su diestra mano,/ siega, una a una, cuantas vidas se cruzan por su ruta.

Ensordecedoras zancadas de la bestia,/ por todos lados impelen al miedo o el temor;/ nadie trata de buscar el lugar originario del sonido,/ por creer y suponer que si topan con la segadora,/ su desgracia será destino inexorable./ Sordos, ciegos, mudos, insensibles ya/ tratamos de escondernos tras un inexistente y dulce muro/ y expulsamos nuestro pánico a horcajadas, vomitando nauseabundas palabras.

La Parca nunca llega sola, deseante de la sangre nueva, ¡no!/ Dicen, quienes de ello saben y bien conocen,/ es antecedida a modo de procesión demoníaca/ por algunos jinetes que, sin ser heraldos, anuncian a los cuatro vientos/ cual Caja de Pandora abierta/ las calamidades que entregarán, aún no yertos,/ a los condenados de la tierra que serán objeto de una orgía de occisión.

El jinete de las enfermedades casi siempre viene al frente,/ seguido a pocos pasos por aquél que arroja el hambre y la miseria;/ a la distancia se mira con sus armas infalibles, algo semejante al Dios Huitzilopochtli,/ ¿o será quizás el tan temido Ares?/ y, un poco más atrás, cual si fuese el arcángel Gabriel,/ con trompetas y clarines, el Heraldo que anuncia la tragedia.

Hace tanto tiempo que nos acompaña como aura inapelable,/ que ya nada sabemos hacer para escapar a tan incierta circunstancia./ Escupimos y proferimos herejías sin conocer, acaso ello, el destino de las iras contenidas;/ hemos religiosamente guardado un silencio bastante parecido a la estupidez,/ hemos desaprendido la aritmética y ya nada podemos contar,/ desde ese momento fuimos destinados a padecer de discalculia.

No sabemos ya contar las horas, ni los días, meses o años/ que vivimos ¿vivimos? bajo el sino de la incertidumbre;/ no podemos calcular lugares, regiones, entidades o lugares/ que guardan en su seno cuerpos y osamentas innombradas ya;/ incapaces somos de poder imaginar cuántos cementerios y fosas clandestinas/ hay regadas por rincones ocultos y escondidos a nuestra conciencia.

Como herencia o maldición de dioses o demonios, llenos de rencor y odio,/ fuimos expulsado de un soñado paraíso;/ y disparando dardos somníferos o analgésicos/ fuimos atravesados por las flechas de la amnesia, el olvido y la estulticia./ Así hemos vagado, cual parias trashumantes y desheredados,/ sin destino claro y cierto, a tientas,/ tratando de encontrar los asideros que sostengan un poco de esperanza.

Mientras tanto, esgrimiendo la lengua bífida en cenáculos de grandes iniciados,/ los escribas y los fariseos, los grandes doctores de la ley y de su labia,/ se desgarran vestiduras arrojando anatemas e imprecándose los unos a los otros,/ blasfemando, aborreciendo y abominando,/ ensúcianse los otros y los unos,/ en tanto Belial complacido,/ disfruta el espectáculo circense de los clowns y los ilotas.

El tiempo de la siega parece nunca terminar/ y, más todavía, percibimos que una tormenta nos envuelve con mayor intensidad,/ las gotas de los llantos desde el cielo caen acompañadas de granizo hiriente,/ las nubes ocultan la luz solar y su calor, el viento arrecia,/ las calles inundadas llevan lágrimas y mugre/ sangre y heces malolientes se alejan sigilosas/ … a lo lejos un rayo de luz disipa las penumbras y las sombras.

Llega presta la certeza, limpia de las dudas y los miedos,/ que lava nuestros cuerpos de la mugre,/ enjuaga nuestra tierra de gusanos y rapiña/ y perfuma con aromas el espacio;/ los olvidos ceden paso a los recuerdos,/ nuestra lengua llena de sentido la existencia/ escuchamos de pronto a quienes desenredan de los miedos a sus hijos,/ y caminamos, nuevamente, todos, buscando rumbo más allá de las tinieblas.