El color de la tierra y el adiós a la Pachamama. El racismo y la discriminación contra el poder de los de abajo
En opinión de Aura Hernández
“Es lamentable que América Latina tenga una elite económica que no sabe convivir con la democracia y la inclusión social de los más pobres”.
Luiz Inácio Lula da Silva.
El pasado domingo, una buena parte de la opinión pública en el mundo, volteó hacia unos de los países latinoamericanos que desde el año 2006 es gobernado por un personaje ajeno a las élites históricas en la región, precisamente con motivo de su derrocamiento. Militares y grupos tradicionales que fueron desplazados de su situación de privilegio a costa de la marginación de los pobres, obligaron al presidente Constitucional de Bolivia a renunciar con el subterfugio de la democracia y al hacerlo regresaron el reloj 40 años. Los gorilas están de vuelta.
Mucho se ha discutido, si había razones para una embestida a las instituciones bolivianas de estas dimensiones, yo creo que no. Veamos, se acusó a Morales de fraude electoral y él solicitó la intervención de la OEA, la cual pidió la realización de nuevas elecciones, que el día de ayer anunció que se realizaría ante la presión en las calles de lo que muchos llamaron la derecha organizada.
Sin embargo, la presión de los militares y de los grupos de poder contrarios al gobierno no cesó con el anuncio de nuevas elecciones que fue acompañado de la renuncia presidencial, simple y sencillamente porque la sola dimisión no era su objetivo. Se buscaba la aniquilación de lo que ese gobierno simbolizaba.
Fernando Camacho uno de los dirigentes del movimiento que orquestó el golpe, fue muy preciso cuando entró en Palacio de gobierno acompañado por los militares que lo secundaron y sobre la bandera boliviana colocó la biblia y dijo “Aquí ya no mandan los indios paleros sino los cristianos. La pachamama diabólica nunca volverá al Palacio, Bolivia es de Cristo”, y al hacerlo nos retrocedió mucho más que cuarenta años.
Durante el último cuarto del siglo XX, Latinoamérica, concretamente el cono sur, y una buena parte de Centroamérica, fueron protagonistas de golpes militares, cobijados muchas veces por las jerarquías católicas y la bota norteamericana que detuvieron por la fuerza cualquier intento de gobiernos democráticos en la región: Guatemala, Chile, Argentina, Paraguay, Brasil, El Salvador, Honduras, Ecuador son los que me vienen a la mente en este momento. Los golpes militares costaron no solo vidas humanas y el secuestro de la democracia, sino también instauraron en la región regímenes represivos que hicieron de la violación a los derechos humanos la forma por excelencia del control social
En Latinoamérica, México fue de los pocos países que formalmente no padeció una dictadura militar, pero si una dictadura perfecta como bien lo apuntó Vargas Llosa, por lo que la represión a las disidencias al régimen dominante fueron pan de cada día en casi todo el territorio nacional. El anticomunismo y la guerra sucia son ejemplos aún vivos en la memoria de quienes ya pasamos las cinco décadas.
Aún con todo, México ha mantenido incólume su tradición humanitaria hacia el exterior. Fue por ejemplo de los pocos países que incluso desafiando a los estados Unidos dio asilo a un gran número de líderes y ciudadanos cuyas vidas peligraban por razones de su militancia política.
Esta tradición ha reputado mucho a nuestro país en el mundo, desde la época cardenista en que nuestro país recibió a cientos de exiliados de la república española y dio asilo a León Trosky, después de que muchos países en el mundo prefirieron no hacerlo para no enemistarse con la URSSS estalinista. También, en 1962, cuando Estados Unidos pidió la expulsión de Cuba de la OEA, México, haciendo gala de su autonomía con respecto al gigante norteño se opuso de manera muy contundente.
Ayer, en esa misma tradición el canciller mexicano anunció que se ofreció asilo al depuesto Presidente boliviano, que aun y cuando ha tenido el respaldo de muchos líderes progresistas en el mundo, las dificultades para que ese respaldo se traduzca en asilo, son verdaderamente complicadas para su materialización.
Lo que sucedió en Bolivia este fin de semana y lo que sucedió con Lula da Silva en Brasil han dejado a las fuerzas progresistas de nuestra América con un sabor agridulce y nos muestra que la polarización ideológica favorece los fundamentalismos y la exclusión.
Hoy, cuando hay una gran esperanza para los movimientos populares latinoamericanos luego del triunfo de Fernández en Argentina, de las movilizaciones sociales en Chile, de la Liberación de Lula en Brasil, de las manifestaciones contra la corrupción en Perú, es necesario mirarnos en ese espejo y hacer todo por detener la polarización generada por los fundamentalismo que han sido incapaces de deshacerse de sus perjuicios de clase y de su racismo.