Caricatura Política - Ética policial cíclica

En opinión de Sergio Dorado

Caricatura Política - Ética policial cíclica

El comisionado estatal de Seguridad Pública del estado de Morelos acaba de hacer un hallazgo extraordinario que mantiene boquiabiertos a los morelenses. Qué diga usted la reinvención del hilo negro o la rotación de la Tierra en sentido contrario a las manecillas del reloj. No se diga tampoco el punto de ebullición del agua tibia al alcanzar los 100 grados centígrados en condiciones normales. No, no. No es lo que usted adivina, estimado y único lector, quien ni siquiera ha logrado comer por no poder cerrar la boca para asentar la mordida firme sobre la impaciente papa.

            El comisionado acaba de descubrir que existen más de 180 policías morelenses coludidos con el crimen organizado. Todavía no proporciona un número exacto, pero asume que son más de 180, lo que hace suponer, por lógica deductivamediática y virtuosa, que la inteligencia de seguridad pública continúa en investigación profunda y minuciosa y el número de uniformados desleales puede acrecentar su dimensión próximamente, incluso pudiendo llegar a la totalidad de los números infinitos del universo policial morelense. Por eso la enorme importancia de tomar en serio la amplia apreciación del comisionado.

            Esta información, pertinente por todos los ángulos que se le vea, ya fue turnada con apremio a las manos del gobernador, con la propuesta firme de incrementar la matrícula de la Academia de Policía, para así ir formando y reemplazando gradualmente los frutos policiales podridos por frutos frescos, que según cálculos matemáticos de fermentación oblicua, puede tardar entre seis y doce meses para que la putrefacción llegue hasta el hueso. Porque ya llegando a la parte férrea, ya se jodió la cosa, según los expertos en descomposición superlativa y otros menesteres.

La parte defectuosa del casi impecable plan, sin embargo, consiste en el traidor desempeño de policías antiquísimos, a quienes a base de experiencia delictiva contagiosa, se les ha petrificado el hueso amargo y no existe antídoto que ablande estirpes criminales que funcionen adecuadamente, y colaboren con el propósito de limpieza deseado por el comisionado, quien ya ni duerme en búsqueda insomne por encontrar la cuadratura de la incógnita maloliente. Y es que, para colmo de males, los malosos uniformados se han amparado, con lo que la inmunidad contra el dengue inmoral y otras sorpresas del estado de sitio en que viven los morelenses, los protege con coraza impenetrable.

            Mientras tanto, lo que preocupa a los ciudadanos morelenses, que ven cómo el crimen se multiplica por todas partes y en todas direcciones y modalidades creíbles e increíbles del momento, es que los delincuentes, siguiendo el ejemplar ejemplo de sus amigotes uniformados –y disculpe usted la rebuznancia pleonástica, por favor, pero no hubo otra manera de expresarlo-, se les ocurra recurrir también al amparo justiciero y hagan una fuerza común con sus amigotes uniformados, incluso modificando el quinto y el noveno mandamientos de Moisés con escandalosa impunidad grotesca: “Sí matarás y fornicarás, cuando la víctima la haga de pex”.

            Urge, por tanto, que el gobernador autorice, aunque sea en los quince minutos de descanso futbolístico intermedio, el reluciente plan del comisionado, y endurezca con prontitud la orden para que todo miembro policiaco en formación, o ya enquistado en el huerto de la pureza policial, apruebe con grado sobresaliente los exámenes de control, echando a andar para ello la maquinaria cíclica con mucho más revoluciones por segundo. Medida necesaria para que el amparo policial no descobije al desamparo morelense, más ahora en época de frío polar violento.

            Digo, si ya aguantó más de una década, qué le cuesta a usted aguantar al menos un lustro más para dormir finalmente tranquilo y sin soñar con fornicaciones delictivas abruptas y traicioneras. Apelamos a la paciencia muy suya en virtud de ser ésta una característica natural del morelense promedio. Ya ve usted que no hay mal que dure cien años, ni nadie quien se lo resista. Menos mal.