El argumento en el debate político

En opinión de Hertino Avilés Albavera

El argumento en el debate político

El primer debate presidencial en realizarse en México fue en el año 1994, es decir, han transcurrido 30 años desde que las figuras políticas Ernesto Zedillo (PRI), Diego Fernández de Cevallos (PAN) y Cuauhtémoc Cárdenas (PRD), Dieron inicio a un acontecimiento  de gran relevancia para las subsiguientes contiendas electorales en el país, pues esto permitió dar pauta a una herramienta para el convencimiento del electorado convirtiéndose en televidentes expectantes de las palabras.

Ante las miradas y reflectores puestos en ellos es que el candidato busca sobresalir haciendo uso de la argumentación o de artimañas que se hacen pasar por argumentación, en donde el fin es lograr el convencimiento buscando demeritar a la contraparte y salir airoso en tales peroratas con el uso de la agresividad verbal.

Antes es importante mencionar que un argumento se basa en “ofrecer un conjunto de razones o de pruebas en apoyo de una conclusión”.

Y en este conjunto de razonamientos encontramos distintos tipos de argumentos para la construcción de un buen debate en donde se buscan características esenciales como; la sustentación de opiniones apelando a la razón y no a las emociones.

Sin embargo en el actual debate parece preponderar el uso de falacias sobre el argumento sólido y fundamentado.

Pues basta tan solo unos minutos para detectarlas, siendo una de las principales estrategias el inacabado recurso del ad hominem el cual consiste en la refutación enfocada en atributos negativos de la  persona que sostiene argumentos contrarios al propio, y no en los argumentos mismos. Teniendo como principal objetivo la desacreditación del oponente.

 Esto conlleva a la distorsión de la percepción pública y la dificultad en  la toma de decisiones informadas. Convirtiendo así un debate político en un espectáculo en el cual se desvia  la atención en el abordaje de propuestas,  desvirtúa los propósitos ideales de un debate político, y socava la confianza del público en el proceso democrático. Es por eso que no solo es necesario el uso de la argumentación en los debates políticos, sino el de la buena argumentación.