Del voto femenino a la paridad. 67 años después ¿qué sigue?
En opinión de Aura Hernández
“Qué habría sido de las mujeres en el patriarcado sin el entramado de mujeres alrededor, a un lado, atrás de una, adelante, guiando el camino, aguantando juntas. ¿Qué sería de nosotras sin nuestras amigas? ¿Qué sería de las mujeres sin el amor de las mujeres?
Marcela Lagarde
La memorable hazaña que significó para los derechos de las mujeres la lucha sostenida por las sufragistas en una buena parte de la historia de nuestro país, y que se vio coronada el 3 de julio de 1955 cuando por primera vez en la historia las mujeres mexicanas pudieron ejercer su derecho al voto, tuvo como argumento contrario a su conquista, el ridículo pretexto de que a través de ellas la iglesia católica se inmiscuiría en asuntos políticos. Esto último podría tener algún sustento, pero con sus matices.
En las décadas posteriores el fin de la Revolución mexicana y particularmente en los años 30 del siglo XX, el régimen gobernante propagó por diversas vías las razones que sostenían que, de otorgarse, el voto de las mujeres se inclinaría hacia la derecha, lo que ralentizó el proceso de aprobación hasta la década de los años 50.
En su obra “El sufragio femenino desde la perspectiva sinarquista-católica”, la académica de la UAM, Roxana Rodríguez, sostiene, citando a Esperanza Tuñón, que “el temor gubernamental tenía una base real en el catolicismo de la mujer mexicana y en la influencia de la Iglesia sobre ella. Los políticos no podían asegurar el rumbo que podía tomar el voto de la población femenina en general”.
Y es precisamente en la contienda por la Presidencia de la República de 1940, cuando los partidos políticos identificados como de derecha, no solo construyeron un bastión de su lucha en organizaciones como la Unión de Damas Católicas y alentaron la oposición al gobierno cardenista, sino que prometieron a las mujeres el acceso al voto universal.
En la realidad ambos bandos traicionaban sus propios principios y se sustentaba en la creencia oficialista que expone la académica Roxana Rodríguez a partir de una cita de la sufragista Soledad Orozco, quien afirmaba que “los regímenes de entonces tenían miedo de que, si nos daban el voto a las mujeres, íbamos a votar por monseñor Luis María Martínez, que era el obispo de la época”.
Y no fue del todo así. Y no precisamente por culpa de las mujeres o de las facciones de oposición conservadoras. Pues la idea que sustentaba la decisión del régimen para reconocer el derecho al voto femenino conservaba intacta su vena patriarcal.
Había en la sociedad de entonces una especie de “machismo interiorizado” que no distinguía entre tirios ni troyanos, lo que se evidenció en 1946 cuando se permitió a las mujeres votar en elecciones municipales a partir del razonamiento oficial de que la conquista de este derecho no implicaba “riesgos para la desintegración familiar”, pues los municipios eran como “la casa grande” de las mujeres.
No fue diferente en 1953 cuando el discurso oficial dejó claro que no le preocupaba la igualdad o la justicia de este sector de la población pues el voto no implicaba que las mujeres descuidaran “las labores propias de su sexo”, sino que, “desde su hogar ayudarían a los hombres, resolverían con abnegación, trabajo, fuerza espiritual y moral problemáticas tales como la educación y la asistencia social”, como bien lo apunta la investigación de Roxana Rodríguez.
De manera paulatina se dio a las mujeres el derecho a votar para elegir a sus gobernantes, pero la violación a otros derechos tan elementales como sus derechos reproductivos o su derecho a la participación política persistieron.
A partir de ahí, se ha generado, entre sectores muy conservadores, la percepción de que la conquista de nuevos derechos, como el derecho a decidir sobre su cuerpo han sido vertiginosos y hay en las religiones una intensa y activa resistencia hacia la realización de esos derechos.
Hoy esa percepción -y nuestra realidad- de que la religión, particularmente la católica, rige las decisiones políticas de las mujeres en nuestro país ha cambiado radicalmente para fortuna nuestra, pero es innegable que su influencia sigue siendo decisiva en muchos ámbitos, incluido el político. El domingo pasado lo pudimos apreciar en Cuernavaca.
Pero ese no es el tema de hoy… sin negar que es imperativo discutir sobre sobre el Estado laico.