Cuando sea demasiado tarde… - De vuelta a la presencialidad
En opinión de Gabriel Dorantes Argandar
Pues parece que ahora sí llegó el día. A una semana de que se cumplan dos años de cuarentena, se anuncia el regreso a la presencialidad en la gloriosa Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Mientras escribo estas líneas, también me entero de que la huelga del Sindicato Independiente de Trabajadores Académicos de la misma se conjuró por aceptar bajo protesta los términos establecidos por el Dr. Gustavo Urquiza Beltrán y la administración central, con lo cual se puede continuar con las labores académicas en este esfuerzo por regresar a lo presencial. De la misma manera que en ocasiones anteriores, no voy a opinar porque éste no es el lugar, pero todos estamos agradecidos con la oportunidad de poder continuar con este esfuerzo de volver a la normalidad. Han sido dos años muy difíciles y con hartas contrariedades.
Dentro de todo lo que hemos aprendido, me llevo una gran lección como docente y superviviente del coronavirus, y me van a perdonar el atrevimiento. En algún lugar del camino, en los últimos 10 años, la labor de ser profesor se ha deshumanizado. No voy a deshacerme en ejemplos al respecto de la experiencia que ha sido, y por supuesto que no es para hacer menos lo vivido por nadie, pero sí quiero dejar en claro que no fue fácil participar en esta labor durante la pandemia. Ya era un fenómeno en observación en redes sociales desde antes de las circunstancias presentes. De alguna manera, los espacios de opinión individual se volvieron receptáculos de toda serie de argumentos que buscaronn dar voz al intelecto de todos y cada uno de los usuarios del internet, deshumanizando, precisamente, al interlocutor. Uno lee una publicación en la red social de su preferencia, y todo lo que tiene que hacer es plasmar el argumento propio para abonar en un mar de ideas que se pierden en lo confuso, olvide usted el estar de acuerdo, o no.
Pues ése es el entorno al que nos hemos tenido que enfrentar como docentes. Durante este año me he tenido que encontrar con dos grandes problemáticas en el ejercicio de mi labor profesional (digo, ése fue el contexto en el cual las viví). La primera de ellas fue el horario laboral. Su servidor acostumbra excederse del régimen de 9 a 17, de lunes a viernes. Es común que en sábado por la tarde me encuentre disfrutando de la labor de trabajar en mi novela, o los domingos reunir material para un proyecto u otro, o al final de la tarde de un martes abrir el Moodle para revisar tareas. La virtualidad nos dio la oportunidad de elegir más libremente nuestros horarios, lo que llevó incluso a aumentar nuestra productividad.
La problemática residió en que el estudiante también vivió las mismas circunstancias. De pronto cada uno se tuvo que hacer responsable de su propio esfuerzo, y no todos supimos hacerlo de la misma manera. De pronto, los profesores nos encontramos con que el estudiante interactuó con sus tecnologías de la información y la comunicación de la misma manera que lo hace cotidianamente. Llegamos al grado de que los profes nos encontramos con mensajes en el teléfono celular a las 2 de la mañana. “¿Profe, qué dejó de tarea?”, “¿Me puede compartir la carpeta?”, “No puedo acceder al sistema”, “Su apoyo con el material”.
Lo más difícil fue dar clase. Me imagino que para el estudiante habrá sido difícil trasladar la experiencia de aprendizaje en el aula, a la de recibirla a través de un ordenador portátil en la comodidad del comedor de casa. Los docentes nos encontramos con algo que yo llamo el “muro negro”. Dar una clase completa de dos horas hablándole a la pantalla de una computadora no fue algo fácil de acostumbrase a hacer, ahora imagínese usted hacerlo a un grupo de individuos que se niegan a darle la cara a uno. ¿A qué me refiero? Alrededor de las tres cuartas partes de mis estudiantes mantuvieron su cámara apagada durante la duración entera de la pandemia. El día de ayer, mientras platicaba con un colega en el estacionamiento de la Facultad, se me acercó una persona. “¿Es usted el Dr. Dorantes?” Resultó ser una estudiante que tuve en clase durante un semestre completo, quien además cursa sus estudios en la Maestría que su servidor tiene el privilegio de coordinar. No habíamos tenido la oportunidad de conocernos en persona, pero como toda relación interpersonal, tiene dos direcciones, es tan difícil para el estudiante como lo es para el profesor.
La pandemia terminó por resaltar la escisión humana entre el estudiante y el docente. Mucho se ha dicho y escrito al respecto del esfuerzo que los estudiantes han hecho por mantenerse a la altura de las circunstancias con el fin de poder continuar con su formación en cualquier de los niveles, pero poco se ha dicho al respecto de el esfuerzo que los docentes han tenido que hacer para mantener a los estudiantes presentes, interesados de una formación que interesa principalmente a ellos mismos, y en la deshumanización de la labor docente.
Es por esta razón que dedico estas líneas a la comunidad entera: volvamos a hacer humano el proceso de enseñanza-aprendizaje. Volvamos a la construcción del conocimiento a través de todos los actores involucrados, incluyendo la relación entre estudiante y profesor. ¿Quién sabe? Tal vez terminemos encontrando que es mucho lo que tenemos que aprender al respecto, y hay mucho que perdimos en el camino que todavía tenemos pendiente de recuperar.
Así que, si usted conoce a algún docente, regálele un abrazo y dígale que todo está bien. Encienda usted su cámara y obséquiele una sonrisa, tal vez la persona que esté al otro lado del esquema de comunicación lo vaya a gradecer. Tal vez la pandemia está terminando, pero el trabajo todavía tiene mucho para donde caminar, y sólo llegaremos a la meta si lo hacemos todos juntos.
Porque la educación no la hace uno, la hacemos todos.