Árbol inmóvil - Epitafios - Infancia y muerte

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Epitafios - Infancia y muerte

En “Epitafio sobre ninguna piedra”, el aedo Octavio Paz abrevia:

 

Mixcoac fue mi pueblo: tres sílabas nocturnas,

un antifaz de sombra sobre un rostro solar.

Vino Nuestra Señora, la Tolvanera madre.

Vino y se la comió. Yo andaba por el mundo.

Mi casa fueron mis palabras, mi tumba el aire.

 

            Durante este peregrinaje, la muerte no anuncia su desaire. Nadie planea el epígrafe de su laude. Los agnados se sienten en la emancipación de la escritura. Y no deberían. Se suceden (en la martingala del ultraje). Qué miseria.

            Hay un sinfín de leyendas en piedras indiferentes. Verbigracia, en la tumba de Enrique Jardiel Poncela (Espérame en Siberia, vida mía) se lee: “Si buscáis los máximos elogios, moríos”.

            En la de Shakespeare:

 

“Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos”.

 

            Obvio, el autor de esas palabras retomó un fragmento de la escritura, en el antiguo testamento. Precisamente en: Génesis 12:3: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”. La influencia es inevitable. Somos el resultado de lo que leemos. Borges expresó: “todos los libros son el mismo libro”. Dio a entender que la narrativa va concatenada; en esa estela se suscita la novedad.

            El Marqués de Sade: “Si no viví más es porque no me dio tiempo”. “La muerte es grande. Le pertenecemos”, musita Rilke. Y el filósofo español Miguel de Unamuno nos instruye a vivir con sigilo, porque la inevitable inexistencia está en diversos flancos, acosándonos, como un león rugiente.

En este momento, al escribir, puedo perder la vida. No sé cómo. El afán de cada día renueva la angustia; el esplín es el mismo; diferente, siendo igual al anterior. No cambia; empero, metamorfosea, a medida que la oscuridad cesa…

            En la lápida de Alejandro Magno: “Una tumba es suficiente para quien el universo no bastara”. Aún vivo, auguró el desenlace, por medio del siguiente aforismo: “Preveo un gran concurso de funerales sobre mí”.

            Retornando al vate argentino Borges, su correspondiente epitafio revela: “Y que no temiera”. En su poesía se divisó algo símil. El vocablo metafórico nos conduce (sin saberlo) a un futuro instantáneo, donde el silencio se sublima. En “Los espejos” escribió:

 

Yo que sentí el horror de los espejos

no sólo ante el cristal impenetrable

donde acaba y empieza, inhabitable,

un imposible espacio de reflejos

 

            En un ensayo, al referirse a la criptografía, externó: “vemos en enigma por medio de un espejo”. El azogue fue un tópico perentorio en su trabajo literario.

            De esta forma, el epigrama encima del cuerpo inerte (en cualquier superficie) no es eterno. Las erosiones del destiempo lo van desapareciendo, así como el olvido y la evasión. El desprecio, en algunos casos.

            Por ahora, desearía que mi destierro primario fuera inadvertido (como tus ojos en la noche, donde me aparté de un abrazo innecesario, por blasfemo). No hay letras que se asgan en el aire.

 

INFANCIA Y MUERTE

 

La acritud era decisiva a los seis años; sin embargo, se desvió hacia la inmisericorde muerte. Un subterfugio de anhelo de desaparición. Desde entonces, el derredor se hizo una pecina de arideces.

            Se instauró, por ende, la apetencia belicosa (con sus intervalos de ayuno deliberado). Sólo el amor ilusorio resolvió la convulsión. La salvaguarda materna se dio en la morada oscura, donde el movimiento -detenido- se deshizo (como una ola en la intemperie del desamparo). No ha dejado de llover…

            Ergo devino la expectativa sobre el subsuelo, de donde prorrumpió el insulto y la misantropía. El clavo en un zapato. El autoexilio. El rechazo hacia la congregación hipócrita. La huida al vacío. La celeridad de la angustia. El destierro en la nada (sobre la hilaridad momentánea de la desesperanza). Los padres “son asesinos”, dice Cioran.

 

ZALEMAS

            A propósito del confinamiento, a causa del covid, viene a colación “Inactual”, de Unamuno:

 

He llegado harto pronto o harto tarde

al mundo, en esta nuestra edad de hierro

en que rinden los hombres al becerro

de oro un mezquino corazón que arde

 

            La lentitud es una forma de martirio. Los ciclos de la animadversión (con exhalaciones de inconstancia) escoran en el rastrojal de la sequía.

            (¿Hasta el siguiente jueves? O miércoles. El Rapto es inminente).