Árbol inmóvil - Covid: la desolación

En opinión de Juan Lagunas

Árbol inmóvil - Covid: la desolación

El contorno es un halo de angustia, en medio de la pandemia de covid. Un plañido trágico, al estilo de los vates de la lobreguez. 

            Recién, una persona se acercó a este columnista, para narrar sus vicisitudes, tras dos fenecimientos de cercanos: 1. Hermano. 2. Médico. Éste no alcanzó la dosis. En la realidad, su trabajo estuvo siempre al frente, en la vanguardia de la desolación, donde el alba es insuficiencia y, por ende, penuria.  

            Así ha ido “ella” sobre las baldosas, nosocomios y exequias: hipando. Imposible ser empático. Nadie posee esa capacidad. La urgencia de la aplicación del medicamento se hace (entre los contagiados avanzados) un lenitivo. La muerte es atemporal (como una lluvia en la tarde de “nada”). 

            En contraste, al estilo periodístico vetusto, los voceros de los entes de seguridad social: IMSS e ISSTE, recurren al sentido heurístico y, sobremanera, al subterfugio. No revelan la tragedia: segregación, desprecio del cuerpo inerte, despotismo de los servidores públicos (no todos), inmisericordia ante las lágrimas de los familiares… Estamos frente a un desierto inacabable… Pagano. Marchito. Fosco. Montaraz. Nadie quiere vivir ahí; empero, los huéspedes llegan, como si fueran guiados por el destrón de la oscuridad.  

            “La muerte es grande”, dice Rilke. Sara lo sabe ya. Mira al piso y, de súbito, desvía la mirada. Cavila: “sigo aquí. No sé por qué. No me cuidé del todo”. Y agrega: “estoy acá por algo”. La convicción espiritual superflua (aparente) suele ser una prolongación de la ceguera. Algo vendrá…  

            No quiere ayuda profesional. Se hacina a la reminiscencia, cuando la risa se compartía en sitios sin piélagos inclementes. Epílogo: la inexistencia llega, al fin. Y se acomoda en el costado.  

            “¿Sobrevivencia? ¿Es esto así?”. Se endurece, a través de las palabras. Siente que la caída hacia el abismo es una “cascada” de polvo disperso (emancipado en la galera de la infecundidad).  

            Mientras, los centros de salud son cúmulos de repleción. Visibilidad de la “hartura”, dijeran los transeúntes (que no deberían de salir). ¿Será que las exaltaciones de fin de año produjeron este resuello de sufrimientos? 

            La espiral va en ascenso. El desamparo, igual. No conviene “medir fuerzas”. Afuera, en la aridez del destiempo, donde Sara camina, se multiplican las escenas dolorosas.  

            “Nadie estaba preparado”, afirma. Tiene razón. El virus subyuga. El miedo no cesa; al contrario, se exacerba. Sería irónico hacer planes. Los afanes no pueden someterse.  

            Enfrente, como estridencia, está el acoso de las noticias y la falta de información; asimismo, soledad o aislamiento… Meses de distanciamiento social. Es posible que estemos haciendo frente a este esplín, pero no causa frutos. Para esta madre, que no deja de llorar, todo es bruma. Está sola (en espera, tal vez, de un mensaje salvador). Cerrará los ojos en cierto instante… 

ANTES DE LA HUIDA 

            Ningún politólogo se atreve a emitir un augurio ante este panorama. La autoridad electoral, verbigracia, se enraíza en el seguimiento del proceso comicial. En el territorio de la demagogia (como siempre) los contendientes hacen su juego perverso. La execración no se va a ir… Cuidado.