Secreto a voces - Las revoluciones pacíficas latinoamericana (VI)
En opinión de Rafael Alfaro Izarraraz
Breves palabras sobre el contexto. La historia de Latinoamérica es la historia de la invasión española y portuguesa (inglesa en el norte que no es objeto de este análisis). El surgimiento de oligarquías locales sustentadas en la propiedad de la tierra. Una arraigada presencia militar en la vida civil al servicio de las élites. La aparición de movimientos en torno al Estado reconocidos por la historia como movimientos populistas que emprendieron la tarea de constituir un Estado moderno, regulador de las relaciones sociales y de poder económico. La infeliz experiencia de los gobiernos militares y, finalmente, la recuperación de la vida democrática, con todas sus dificultades.
En Latinoamérica la estrategia guevarista y castrista se combinó con antiguas creencias obreristas de corte marxista entre las agrupaciones de izquierda. Pero ese tipo de experiencias parece cosa de un tiempo ya pasado porque han perdido fuerza las manifestaciones que tuvieron como guerrillas rurales o urbanas, duramente golpeadas por los ejércitos al servicio de las élites locales. La más reciente fue la experiencia llevada a cabo por el EZLN. Tal vez la experiencia del EZLN sea la última gran jornada de estrategias marxistas/guevaristas clásicas en Latinoamérica, que por cierto es muy bien vista por los intelectuales latinoamericanos de la corriente decolonial.
Aunque en cuanto al sujeto revolucionario esto ha cambiado un poco con el EZLN, porque no apostó a la clase obrera sino a un sujeto arraigado en los grupos indígenas, la clase obrera en esta subregión no tiene la misma presencia que en Europa o Estados Unidos (debilitada igualmente su fuerza por el neoliberalismo económico y cuyas inversiones se dirigieron al continente asiático). Esta organización se inscribe en los polvos que dejó el marxismo en Latinoamérica. El punto está en que entre esta experiencia del marxismo clásico obrerista en Latinoamérica asociado a la castrista/guevarista no ha tenido ni tuvo el arraigo suficiente como para convertirse en una opción social latinoamericana de masas.
Esa situación se combinó con la caída del Muro de Berlín y el fin del bloque soviético y dos hechos adicionales bastante relevantes: la reflexión de pensadores como Alain Touraine y Albert Melucci, quienes cuestionaron con fundamentos bastante sólidos la idea del sujeto histórico que Marx encarnó en la clase obrera, ante el surgimiento de movimientos masivos de estudiantes, campesinos sin tierra, migrantes, habitantes de colonias populares, mujeres, el movimiento gay, entre otros, que emergieron por todo el mundo. En Latinoamérica y el Caribe esto se concretó en el concepto de “pueblo”. En esta parte del continente surgieron pensadores como Anibal Quijano, Enrique Dussel, Walter Mignolo, Edgardo Lander, Nelson Maldonado Torres, Ramón Grosfoguel, Catherine Walsh, entre otros, quienes han contribuido al pensamiento libertario latinoamericano. Para Pierre Bourdieu, el sujeto es algo que se construye socialmente y es imposible determinarlo de antemano.
En este contexto, en la búsqueda de alternativas a la crisis del marxismo (que para muchos pensadores y corrientes no existe, pero ese es otro asunto) o la emergencia de otras formas de pensamiento como el hinduismo, el pacifismo, también reaparecen las revoluciones pacíficas a la luz de experiencias como la vivida en la India, de la mano de la figura de Mahatma Gandhi, lo mismo que la lucha por los derechos civiles de las minorías negras en los Estados Unidos, con Martin Luther King. Pero sobre todo las revoluciones en la antigua ex Unión Soviética, ante el fracaso del modelo ruso de sociedad igualitaria. La disputa con EU fue brutal y desgastó el proyecto original, pero lo importante es que el ímpetu original se extravió.
En cuanto a los teóricos o líderes de las revoluciones noviolentas, no me refiero a Tolstoi, Boétie, Gandhi, Luther King, Evo u Obador, sino a pensadores que sostienen propuestas principistas que lejos de ayudar a comprender las revoluciones pacíficas establecen reflexiones teóricas que impiden comprender la potencia que encarnan las revoluciones noviolentas. Jean Marie Muller, por ejemplo, sostiene que los movimientos noviolentos deben estar alejados de los procesos institucionales de corte electoral. Ideas esquemáticas seguidas por quienes consideran a las revoluciones como si fuesen producto de lo que ellos dicen. Si no se sigue su itinerario filosófico no son lo que dicen ser y punto.
En la historia reciente, a excepción de la revolución nicaragüense, las revoluciones que han ocurrido en América Latina en los últimos años en nada se parecen a las vividas anteriormente. Lo que observamos no es sólo el registro de una ola ascendente de gobiernos progresistas, sino algo cualitativamente distinto. Los gobiernos progresistas, por supuesto, muy importantes porque acompañan contextualmente las revoluciones pacíficas y crean un ambiente positivo. Dentro de ese progresismo tuvimos y tenemos al gobierno del PT en Brasil y Lula, el triunfo de corrientes peronistas en Argentina, Mujica en Uruguay y, recientemente, la izquierda en Perú y Colombia.
Declararse en contra del orden político, de las condiciones sociales impuestas por el modelo económico neoliberal, movilizarse por décadas y resistir las embestidas de las élites empoderadas, las presiones de los políticos estadounidenses de corte republicano o demócrata, la oposición de organismos como la OEA a los gobiernos revolucionarios pacíficos, participar de los procesos comiciales, enfrentar el fraude, campañas de descalificación constantes en los medios de comunicación electrónicos al servicio de las élites, la expulsión del orden institucional o amenazas de expulsión y resistir la represión, han sido parte de la dinámica de estas revoluciones pacíficas.
Estas revoluciones pacíficas han abierto un escenario distinto al que impuso por décadas la revolución cubana en Latinoamérica y el Caribe. Como lo expone Boris Salazar, refiriéndose a la revolución boliviana, que encabezó un movimiento insurreccional que puso fin al experimento neoconservador promovido en todo el mundo y con consecuencias dramáticas para esta parte del subcontinente. Dice, de la revolución boliviana “Ni la guerra de guerrillas, ni el partido único, ni el líder providencial, hicieron parte de sus atributos esenciales. Tampoco la búsqueda del poder del Estado por la fuerza de las armas. Ni su conservación a toda costa, aun al precio de liquidar la autonomía de los movimientos sociales. En su lugar, una vasta y diversa movilización popular cambió las relaciones de poder en mundos conflictivos tan dispares como lo son el control del agua, el gas y los recursos naturales, y la lucha por la igualdad étnica y la identidad cultural”.
Por lo anterior, es muy importante el análisis de las revoluciones pacíficas latinoamericanas, entre ellas la mexicana (la revolución de las conciencias, llamada así por López Obrador), pero también la revolución boliviana (Bolivia), bolivariana (Venezuela) y ciudadana (Ecuador). Como dice Boris Salazar (ver bibliografía al final), este nuevo escenario no se parece a las guerras de guerrillas.
Fuentes consultadas: Torrico Terán, Mario. (2006). ¿Qué ocurrió realmente en Bolivia?. Perfiles latinoamericanos, 13(28), 231-261; Salazar, Boris. (2011). Cuba y Bolivia: dos procesos distintos, ¿una sola revolución verdadera?Cuba and Bolivia: Two Distinct Processes, One True Revolution?. Colombia Internacional, (74), 173-205. Alain Touraine. ¿Podremos vivir juntos? (Continuará).