Fanático

En opinión de César Daniel Nájera Collado

Fanático

Después de observar que su carrera literaria no despegaría, el hombre de 28 años logró percibir en su horizonte un atisbo de éxito que creía perdido. Sus frustraciones artísticas, además de la incompetencia física relacionada con los estándares de su época, se vieron subsanadas por la mera energía que emanaba el individuo frente a él. Ya había oído sus discursos y le admiraba, pero su presencia llevó a considerarlo “mitad plebeyo, mitad Dios”. Desde ese momento, se propuso que aquel ente nietzscheniano no solo se convertiría en su salvador, sino en el de todo su país, instaurando un reino milenario.

            Ocho años después, el pequeño hombre y su ídolo ya estaban en la cima, uno como ministro de propaganda, y el otro como dictador. Los ideales de predestinación, y la divulgación de la imagen del líder como deidad, probaron al ministro como un maestro de la manipulación, al grado de convencer al gobierno de la “depuración” de su tierra. Con el paso del tiempo, hasta el mismo dictador llegó a valorar a este pequeño hombre acomplejado, que ahora era una de las personas más poderosas del mundo.

            Sin embargo, estas ideas tan radicales tuvieron sus consecuencias. El país, en su pleno apogeo, se inmiscuyó en una guerra que el ministro acabó convirtiendo en total. Una vez más, logró vender a la gente el pensamiento de la destinación gloriosa, por lo que millones se sumaron al combate. Pero a medida que pasó el tiempo, sus “movimientos de hilos” no fueron suficientes. Empezaron a perder la guerra, y el ministro, sin separarse de su amado líder, acabó refugiándose en un búnker, esperando un milagro. Este no llegó, por lo que el dictador terminó suicidándose. Un día después, incapaz de poder concebir un mundo sin este, el ministro decidió optar por el mismo desenlace, no sin antes acabar con la vida de su esposa y seis hijos, los cuales tenían, sin excepción, la letra “H” como inicial, en honor al apellido de su inolvidable dictador.

            Joseph Goebbels fue el Ministro de Ilustración Pública y Propaganda en el régimen de Adolf Hitler. En su juventud, estudió Filosofía, Literatura, Historia, Arte y Lenguas Clásicas, además de obtener un doctorado en 1921 por la Universidad de Heidelberg. Sin embargo, todos estos estudios no le impidieron acabar, directa o indirectamente, con la vida de millones de personas en la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, siendo la suya una de ellas. Sin duda, este es un ejemplo más de que la educación no necesariamente transforma a la persona de manera positiva. La fomentación de una inteligencia emocional es tan importante como el desarrollo del coeficiente intelectual.