Escala de Grises - Minúscula escala
En opinión de Arendy Ávalos
El pasado 13 de diciembre, un grupo de madres y familiares de personas desaparecidas en Guanajuato arribaron al Zócalo de la Ciudad de México. El objetivo de su visita al Centro Histórico fue exigirle al presidente un reconocimiento de las desapariciones y crímenes que siguen cometiéndose en el país.
La movilización inició poco antes de las 7 de la mañana, cuando un camión arribó a la explanada del Zócalo. Una vez frente a las puertas del Palacio Nacional, el conductor abrió la caja del vehículo y dejó caer tierra y escombros a lo largo del recinto presidencial. Mientras Andrés Manuel López Obrador se preparaba para su conferencia matutina, el polvo se desplazaba en el aire.
“Si Andrés Manuel no va a las fosas, las fosas vienen a él” fue el nombre que se le otorgó a la movilización. Además de representar —a minúscula escala— las 176 fosas clandestinas que se han localizado [solo] en Guanajuato durante los últimos tres años, las madres y familiares de personas desaparecidas pintaron el asfalto con diferentes frases.
Con ayuda de patrones previamente elaborados y pintura color amarilla, quienes acudieron a Palacio Nacional comenzaron a calcar que “la verdad no puede seguir enterrada” y que “las fosas son resultado de la ausencia del Estado”. Las vallas metálicas que rodean el recinto fueron cubiertas por lonas de diferentes tamaños, donde se podían visibilizar fotografías con los rostros de las personas que no pudieron regresar a casa.
Una vez que la tinta amarilla se secó, las frases del suelo fueron cubiertas con tierra para después ser reveladas en un acto de desentierro, como una muestra de lo que colectivos de búsqueda hacen todos los días, con palas y picos. Sin embargo, las diferencias entre lo que se vive en las fosas clandestinas y el asfalto de la Ciudad de México son abismales.
Como ocurre en gran parte de las protestas, el momento de pasar lista llegó. Cada nombre era acompañado de un grito que afirmaba su presencia “ahora y siempre”. Luego de que las autoridades negaran la existencia de las fosas clandestinas, las madres buscadoras, como se les ha denominado en todo el país, decidieron enfrentar a la muerte y llenarse las manos de tierra con tal de encontrar a quienes desaparecieron.
A pesar de esta movilización, López Obrador decidió no salir a dialogar con el dolor. En cambio, horas después, un camión llegó a desaparecer la tierra del asfalto. Ojalá fuera así de fácil. Las personas que esperaban una respuesta por parte de la actual administración solo pudieron dejar un documento y la promesa de una reunión sin lugar.
Luego de la negativa en Palacio Nacional, los colectivos se dirigieron a la Fiscalía General de la República, donde también colocaron mantas y letreros, donde también gritaron las consignas que les han inundado la garganta durante los últimos años: ¿Dónde está la justicia? Tampoco obtuvieron respuesta.
Además de pedir que el Estado mexicano reconozca la grave crisis de seguridad y derechos humanos que se vive, específicamente en Guanajuato, también solicitaron seguridad para las mujeres buscadoras. Y es que, por si fuera poco, además de buscar a sus familiares en las fosas clandestinas, son víctimas de la violencia y son constantemente amenazadas, por lo que su vida corre peligro.
Las medidas de reparación y los mecanismos de no repetición también formaron parte del pliego petitorio en el que apareció una sentencia que podría parecer obvia: las desapariciones forzadas no son casos aislados y no pueden reducirse a un problema local. La violencia estructural que ha corrompido la vida de miles de personas necesita soluciones multidisciplinarias, transversales, en las que se involucren las instancias federales necesarias.
Los colectivos de madres buscadoras y familiares que se han unido a estas movilizaciones han tenido que enterrar a sus seres queridos, pero han tenido que desenterrar verdades inimaginables, verdades que no son consideradas por el gobierno presente. El aumento de la violencia en estados como Guanajuato, donde se ha implementado una estrategia de seguridad militarizada, no es una coincidencia.
A pesar de que las fosas estuvieron frente a las puertas de Palacio Nacional, Andrés Manuel López Obrador decidió mantener la misma postura que lo ha caracterizado durante los últimos tres años: ignorar las verdades que le incomodan, no aceptar su negligencia para enfrentar los problemas con los que prometió terminar.
Un grupo de personas unidas por el dolor y la impotencia de no localizar a sus familiares, por la imposibilidad de encontrarles, se reunió en la Ciudad de México con un sentimiento compartido: la rabia de no contar con un Estado que garantice la investigación y resolución de sus casos. Los colectivos y familiares de las personas desaparecidas, una vez más, decidieron recordarle al presidente y a las instituciones involucradas que no se detendrán hasta encontrarles y solo recibieron silencio.
¿A quién le pertenecen las personas desaparecidas? ¿De quién son? Nos queda claro que son sus familiares quienes los buscan sin consuelo, pero la responsabilidad, por supuesto, es del Estado. La representación de las fosas fue mucho más que eso, fue una muestra de lo que ocurre todos los días, en gran parte del territorio nacional. Las autoridades saben que las fosas existen, que las personas desaparecen, que la violencia continúa incrementándose y deciden cerrar los ojos, taparse los oídos y pretender que no hay nada por encontrar, solo tierra y escombros.
La última Escala
Según el calendario, otro año pasó frente a nuestros ojos y es tiempo de ponernos más sentimentales que de costumbre. Por ello, no quería dejar de agradecerle su compañía durante este tiempo. Ha sido un honor [y un privilegio] para mí tener este espacio y que usted pueda leer la infinita cantidad de colores existentes entre el blanco y el negro. Ojalá que sigamos compartiendo letras, acercándonos a la realidad desde diferentes ángulos. Le deseo un excelente cierre de año y un 2022 lleno de nuevos comienzos.
¡Nos leemos muy pronto!
@Arendy_Avalos en Twitter