Escala de Grises - Esas no son formas
En opinión de Arendy Ávalos
El jueves de la semana pasada, un grupo de mujeres (víctimas y familiares de violencia de género) acudió a una reunión con Rosario Piedra, presidenta de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en la Ciudad de México. Al edificio sede también acudieron mujeres y colectivas feministas en señal de apoyo y, claro, para exigir justicia.
Sin embargo, la respuesta de las autoridades no estuvo a la altura de las circunstancias. Como era de esperarse, las protestas comenzaron a organizarse dentro y fuera de las instalaciones. Uno de los casos más difundidos ese mismo día, fue el Marcela Alemán, mamá de Lía, una niña abusada sexualmente por personal del kínder al que acudía; cuya denuncia no ha sido atendida.
Marcela decidió amarrarse a una silla en la sala de juntas para evitar que la sacaran del edificio y garantizaran justicia para el caso de su hija, luego de que la ombudsperson dijera que la carpeta del caso estaba mal integrada.
“Me he amarrado porque ya me querían mandar a poner otra denuncia. Mi niña merece ser defendida por los derechos humanos. (…) Esto no es solo por Lía, es por todas las niñas y todas las víctimas. Ya basta. Ya no quiero palabras”, declaró. Alemán permaneció hasta la madrugada del 4 de septiembre y se retiró después de hablar con representantes del organismo.
Sin embargo, las instalaciones fueron tomadas de manera indefinida por mujeres y colectivas feministas que ingresaron con casas de campaña, lonas y cobijas: “No nos moveremos hasta tener justicia, hasta que pongan atención en todos los casos”.
El sábado pasado, algunas autoridades acudieron al inmueble para tratar de entablar un diálogo con las manifestantes, con el objetivo de escuchar sus demandas, darles un seguimiento puntual y encontrar justicia para cada caso. Este acuerdo se llevó a cabo con dos de las familias que comenzaron la protesta y, aunque salieron del lugar, la sede sigue tomada.
Entre sus demandas, se encuentra una Recomendación General para el gobierno federal, los gobiernos estatales y las fiscalías de cada entidad reconociendo públicamente que la violencia de género y la violencia feminicida en México son problemas de alta relevancia.
El mismo 5 de septiembre, las mujeres que ocupan las oficinas quemaron mobiliario y realizaron pintas con el fin de exigir acciones concretas para combatir la violencia de género en el país. Al respecto, la CNDH ya publicó un comunicado en el que afirmó se está trabajando en una recomendación.
Cuando cuestionaron al presidente sobre el tema, respondió: “No estoy de acuerdo con la violencia en el vandalismo. No estoy con lo que le hicieron a la pintura de Francisco I. Madero, yo creo que quien conoce la historia de este luchador social sabe que debemos guardarle respeto”. Además, agregó que quien profanó la pintura del “apóstol de la democracia” es porque no conoce la historia o porque es conservador. ¿No le digo?
Eso no fue todo. El mandatario también cayó en un argumento muy conocido con el que se pretende quitarle legitimidad a las manifestaciones y protestas. ¿Ya sabe cuál? Exacto: “Esas no son formas”. AMLO declaró: “La violencia no es el camino. No se puede enfrentar la violencia con violencia”. La audacia.
Lo que el presidente y muchos medios de comunicación califican como “violencia” a las paredes o a los inmuebles no pretende erradicar la violencia de género. ¡Imagínese lo fácil que sería! Con las puras pintas al Ángel de la Independencia hubiéramos erradicado el problema, pero no.
Va una vez más, porque al parecer a López Obrador —y a muchas otras personas— no les ha quedado claro. Lo importante de la manifestación no es la pintura de Madero ni ninguna otra, tampoco son las sillas rotas o las pintas que maculan las blancas paredes.
El objetivo es visibilizar que existe, que es cotidiana y, por lo tanto, normalizada. ¿Cuáles serán las formas, entonces? Porque ya vimos que por lo menos, que las denuncias no son tan efectivas. Ya sabemos que, cuando se trata de feminicidios, en México solo se resuelven tres de cada cien.
¿Cuál será la forma correcta de expresar la rabia, el miedo y la impotencia de no encontrar justicia para las víctimas? Porque, aunque sabemos que “por favor” y “gracias” son palabras de poder, no tienen tanto alcance.
No hay formas correctas de pedir y exigir justicia hasta el hartazgo y gritarle a cientos, incluso miles, de oídos sordos que los culpables de todas las violaciones a los derechos humanos deben ser juzgados y recibir el castigo que les corresponde, según la ley.
¿Qué más se puede esperar de los funcionarios públicos cuando, luego del mes más violento de la historia para las mujeres el presidente afirma que “los feminicidios van a la baja”? ¿Qué más se puede esperar si cuando se le cuestiona respecto a esta falsedad su respuesta es “ah, bueno, es que depende de cómo se midan”?
Las violaciones a los derechos humanos y la violencia de género en el país son problemas estructurales que se quedan impunes o que, si tienen suerte, ven la luz muchos años después. Lo he repetido en muchas Escalas, los protocolos y campañas superficiales sin el enfoque correcto no sirven de nada, al contrario. Perjudican la lucha, agravan la situación y normalizan la criminalización o revictimización.
Basta. Se necesitan acciones reales, que impacten en una sociedad que se ha acostumbrado a caminar con los ojos cerrados. Que alivien el dolor de los familiares y víctimas que no encuentran la justicia en ningún lado, que no encuentran alivio para el dolor que les han provocado los crímenes y la negligencia de las autoridades.
¿Quieren hablar de cuáles no son las formas? Hablemos de los tratos que reciben las víctimas en el Ministerio Público, de los actos de corrupción que se cometen para encubrir a los culpables, de los años que pasan las madres sin encontrar justicia para sus hijas asesinadas, para sus hijos desaparecidos. Esas sí, para que vea, no son formas. Esa no es justicia.
No perdonamos ni olvidamos:
@Arendy_Avalos en Twitter