Escala de Grises - Desenredar los hilos

En opinión de Arendy Ávalos

Escala de Grises - Desenredar los hilos

El pasado lunes, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) convocó a un foro titulado ¿Racismo y/o clasismo en México? En el que participarían Alejandro Franco, Tenoch Huerta, Maya Zapata, Mónica Maccise y Chumel Torres.

El evento programado para el 17 de junio provocó revuelo en la opinión pública y, por lo menos en Twitter, los comentarios y quejas respecto al último de los panelistas inundaron las tendencias nacionales del día (posteriormente, de la semana).

Por una parte, las críticas se centraron en que el “humor” del conductor se centra en realizar comentarios clasistas y racistas. Otra de las molestias principales fue el nombre del foro, pues los signos de interrogación ponen en duda dos de los problemas estructurales principales en el país; es decir, los cuestiona sin antes analizarlos.

Entre los usuarios y usuarias que se pronunciaron al respecto, se encontró el nombre de Beatriz Gutiérrez Müller, quien cuestionó la decisión del Conapred con el siguiente texto: “¿A este personaje invitan a un foro sobre discriminación, clasismo y racismo? Sigo esperando una disculpa pública de este individuo sobre los ataques a mi hijo menor de edad”. El complemento del tuit era la captura de un video en YouTube, cuyo título hacía referencia al hijo de la historiadora y el presidente de la República.

Al día siguiente, Mónica Maccise (la entonces titular del Consejo) informó que, aunque el foro estaba pensado como un espacio para impulsar el diálogo entre personas con posturas disonantes, se había tomado la decisión de suspenderlo: “El foro no tiene las condiciones adecuadas para realizarlo ante el clima que se ve, por lo que estará suspendido para replantearlo”.

Sin embargo, no todo se quedó en la cancelación del evento. Ese mismo día, el presidente López Obrador afirmó enterarse de la existencia del Conapred gracias a “la polémica con un comentarista en redes sociales que fue invitado a un debate”. Tal vez, el mandatario olvidó que la misma Mónica Maccise, en noviembre del año pasado, le agradeció el nombramiento como titular del organismo.

Como si todo lo anterior no fuera suficiente, el día siguiente, Andrés Manuel consideró que el Conapred debería desaparecer, pues la Secretaría de Gobernación podría hacerse cargo de su labor: “Claro que se tiene que combatir el racismo y la discriminación, pero no crear un organismo para cada demanda de justicia”.

Estas declaraciones bastaron para que se solicitara la renuncia “personal y voluntaria” de Maccise Duayhe, quien entregó el cargo el viernes 19 de junio. Luego de esto, Mauricio Merino y Katia D’Artigues, integrantes de la Asamblea Consultiva, renunciaron a sus cargos honorarios, pues el organismo se enfrenta a un debilitamiento orquestado por el gobierno federal. Regina Tamés fue la tercera en presentar su renuncia.

Los integrantes que continúan en la Asamblea Consultiva expusieron sus preocupaciones al presidente López Obrador, le solicitaron una respuesta por escrito y, además, solicitaron una reunión con Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación.

Respecto al foro, se realizó en otra plataforma. Bajo el título “El racismo no es un chiste” se reunieron Maya Zapata, Tenoch Huerta, Mariana Ríos, Federico Navarrete, Jumko Ogata y Chumel Torres para hablar sobre el papel de la comedia, las redes sociales y el entretenimiento en estos problemas.

En las plataformas digitales siguen los debates, los comentarios, las críticas, la cultura de la cancelación y los reproches que, déjeme decirle, no se acerca al fondo. Perdón, pero aquí la cuestión principal no gira alrededor del hijo del presidente. El foro organizado por el Conapred, a pesar de su lamentable nombre, surgió luego del asesinato de Giovanni en Jalisco, las protestas para exigir justicia y los más de quinientos años que llevamos caminando con los ojos cerrados.

Según el portal del organismo que AMLO conoció la semana pasada, el racismo es el odio o exclusión de una persona por su raza, su origen étnico o su lengua y es originado por la idea (irracional, claro está) de superioridad de una persona sobre otra.

¿Es un tipo de discriminación? Sí y, por lo tanto, transgrede y limita los derechos humanos de las personas, pues ejerce una subordinación derivada de características inherentes como el color de piel.

Aunque esto, en la utopía, no debería ser sinónimo de violencia, las personas racializadas son consideradas inferiores, por lo que la desigualdad está implícita en casi todos los aspectos de su cotidianidad. Y ese es el verdadero problema.

Dentro del imaginario colectivo, el racismo es entendido en términos morales y forma parte de un pensamiento dicotómico en donde blanco es igual a bueno y negro es sinónimo de malo. Sin embargo, está relacionado con la configuración de las instituciones, con la construcción de las estructuras y el poder.

Más allá de darle o quitarle virtudes a una persona por su color de piel, debemos aguantar la respiración y sumergirnos un poco más para preguntarnos cuáles son las verdaderas causas del problema. Si logramos hacer eso, probablemente las palabras despojo, privación, desigualdad y vulneración saldrán a flote.

Empezar a analizar cómo se interpreta la piel en términos sociales es fundamental para erradicar el problema de violencia estructural y sistemática en el país. ¿Cuál es el papel de las instituciones? ¿Cómo se ha reforzado el discurso racista y clasista en los contenidos que consumimos diariamente? ¿Cómo se ha construido la historia? ¿Por quién fue escrita? ¿Cómo funcionan las relaciones de poder? ¿Por qué la blanquitud no implica una marca racial? Para empezar a bordar, primero debemos desenredar los hilos.

En México, el mito del mestizaje para unir a la población en una sola identidad y un sentido de pertenencia se quedó únicamente en los libros de historia y las clases de educación básica. Romantizar las huellas vigentes del colonialismo es ignorar la brecha histórica de las distintas versiones que tenemos del mismo país.

La recomendación: Veamos con ojos críticos los contenidos y las narrativas que observamos cada día. Pongamos sobre la mesa conceptos como representación e identidad.  Identifiquemos nuestros privilegios, cuestionémoslo. Reconozcamos las formas en las que se reproduce la violencia sistémica. Dejemos a un lado el discurso que afirma que todas las personas somos energía y debemos fluir con la naturaleza y las estrellas. Fluir con la vida resulta complicadísimo cuando no hay condiciones ni siquiera para estar al mismo nivel. Abramos espacios para tratar el tema con nuestros círculos cercanos. Exijamos políticas públicas, campañas y contenidos que, en lugar de perpetuar un discurso torcido, modifiquen la realidad para bien.

Que las reflexiones impulsen acciones:

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