Escala de Grises - De la Historia y sus monumentos

En opinión de Arendy Ávalos

Escala de Grises - De la Historia y sus monumentos

A pocos días de que se cumplieran 528 años de la llegada de Cristóbal Colón a América, se lanzó una convocatoria por plataformas digitales bajo el título “Lo vamos a derribar”. En ella, se hacía una atenta invitación a tirar la estatua de Colón ubicada en Paseo de la Reforma, en la Ciudad de México.

La cita era el 12 de octubre a medio día en la Glorieta de Colón, pero la invitación no era exclusiva para ese evento, sino para tirar otros “símbolos y monumentos erigidos por los vencedores, impuestos como historia patria, junto con la religión católica y el idioma español”.

Sin embargo, la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum les arruinó el plan y quitó la estatua para su remodelación. Argumentó que este movimiento ya estaba planeado y que no se relacionaba en absoluto con la convocatoria a derribarla. Ajá.

El trabajo estará en manos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Centro Nacional de Conservación y Registro el Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam). Aunque para el proceso de restauración todo fue muy puntual, sobre el regreso de la estatua a la glorieta aún no se tiene información. Rarísimo, ¿no le parece?

Por supuesto, el debate en Twitter no se hizo esperar y los argumentos principales se basaron en defender la Historia —así, con mayúscula— porque “¡Weeey, los monumentos! Lo que se necesitan son clases al respecto para reflexionar”.

La otra cara de la moneda se enfocó en decir que los monumentos no tienen como objetivo la memoria o la preservar la historia y que derribarlos o quitarlos tampoco cambia la forma en la que sucedieron las cosas. Ya sabemos que no son una máquina del tiempo.

Antes de que se lleve una mano al pecho y entre en pánico, permítame comentarle que esta práctica se ha realizado en países como España, con los monumentos relacionados a Francisco Franco; en EUA, con el mismo Cristóbal Colón; Chile con la Junta Militar; Argentina, con los Kirchner e Irak, con Saddam Hussein.

Veamos. La estatua que se pretendía derribar se colocó en 1877, lo que significa que fue la primera estatua de todo Paseo de la Reforma. Ya que andamos tan fanáticos de la historia, analicemos un poco las implicaciones que este dato, aparentemente insignificante, tiene en el imaginario colectivo.

Si la estatua del colonizador fue la primera en colocarse, entonces se está venerando más [su figura, sus acciones y su papel en la historita del país] en comparación con otros personajes. El ejemplo claro lo encontramos con el Monumento a Cuauhtémoc, que se inauguró diez años después.

Aunque ya sepamos que la historia es un poco lineal y un tanto cíclica, resulta sospechoso que se erigiera una estatua desfasada del tiempo. Si nos vamos meramente por la lógica, la primera estatua debió ser la del último tlatoani y la segunda la del colonizador, ¿no cree?

¿Cuál es mi punto en todo esto? Que si bien, las estatuas y monumentos no tienen una injerencia directa en la historia y en el resultado de lo que somos actualmente, después de todos los procesos, sí influyen en la forma de percibirnos, de apropiarnos del mundo.

El acto de derribarlas, quitarlas, destruirlas o lo que usted prefiera es completamente simbólico. Ya sabemos que la historia no se borra, que “quien no conoce su historia está condenado a repetirla” y todos los clichés que se le ocurran, sí. Lo que podemos modificar es la forma de percibirla.

Venerar a un hombre por colonizar el ahora territorio mexicano es también venerar las prácticas que se llevaron a cabo, aunque sea de forma implícita. Hablemos claro. El mestizaje y el orgullo de la diversidad cultural son un mito nacionalista.

Este mito es el que trata de unir al país entero, de convencernos que el mestizaje nos hace especiales, de que todas las personas tenemos la misma sangre. Se invisibilizan las raíces poblacionales (indígena, negra y europea) lo que también invisibiliza la discriminación y la opresión que se desprende de esa misma “diversidad étnica”, de la raza.

Este mito pretende rescatar el pasado glorioso de las culturas indígenas antiguas, mientras las actuales son despreciadas y violentadas de formas inenarrables.  Ahora, aclaremos algo. El mestizaje no fue producto de relaciones amorosas, románticas o consensuadas entre las mujeres indígenas o negras y los hombres españoles.

El mestizaje es el resultado de violaciones masivas, el cuerpo de las mujeres fue el territorio dominado.  No perdamos esto de vista. Cuestionarnos las figuras a las que idolatramos o admiramos también forma parte del proceso.

Finalmente, modificar el espacio público y sus componentes es una forma de visibilizar las problemáticas, de poner el tema sobre la mesa y que se discutan cuestiones que antes solo se daban por hecho. Como le digo siempre, no nos quedemos únicamente con la luz que se aprecia en la superficie.

La recomendación:

Huesos de lagartija es una novela [preciosa] de Federico Navarrete que, aunque está dirigida a niñas, niños y jóvenes, pueden disfrutar las personas de cualquier edad. Esta historia de ficción (basada en hechos reales) narra la historia de Cuetzpalómitl, un joven mexica que sobrevivió la guerra, el hambre y las enfermedades derivadas de la llegada de los españoles en la época de Cortés.

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