Cuando sea demasiado tarde… - Un año de pandemia.

En opinión de Gabriel Dorantes Argandar

Cuando sea demasiado tarde… - Un año de pandemia.

Su servidor se refugió un 17 de marzo. Recuerdo que pasé el puente en casa de mi novia, y tenía que estar en Cuernavaca al iniciar la semana para atender mis responsabilidades. Desde entonces he estado principalmente encerrado, soy de las pocas personas que han tenido la fortuna de poder cumplir con todas sus obligaciones desde la casa de ustedes. De hecho, mientras escribo estas líneas pondero si esto del home office ha impulsado más bien mi productividad. No tengo hijos y no he tenido que enfrentar las peripecias que han tenido que enfrentar la mayoría de los adultos de mi edad que han tenido que gestionar el home office con el home schooling de sus bendiciones. Me siento un mucho encerrado, pero en definitiva no menosprecio mi fortuna.

            La semana pasada tuve que atender unos asuntos en mi oficina en Chamilpa, y me permitió contemplar un fenómeno harto maravilloso: la cuarentena no existe. El tráfico es prácticamente normal, es como si fuera un día de puente entre semana, en la que no hay escuela pero la persecución chuletaria must go on. Entiendo que efectivamente, la gente tiene que poner comida en la mesa y del cielo no va a caer. Gobierno no se ha puesto suficientemente las pilas con esto de la provisión de vacunas: por un lado se la pasan promete y promete, hasta tener el cinismo de hacer una ceremonia por el recibimiento de las vacunas (poco les faltó poner un banner en el avión que arribó que dijera “Mission Accomplished”, muy a la George W.); pero por otro la realidad del acaparamiento de las vacunas y la provisión de las mismas de los países con mayor capacidad adquisitiva, ha dejado a mi gente con alrededor del millón de vacunas aplicadas. A este ritmo, estaremos vacunados todos en unos 40 o 50 años, y eso porque, si hemos logrado ese tanto de unidades en 3 meses, estaremos cerrando 2021 con una alegra cifra de 5 millones de vacunas aplicadas. Le recuerdo, amable lector, que de 130 millones de mexicanos, 80 o 90 millones son candidatos a vacunarse.

            De ello se desprende dos aristas. La primera es el sistema de semáforo: no sirvió para nada. Ya tengo tiempo pensando que si se quiere que algo se haga, lo que es preciso es prohibirlo. Tal vez, si la instrucción de los mortíferos López hubiese sido que era obligatorio salir a la calle entre las 7 de la mañana y las 11 de la noche, todo el mundo se hubiera resguardado y ya habríamos superado al coronavirus. Ya deje usted la conspiranoia de la camiseta amarilla fosforescente en las playas de Oaxaca (¿notó usted que sabe exactamente de qué y de quién estoy hablando?), porque no debe de faltar el compañero conspiranóico que deba de sostener que tal hecho tuvo intención verdadera, más allá de demostrar la capacidad intelectual del individuo en cuestión. La estrategia de gobierno fracasó porque por un lado no tienen dominio de lo que están haciendo, pero por el otro también fracasó porque la gente no obedeció. ¿Para qué declarar semáforo rojo nuevamente? Lo único que va a pasar es que va a llegar Semana Santa y vamos a volver a tener otro pico para mediados de abril (agárrense). Toda lógica indica que no tiene caso seguir declarando semáforos azules y morados, porque la gente no puede o no quiere respetarlo.

            La otra arista es las vacunas. He hablado personalmente con una decena de médicos de diferentes especialidades, que no voy a nombrar por respeto y congruencia, pero entre los cuales se encuentran dos epidemiólogos y un endocrinólogo, y todos y cada uno sostienen que vacunarse es mejor que no vacunarse. No importa la marca, no importa la procedencia, no importa el porcentaje. Vacunarse es mejor que no hacerlo. No puedo dejar de lado todos los argumentos al respecto de la velocidad con la que se generaron las vacunas y que siempre hay intereses de por medio involucrados en estas situaciones. No es en balde que gobierno federal estuvo revisando credenciales de elector al momento de aplicar las vacunas, acto que por supuesto no tuvo ni el más mínimo ápice de intención  de generar una base de datos con fines electoreros y mapachistas. Su servidor, como ser de ciencia que pretende ser, confía en los especialistas en la materia que tiene a su alcance, y cuando se tenga la oportunidad, me aplicaré la vacuna. Faltan algunos meses todavía, pero ya les estaré contando cómo me fue.

            La lectura recomendad de esta semana (me está gustando esto de las lecturas recomendadas, eh) es El Mundo y sus Demonios (Sagan, 1995), con énfasis en cómo la línea entre ciencia verdadera y sentido común no es clara, y por el contrario, ha ocasionado que individuos de alto nivel intelectual no sean capaces de percibir los errores en su propia lógica. Este libro se escribió hace casi 30 años, yo lo habré leído por ahí de 2005, y sigue más que vigente en la categoría de divulgación de la ciencia.

            El coronavirus no ha muerto, y no descarte usted, apreciado lector, que aparezca otra enfermedad de éstas en los siguientes 5 años.

 

Sagan. C. (1995). El Mundo y sus Demonios. Barcelona: Planeta.