El tercer ojo - Algunas historias de personajes relacionados con la Tuberculosis y el cólera y la sífilis (otras epidemias, cuarta y última parte).
En opinión de J. Enrique Alvarez Alcántara
Una vez que hube abordado tres de las grandes epidemias y pandemias que han azotado a la humanidad a lo largo de la historia, y toda vez que dentro de estas notas historiográficas presenté a algunos personajes que fueron víctimas de éstas, como una pequeña muestra de lo que ha significado en términos de vida, enfermedad y muerte la presencia de estas calamidades o tragedias; asimismo, considerando que he venido tratando este asunto durante las tres últimas colaboraciones para mostrar las “otras calamidades” que han acompañado, como hermanas siamesas, a las primeras, no puedo, ahora, no intentar, tan sólo ello, precisar esta última cuestión y adicionar algunas lecciones que viene dejando la reciente oleada pandémica del COVID-19.
He tratado de mostrar que la organización de la sociedad ha permeado inevitablemente esta serie de eventos.
Desde sus orígenes más remotos, la presencia de las epidemias ha acarreado una serie de consecuencias de naturaleza económica, cultural, religiosa, política y, no puedo obviarlo, psicológica. Asimismo, se ha mostrado durante la presencia de éstas, un conjunto de actitudes, reacciones y comportamientos individuales y colectivos que pueden permitirnos atisbar, a través de éstas, cómo se ha intentado explicar, comprender y enfrentar estas “pestes”.
No tengo la menor duda de que las “explicaciones” causales de estos eventos encuentran como punto de partida atribuciones mágicas, míticas o demoníacas; en virtud de ello, las estrategias de afrontamiento implicaron, originariamente, a brujos, magos, chamanes, sacerdotes u otra clase de personajes envueltos en un manto idealista.
Hacia el medievo sin desaparecer tales “explicaciones”, fueron agregándose a éstas las ideas, mucho mejor articuladas, de las religiones monoteístas (cristianismo, budismo, islamismo o judaísmo) que imprimieron, además, una serie de juicios morales que pretendían regular el comportamiento de los seres humanos bajo tales criterios deontológicos.
Bajo estos supuestos, además de permanecer las explicaciones idealistas, se agregaron juicios de valor que marcaron muy claramente comportamientos colectivos que se mostraron a través de la estigmatización, exclusión, marginación y “encierro” o aislamiento de los “contagiados” en lugares lejanos al resto de las colectividades supuestamente “sanas” y “moralmente intachables”.
Ya desde antes de la misma edad media se crearon lugares de “reclusión”, “encierro” y “distanciamiento” para quienes quedaron marcados por la enfermedad, las secuelas y el estigma, como fenómenos psicosociales; asimismo, como no podían quedar en el limbo sociolingüístico, aparecieron sucesivamente conceptos, categorías o términos que les definieran y encuadraran en lugares culturales, morales, políticos y sociales manejables. De esta manera, una cultura del “vigilar y castigar” (Foucault dixit) fue emergiendo como mecanismo de control, coerción y represión a lo que no era “normal”, rayase en la patología, o no, y una tradición individualista de la delación se tornó en instrumento natural de demarcación, diferenciación o separación y divorcio de los “unos” y los “otros”..
Los leprosarios, cárceles, hospitales para sifilíticos, hospitales psiquiátricos, hospitales para tuberculosos, ghetos, sistemas de apartheid, encuentran sus fundamentos y justificación en estos supuestos; términos tales como leproso, tuberculoso, sifilítico, sarnoso, loco, etc., más que para diagnósticar a un ser humano, adquiere el carácter de estigma y motivo de exclusión.
Entonces, actitudes y sentimientos o emociones de ansiedad, angustia, deseperanza, miedo, ira, pánico, terror, desprecio, entre otras expresiones psicológicas individuales o colectivas se enraizan dentro de las colectividades, de modo tal que además de las enfermedades epidémicas, pandémicas o endémicas ahora deminizadas, aparecen eventos psicológicos de carácter individual o colectivo que dañana a la misma sociedad, tanto o más que las propias enfermedades.
Ahora que enfrentamos la era del SARS por CoV 2, además de observar lo que en el párrafo precedentes expresé, se adiciona, por la dinámica del desarrollo científico-técnico y la era de la internet y las comunicaciones electrónicas, la “otra pandemia”, la del exceso de información que confunde y genera duda, incredulidad, incertidumbre, ira, miedo, pánico o terror, angustia, ansiedad y desesperación, además de una disolución insensible del espíritu colectivo y solidario, tornándonos, también imperceptiblemente, en ”vigilantes” de los otros y en sus jueces.
Y, no se puede obviar, esta ola pandémica desnudó las consecuencias inmisericordes de un Capitalismo Neoliberal y depredador, en esta fase Imperialista, que más que el propio Coronavirus devastó los sistemas de salud de la gran mayoría de los países del mundo y es esta el problema mayúsculo de este evento inesperado. Al haber privatizado los sistemas estatales de salud, una pandemia de consecuencias menos desatrosas que otras que le entecedieron, por su mortalidad y letalidad, al conjuntarse con esta miserable y pobre infraestructura, la rebasó y no ha podido aún afrontar exitosamente la problemática.
Ya decía que la tuberculosis o las mismas influenzas, o la malaria, tienen una mortalidad y letalidad mayores que la actual ola epidémica; sin embargo, ésta tiene al pie de la horca a nuestras naciones y los Estados y organismos multilaterales nos han ofrecido como estrategia de afontamiento crucial el aislamiento dentro de lo privado para evitar que la tasa y frecuencia de contagios, dentro de lo público, terminen con los sistemas de salud ahogados con la suficiente cantidad de enfermos que no contarían con recursos para presevra su salud y su vida.