El regreso a clases.
En opinión de Aura Hernández
“La vida no debiera echarlo a uno de la niñez sin antes conseguirle un buen puesto en la juventud”.
Mafalda, personaje de Quino.
México es uno de los países en los que el regreso a clases presenciales con motivos de la pandemia por Covid-19 se prolongó por más tiempo. De acuerdo con información difundida por UNICEF, las afectaciones a diversos ámbitos de la vida de niñas, niños y adolescentes es de tal magnitud que el cierre de escuelas debería considerarse sólo cuando no hay otras alternativas.
Según cifras del organismo internacional, durante casi dieciocho meses, 25.4 millones de estudiantes de educación básica y 5.2 millones de educación media superior no tuvieron clases presenciales como parte de las medidas adoptadas por el gobierno para prevenir contagios de Covid-19, con los consecuentes impactos en el aprendizaje, en la salud mental, en la nutrición y en la exposición a violencias de índole familiar y cibernética, entre otros.
Los riesgos por la suspensión prolongada de clases presenciales también influye potencialmente en el incremento del abandono escolar, derivado de otra situación que trajo aparejada la pandemia: el incremento de la pobreza. A ello hay que sumarle el hecho de que solo 39.5 de los estudiantes tienen conexión fija a internet y menos de la mitad de la población escolar reportó contar con al menos una computadora.
Otro riesgo que señala el estudio de UNICEF, es el rezago de aprendizaje, que podría convertirse en irrecuperable y convertirse en una crisis muy difícil de remontar si consideramos que, antes de la pandemia, estudios de sobre el proceso de aprendizaje reportaron que casi el 80 por ciento de las niñas y niños en México no alcanzaron los resultados esperados en comprensión de lectura y en matemáticas.
No menor es el riesgo para el desarrollo de niñas y niños de preescolar, a quienes las clases a distancia restringen sus oportunidades para su desarrollo óptimo al limitar, por ejemplo, sus participaciones en actividades lúdicas. Y ni qué decir del crecimiento del ciberacoso entre este sector de la población. Tan solo en el mes de agosto que hoy termina, la policía científica de la Guardia Nacional ha reportado más de 120 mil casos de incidencias delictivas por internet, de acuerdo con el estudio publicado en el portal de UNICEF.
Como se puede apreciar, la información presentada por UNICEF sobre las secuelas de la suspensión de las clases presenciales en nuestro país, es demoledora. ¿Cómo explicarnos entonces, la resistencia y el uso político que diversos actores políticos dieron al regreso a clases? Pues si algo es evidente es que el regreso a clases es en México un imperativo.
Mucho se dijo en los medios de comunicación y redes sociales que el regreso a clases avizoraba un catástrofe epidémica y aunque es muy pronto para decir que se equivocaron, qué respuesta damos en un país en el que estaban cerradas las escuelas y no los bares y restaurantes.
Y qué respuesta damos en un estado, como Morelos, en el que la sana distancia y el uso de cubrebocas, en el fondo no son más que una simulación que se anunciaba con bombo y platillo en los espectaculares al pie de la autopista.
En un estado y en municipios en donde la autoridad abdicó desde hace mucho meses a cumplir con su responsabilidad de regir la vida pública y ayudar así a mitigar los efectos de la epidemia.
En un estado en el que en los centros comerciales y en los campos deportivos es posible ver a niñas, niños, adolescentes y a los adultos que los acompañan, practicando su deporte favorito sin seguir las más mínimas medidas sanitarias para prevenir los contagios como el uso del cubrebocas.
Y ni qué decir de fiestas multitudinarias en las que se dejaba en la puerta de entrada la responsabilidad individual, que también tenemos, para ayudar a prevenir la propagación de este virus que ha causado tantos males a la humanidad. En un estado en que una gran parte del profesorado se negaba a regresar a las aulas y no por otra cosa que por burocratismos absurdos y hasta por flojera y por irresponsabilidad.
Esperemos que los agoreros del desastre epidémico por el regreso a clases se equivoquen y que quienes insistieron en la importancia de la educación presencial como UNICEF y algunos otros actores de la vida pública tengan razón y podamos iniciar desde ahora la resiliencia de los estragos que en la educación ya ha causado la pandemia, y aún más, lograr remontar sus efectos.
Las niñas, niños y adolescentes tienen derecho al futuro.