Democracia: El deporte más peligroso del siglo XXI
En opinión de Tania Jasso Blancas
Comienza otro viaje por las maravillosas arenas movidas de la democracia en el siglo XXI. En estos tiempos convulsos, donde la política se asemeja más a una contienda entre porras de fútbol que a un ejercicio de raciocinio, es inevitable preguntarse si estamos haciendo todo lo posible para cuidar nuestra salud democrática.
Los antiguos griegos tenían una perspectiva interesante sobre el poder. Decían que el mejor gobernante sería aquel que menos deseara serlo. ¡Qué ocurrencia! Mientras tanto, aquí en el siglo XXI, parece que todos están ansiosos por tomar el poder, como si fuera una ganga en el Buen Fin. Incluso tus hijos creen que mandas demasiado, y en sus ojos, los adultos son unos caprichosos dictadores que imponen sus reglas y horarios sin piedad.
Pero, ¿qué es el poder en la actualidad sino una droga que embriaga a cualquiera con la expectativa de privilegios y la ambición de mover los hilos? Los griegos, en su sabiduría, tenían un método ingenioso para evitar que esta avidez despótica se apoderara de la política. Rifaban la mayoría de sus cargos. Sí, así como lo leen. Metían nombres en una tinaja y habas blancas y negras en otra, y luego, ¡zas!, sacaban un haba y un nombre al mismo tiempo. Las habas blancas indicaban a los elegidos, las negras los eliminaban. Un sistema que haría palidecer a nuestros políticos modernos y sus estratagemas.
En la antigua Atenas, cualquier ciudadano tenía la posibilidad de ejercer el poder, pero no abundaban los candidatos. Servir a la ciudad exigía sacrificio personal y la ley prohibía aferrarse al cargo. Nada de asegurar beneficios duraderos, solo un año en cada caso. ¿Suena aterradoramente sensato, verdad?
Hoy en día, nuestra democracia se parece más a las dinámicas de los hooligans deportivos. Los fanáticos ansían derrotar al otro equipo político, sin preocuparse realmente por mejorar sus vidas. Y con las redes sociales creando burbujas donde solo recibimos información que refuerza nuestros prejuicios, la situación se vuelve aún más polarizada. Como dice Daniel Innerarity, la política se ha convertido en una centrifugadora que polariza y simplifica el antagonismo. Cuanta menos calidad tiene, más vulnerables somos al poder de los más brutos. ¡Qué maravillosa época para estar viva!
Pero recordemos que la política no es un partido de fútbol, no se trata de golear, sino de gobernar. Lo que distingue a las democracias de las dictaduras son los contrapesos y la percepción de logros incompletos. Los políticos no pueden hacer todo lo que prometen, y eso es una bendición. La salud democrática se basa en la paradoja audaz de la potestad compartida: son los gobernados quienes deben controlar a quienes ejercen el poder. Así que, en realidad, el poder debería ser una realidad huidiza, esquiva, que nadie parece poseer realmente.
En fin, mientras tanto, en nuestra época exaltada, los políticos se comportan como hooligans y los ciudadanos como fanáticos, tal vez deberíamos volver la mirada hacia los sabios griegos y recordar que el poder, cuando se ejerce con moderación y responsabilidad, puede ser la clave para una mejor convivencia. O, al menos, eso deberíamos creer, aunque sea un poco difícil cuando la política se ha convertido en el deporte más peligroso del siglo XXI.